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El más reciente filme cubano estrenado en cartelera, independientemente de varios desaciertos, es un drama femenino convincente, que nos devuelve la riqueza paisajística icónica de la Sierra Maestra. La hermosa fotografía de José Manuel Riera sabe aprovechar la belleza de las locaciones sin apartarse ni un instante del drama que viven sus personajes, mientras que el sonido y la dirección de arte aportan la necesaria apariencia natural, entre lo bucólico y lo rústico.
El filme está protagonizado por las cuatro hermanas Garlobo, que viven solas y atienden su finca cafetalera, y desde las primeras escenas, es obvia la intención de privilegiar el rostro humano, el conflicto privado, por encima del enfoque épico al que estamos acostumbrados cada vez que se nos menciona, en los medios, la Sierra Maestra. Destaca la voluntad del cineasta y sus guionistas por reforzar el conflicto de estas cuatro mujeres, sobre todo de las dos mayores, constantemente puestas a decidir, al igual que los personajes de Lorca, entre represión y libertad, deber y deseo, conservadurismo e instintos desatados.
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Con todas las reservas que se le puedan hacer al filme en el plano narrativo, estamos delante de un esfuerzo atendible por delinear nítidamente la mirada femenina, y operar un cambio de roles en tanto el varón es aquí el objeto de deseo, y se percibe, tal vez con demasiada claridad, el imperativo de la narración por subrayar el atractivo del joven recién llegado y colocarlo en posición de manzana de la discordia.
Y si algo funciona a la perfección en Café amargo, es la capacidad expresiva de las cuatro protagonistas, interpretadas afortunadamente por actrices desconocidas (Yudexi de la Torre, Yunia Pérez, Janet Batista y Venecia Lanz) cuya ausencia se hace sentir cuando se impone, de manera efectista e injustificada, un salto temporal de cuarenta años, y cuatro actrices veteranas se esfuerzan en vano por hacernos creer que son aquellas mismas cuatro hermanas, atrapadas en el aislamiento y la frustración.
Pero ni siquiera el epílogo lacrimógeno y atronador, improcedente en términos dramatúrgicos, consigue obnubilar la coherencia tonal ni el alto nivel de las actuaciones que se despliega en toda la primera y mayor parte de la película. Porque no se trata solamente del luminoso descubrimiento de cuatro actrices muy capaces y entregadas, sino de un cuadro histriónico muy encomiable, en el cual destaca el malvado de antología que borda Raúl Capote, un actor que merece oportunidades más frecuentes para demostrar su talento.
De subrayarse el hecho de que, para finalizar la difícil, casi azarosa producción del filme, los apoyos llegaron por parte de la imprescindible Televisión Serrana, de la Escuela Internacional de Cine y TV, de San Antonio de los Baños, el Centro Martín Luther King, la Fundación Ludwig y el ICAIC. Así también se construye el cine cubano, el independiente y el institucional: con el aporte de toda la gente dispuesta a integrarse en un proyecto singular, sugerente y aportador, con tal que el audiovisual de la Isla continúe delineando las líneas esenciales de la cultura.
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