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Dos notas aparecidas hoy en la prensa cubana, escritas ambas por intelectuales cubanos, una, de puño y letra de la profesora de varias generaciones de universitarios, Graziella Pogolotti y otra escrita por Desiderio Navarro, resaltan la necesidad de defender los valores culturales cubanos patrios por encima de la mediocridad y los dólares.
Graziella, en nota publicada en el diario Granma titulada “Moriré de cara al sol” aborda el suceso “Fast and Furious” tomándolo como ejemplo de “producto extranjero” y define con claridad meridiana los inmensos peligros que esta “hiperbolización de lo extranjero y mediático” puede representar para nuestra cultura y cubanía.
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Dice la profe:
“las definiciones conceptuales son imprescindibles en los días que corren. Las bases de la nación residen en ese mosaico diverso del que todos formamos parte, un pueblo de intelectuales, obreros, campesinos, activistas políticos, portadores de tradición y memoria diversas marcadas por la localidad, por la raza, por la edad, por el género, que compartimos angustias, dificultades y celebraciones festivas. La creación artística y literaria constituye parte de esas complejas redes culturales. En la historia de cada una de las manifestaciones se ha producido siempre el intercambio estimulante entre el adentro y el afuera.”
No existe en el artículo – amén de lo que algunos puedan ver – una oposición férrea a lo que de afuera venga.
Una de las líneas centrales de su texto, se refiere al decoro patrio, a la patria misma, y a la necesidad de anteponer a las necesidades económicas una regulación de lo imprescindible: la vida del cubano.
"Estos comentarios nacen de algunos fenómenos que, coincidentes, se han manifestado en la capital. Rápido y furioso, filme comercial de pésima calidad, irrumpe de manera violenta en el vivir habanero. Perturbó las comunicaciones en las áreas centrales. Afectó a estudiantes y trabajadores. Añadió tensiones al difícil vivir cotidiano. Algo similar ocurrió con la presencia de la pasarela de Chanel. Impuso prohibiciones inaceptables a los pobladores de algunas zonas. La llegada del primer crucero norteamericano, según la difundieron nuestros medios informativos, fue acogida por una coreografía propia de un cabaret más que de un espacio público: las muchachas portaban un brevísimo vestuario hecho con la bandera nacional."
El sentido común indica la necesidad de abrir vías al comercio, a la inversión y al turismo para afrontar las dificultades económicas que nos afligen. El mandato de la realidad no puede llevarnos a olvidar que se trata, ante todo, de la lucha secular por la defensa de la nación soberana. Nos ampara el derecho a establecer, en cada caso, las reglas del juego. Es deber de todos exigir el respeto a la dignidad de nuestros ciudadanos, aquello que Martí nombraba decoro.
Coincidente con Graziella, Desiderio analiza la “espectacular bienvenida brindada a los turistas – principalmente americanos - que llegaron a Cuba a bordo del crucero Adonia.
Bastara en sí, el genial poema de Nicolás Guillén con el cual Desiderio termina su artículo:
De dos en dos,
las maracas se adelantan al yanqui
para decirle: –¿Cómo está usted, señor?
Cuando hay barco a la vista,
están ya las maracas en el puerto,
vigilando la presa excursionista
con ojo vivo y ademán despierto.
¡Maraca equilibrista,
güiro adulón del dólar del turista!
Desiderio reclama una respuesta más efectiva por parte de las instituciones culturales cubanas – y por qué no, de los organismos vinculados a las relaciones exteriores – a la hora de agasajar a los invitados extranjeros.
Hay que declarar inadmisible, de una vez por todas, la eterna coartada economicista de las “buenas intenciones” de la captación de divisas y turistas.
Se parte del respeto al símbolo, se parte del respeto a la mujer, y la infeliz coincidencia de que todas las bailarinas que esperaron a los turistas del Adonia eran mulatas. Cuba, no es África, y como bien diría un amigo: en Cuba, hay bailarinas blancas que saben menear la batidora.
Si bien es cierto que en las bienvenidas se suele ofrecer “lo más autóctono”, el bailador pueblo cubano no puede reducirse a esos fetiches festinados, y para colmo vestidos con la bandera.
Ya en otras épocas, como bien me apuntaba otro amigo, en los carnavales se vestía a una chica de patria, y con gorro frigio, pero imperaba la solemnidad y el respeto.
Un grupo de son, unos bailarines vestidos con atuendo típico, una danza folclórica sí, lo otro, no. Cuba debe "vender" otras cosas, no mulatas ardientes y festivas.
"Ante casos como éste, lo más comprometido de la intelectualidad y de la sociedad cubana en general seguramente no permitirá que, con su silencio, la voz de unos pocos intelectuales aislados resulte, sin quererlo, la única expresión de la conciencia crítica de la sociedad en la esfera pública. A todos los que amamos este país y su cultura nos toca ser los aguafiestas impugnadores del mercantilismo turístico inescrupulosamente pragmático, de la apropiación real y simbólica de espacios públicos por el lujo aristocrático o la banalidad pedestre corporativos foráneos, de la entrega de nuestras calles y nuestra cultura y hasta nuestra bandera como espectáculo o paisaje de fondo a la medida de los caprichos, fantasías y expectativas del Otro-con-Money."
Lástima, apunto yo, que esta compra-venta de nuestra idiosincrasia sea la que haga saltar las alarmas. Fast&Furious, Chanel, Adonia, no son más que otros reflejos visibles de un aparente – y lamentable - destino de las cosas, del silencio apacible, de delegar responsabilidades sin previos consensos entre partes involucradas, y muchas veces sin contar con la aprobación popular y este, sin aparente capacidad de respuesta ante el entuerto.
La intelectualidad cubana reacciona. No se puede cambiar el país por espejitos. No se puede perder la cultura; mucho menos la historia.
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