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El calor: compañía indeseable de la cotidianidad del santiaguero

En estos días cuando parece que el verano no se guarda ninguna sorpresa para los meses de julio y agosto, y descarga toda su intensidad sobre los cubanos, las personas en la calle aseguran, como cada nueva etapa estival, que “este año sí que hace calor”.

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Este artículo es de hace 7 años

Maritza se apresura a llegar a su trabajo lo más temprano que pueda. No es una repentina necesidad de ser vanguardia nacional sino una urgencia por conectar el aire acondicionado de la oficina. Ahora que atraviesa la etapa de la menopausia, es su centro laboral, en específico la climatización de su cubículo, el mejor aliado para soportar el intenso calor. Por primera vez desea que la jornada fuera de 12 horas y no de ocho.

Quienes son privilegiados por tener un aire acondicionado en el hogar, en estos días hacen malabares con las cuentas de la electricidad –o cualquier truco de dudosa procedencia–, para poder usar esos equipos y que su consumo no supere un salario básico de un mes.

Mientras los ventiladores, los eternos aliados contra las sofocantes temperaturas, apenas refrescan pues baten un aire asfixiante, ahora parecen tener ruedas pues se comportan como perros falderos, y acompañan a los moradores de cada vivienda casi a cualquier lugar por donde se desplace uno dentro del hogar. Conozco una familia que incluso en el baño tiene uno de ellos en la pared…

Mi suegro asegura que va a patentizar una ingeniosa solución: una bandeja metálica con hielo delante de las aspas, y conectado el recipiente a un pomo de litro y medio mediante una manguerita por donde se evacúa el líquido descongelado, él dice jocosamente que “es el aire acondicionado de los pobres”.

Y es que en estos días cuando parece que el verano no se guarda ninguna sorpresa para los meses de julio y agosto, y descarga toda su intensidad sobre los cubanos, las personas en la calle aseguran, como cada nueva etapa estival, que “este año sí que hace calor”.

Foto CiberCuba

Los termómetros caseros marcan 36 y 37 grados Celsius, y aunque no son muy “científicos”, hablan a las claras de la intensidad de las altas temperaturas, mientras en secreto todo el mundo pide a San Pedro que afloje la mano y deje caer un poco de lluvia en una ciudad seca.

A mi mente vienen las palabras de una amiga holguinera, que recién llegada a Santiago de Cuba donde comenzaba una nueva etapa de su vida, decía que en esta ciudad, –por demás conocida en la nación como la “tierra caliente”–, ella se sentía como “pollito en incubadora”.

Y yo iría un poco más allá y afirmaría que uno se siente como “pollito en un asador”. Pero no uno cualquiera, sino uno gigante, capaz de distribuir su calor de forma constante y uniforme por toda la ciudad, regulado para que de manera constante eleve la temperatura de la urbe, a tal extremo que a la hora que el perro no sigue al dueño, el can no solo no se levanta de su lugar de reposo, sino que mira al hombre y le saca la lengua de forma burlona.

Así de extremo se siente el calor por estos días en Santiago de Cuba, cuando las personas se desplazan por las acera como si fueran una enorme serpiente que se aferra a las fachadas de las casas buscando con recelo la poca sombra que existe, mientras sus mentes viajan a cualquiera de las playas de la provincia, una de las mejores maneras de pasar estas jornadas que se hacen infinitas. Parece que el calor también dilata el tiempo.

Foto CiberCuba

Las sombrillas, esa prenda que alguien inició una sexista tradición de ser solo un objeto de empleo femenino, ahora la usan de manera indistinta hombres y mujeres que ponen en ellas las esperanzas de un poco de sosiego frente al irritante sol que parece reinar en las calles, despojadas de árboles y portales corridos.

Foto CiberCuba

El calor es la compañía indeseable de la cotidianidad del santiaguero

Imagine un instante despertar y sentir el aire caluroso y sofocante de una mañana veraniega. Salir de la ducha, y apenas comienza a secar su cuerpo, ya comienza a derramar algunas gotas de sudor. Uno corre frente al ventilador. Allí termina de vestirse, colocar las medias y los zapatos. Toma el desayuno y se despide de la comodidad hogareña. Llega a la parada, con suerte tiene algo de vegetación. El transporte demora, como es habitual, pero se agudiza a las nueve de la mañana. Uno mira la calle, parece dilatada por el calor. Es difícil recorrerla incluso cuando son unas pocas cuadras.

Llega un ómnibus. “Ese no”, se dice uno por dentro cuando ve que las ventanillas a duras penas se abren y las personas tiene cara de quien le extraen el sudor con una aguja punzante. Detrás viene una “camioneta”, al menos esa es más rápida y tiene más huecos por donde entra el aire. Una vez dentro, se siente el extraño olor del sudor mezclado con cualquier cantidad de residuos de champú, perfume y quien sabe qué.

Una vez en el destino final se baja uno, se acomoda el peinado y la ropa. Se verifica que no falte ni el celular, ni la billetera o algo en la cartera, y comienza a desplazarse hacia el centro de trabajo. Si tiene suerte, le espera el bendito aire acondicionado. Comienza así la parte más agradable del día hasta que a las 12 de la tarde, justo cuando el calor arrecia, llega el administrador y dice: “hay que apagar el aire una hora, hay que ahorrar”.

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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.


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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.