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Almendrones siguen dando de qué hablar (y no para bien) en policiaco Tras La Huella

Las cortas líneas de Rogelio Blaín (el mítico Lucio Contreras en “Tierra Brava”) como vendedor de maní al servicio del MININT, y la utilización de un drone para peinar un matorral en Bejucal, no fue lo más notorio en Caso Ausente (I), el más reciente capítulo del policíaco cubano Tras La Huella.

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Este artículo es de hace 7 años

Las cortas líneas de Rogelio Blaín (el mítico Lucio Contreras en “Tierra Brava”) como vendedor de maní al servicio del MININT, y la utilización de un drone para peinar un matorral en Bejucal, no fue lo más notorio en Caso Ausente (I), el más reciente capítulo del policiaco cubano Tras La Huella.

Uno sabe que la problemática de los almendrones se ha hecho sentir y bien fuerte en la isla cuando esta serie televisiva -herramienta propagandística más que producto para el entretenimiento- decide dedicarle no uno, sino dos capítulos a las indisciplinas sociales de diversas tipologías que protagonizan diariamente los boteros, así como todo el enramado ilícito que les da aliento de vida para trapichear con la necesidad humana. Ello, claro, como segundo discurso que engrosa la trama principal.

No hablemos entonces de lo que ya sabemos. Sí, los choferes de almendrones se las arreglan hoy para arrancarte el dinero de los bolsillos y agudizar más el panorama de la movilidad dentro de la urbe habanera. Sí, ya comenzaron sus huelgas secretas y los desvíos o cortes en las rutas habituales como protesta a las nuevas medidas que topan sus tarifas. Porque, después de todo, son conscientes de que nada somos y a ninguna parte vamos sin ellos. Esto último, desgraciadamente, debe tomarse más literal que metafórico.

Lo sé porque montar estas monstruosidades humeantes fue lo que me salvó en muchas ocasiones de la insolación, del desmayo luego de largas colas en las paradas de guaguas, de ser impuntual en la universidad y, años más tarde, en el trabajo. Lo sé porque vivo en Marianao y la calle es hoy mi campo de batalla si “me da el loco” de trasladarme al Vedado, donde, a diferencia de mi municipio, se encuentran los agros surtidos, las tiendas, los mejores hospitales especializados, donde arreglan celulares a buen precio, donde están los únicos cines servibles de la provincia.

Sin embargo, estas bestias de hierro no representan más que un síntoma propio del subdesarrollo que corroe casi todos los aspectos de nuestra sociedad, y del que por desgracia ahora mismo no podemos prescindir.

Como mismo reveló a luz pública un reportaje del NTV, a raíz del aumento en los precios de los pasajes, existe un “mercado negro” de donde estos choferes, renuentes a abastecerse de combustible en el Cupet, prefieren comprar el petróleo a precios más factibles.

“¿Que de dónde saco el combustible?” pregunta un chofer a la periodista del estelar, y como quien sabe que debe sentir vergüenza en lo que hace, confiesa con falsa congoja: “Del mercado negro. Yo quisiera cobrar menos, pero imagínate”, dice y ni él mismo se lo cree.

El reportaje no ahonda más; es evidente que lo importante no es destapar el bochornoso engranaje de corrupción que le da de comer a los almendrones, sino vender un problema que ya todos conocemos como si fuera el arca perdida, presentar una falsa idea de que las instituciones –y la prensa- están preocupadas por nosotros, por la “situación del transporte”.

Y ahora Tras La Huella, que por el momento no incluye el revuelo de las tarifas, sí trata, y desde una mirada crítica –hasta donde se lo permiten los medios de comunicación en Cuba- otros de los tantos inconvenientes que acarrea la circulación de estos autos prehistóricos por la ciudad.

Por primera vez en la televisión cubana se ponen sobre la mesa y al debate público el robo de piezas, componentes de carrocería y petróleo para mantener el funcionamiento de estos taxis; la peligrosa inventiva de usar balitas de gas como combustible alterno y barato; la irreverencia con la que se adueñan de las calles provocando fatales accidentes; la grosería en las expresiones cotidianas de sus choferes; la picardía de cobrar el CUC a 23 pesos; la contaminación acústica que emiten sus bocinas y la ambiental que emiten sus tubos de escape.

Si bien todo ello podría tomarse como un llamado a la reflexión pública, institucional y gubernamental; a la búsqueda de soluciones viables para erradicar el amplio abanico de ilegalidades y comportamientos sociales inadecuados que desde una posición clara de poder reproducen los boteros y buquenques; por lo pronto, las partes involucradas cuyo deber es intervenir por el bien de la población se encuentran atadas de manos mientras no se dediquen esfuerzos a optimizar, con resultados a corto plazo, el menguado escenario del transporte público actual en la isla.

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