Diatriba contra burocracia cumple cincuenta, y sigue vigente

"La muerte de un burócrata" (1966, Tomás Gutiérrez Alea) fue el primer largometraje cubano producido por el ICAIC que se atrevió a contemplar la realidad contemporánea cubana sin complacencias.

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Este artículo es de hace 8 años

Dirigida por Tomás Gutiérrez Alea en la mejor etapa de su filmografía, La muerte de un burócrata es seguramente la mejor comedia realizada en la historia del cine cubano, y se atrevió a plantear penetrantes cuestionamientos sobre disparates y mecanicismos establecidos por el socialismo caribeño.

Con poderosa influencia en el cine cubano posterior, La muerte de un burócrata combina variantes tradicionales del género humorístico —como los enredos, el absurdo, la sátira y el humor negro— con los códigos del cine más moderno, nacionalista y ávido de comunicarse con su espectador natural mediante narrativas y estilos populares y eficaces.


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Con este filme se inició el distanciamiento de la épica historicista inherente a los primeros años del ICAIC, a través de filmes como Historias de la Revolución (1960, Tomás Gutiérrez Alea); El joven rebelde (1961, Julio García Espinosa) y la reciclada Soy Cuba (coproducción con la URSS dirigida por Mijail Kalatozov), porque después se imponen penetrantes cuestionamientos de la realidad contemporánea a través de varios filmes dirigidos no solo por Tomás Gutiérrez Alea (Memorias del subdesarrollo, 1968), sino también Humberto Solás (Un día de noviembre, 1971), Nicolasito Guillén Landrián (Coffea Arabiga, 1968) o el mismísimo Santiago Álvarez (Despegue a las 19:00, 1969).

Pero ninguna de las muchas comedias posteriores, ya en los años ochenta y noventa (Plaff, Alicia en el pueblo de Maravillas), logró establecer una burla tan zumbona a los burócratas ni satirizar con tanta elocuencia las insuficiencias del socialismo cubano. De modo que el filme inaugura el realismo crítico teñido de elementos surrealistas, absurdos e irreales, presentes desde la primera escena en el cementerio, o en la siguiente secuencia, animada, que cuenta el deceso del obrero ejemplar.

La implacable mordacidad de Gutiérrez Alea arremete contra la plaga de funcionarios esquemáticos e inflexibles que construyen la desesperación del protagonista y el caos formado en torno a un trámite sencillo e imprescindible. Por otro lado, también se fustigaba con demoledora sorna y cubanísimo choteo los rituales estereotipados y la retórica colmada de lugares comunes, sin dejar de aludir tangencialmente a los efectos letales de estos trastornos en todos los ámbitos de la vida cotidiana e incluso del arte.

Varios de los filmes posteriores de Gutiérrez Alea se valen de la burla a la solemnidad, y emprenden sardónicas críticas a la hipocresía, el estancamiento, la pasividad y los prejuicios pequeño-burgueses para proveer verticales reflexiones de un creador en pleno acercamiento al contexto social, la historia y las tradiciones nacionales. Guantanamera, de 1996, es el ejemplo más claro, aunque no el único, porque abundaron las películas cubanas, también de otros autores, que volverían a retratar odiseas individuales enfrentadas a ciertas disfuncionalidades del aparato institucional, a veces demasiado aferrado al esquema y a lo establecido por decreto.

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Joel del Río

Joel del Río. Periodista, crítico de arte y profesor. Trabaja como redactor de prensa en el ICAIC. Colabora en temas culturales con algunos de los principales medios en Cuba. Ha sido profesor en la FAMCA y la EICTV, de historia del cine y géneros cinematográficos.


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Joel del Río

Joel del Río. Periodista, crítico de arte y profesor. Trabaja como redactor de prensa en el ICAIC. Colabora en temas culturales con algunos de los principales medios en Cuba. Ha sido profesor en la FAMCA y la EICTV, de historia del cine y géneros cinematográficos.