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Por primera vez en unos Juegos Olímpicos, Brasil ganó la corona de su deporte preferido, un título que le había sido obstinadamente esquivo, y lo hizo con el protagonismo de su ídolo, Neymar.
La selección brasileña logró este sábado la medalla de oro que más le importaba, la que corona sus sueños olímpicos.
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Y Neymar se ocupó de realizar el sueño. Hizo él solo el único gol de su equipo en el tiempo oficial, con un brillante tiro libre, y convirtió la ventaja en el cierre de penales, que se decidió en el quinto tiro, luego del único fallo alemán.
La Mannschaft hizo lo que pudo, con la oposición de un Maracaná repleto y de un país entero, que celebró con un rugido monstruoso el penal de Neymar.
La gente gritó, los carros pitaron y la tierra se agitó con el punto que le dio a la canarinha el oro del fútbol, el premio sin el que la Olimpiada carioca hubiera sido un fracaso.
Porque, además, los brasileños no olvidan la vergüenza de la Copa Mundial. Y aunque no la borraron del todo, porque no es lo mismo en una Olimpiada, un alivio de orgullo se sintió en el aire.
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