Maritza bebe un vaso de leche y cae al piso. Tenía casi nueve meses de embarazo en aquel entonces. Cuando abre los ojos, ya no está junto a Fidel en la suite 2408 del Hotel Hilton en La Habana, sino que se encuentra en el hospital Roosevelt de Manhattan, seminconsciente y sin su bebé.
En Cuba le dijeron que fue un aborto, pero no lo creyó; otro médico en New York le aseguró que se trataba de un parto provocado, algo que comprobó en 1981 cuando Fidel aceptó recibirla y presentarle a Andrés Vázquez, fruto genuino de esa relación apasionada pero oscura que coincidió prácticamente con los primeros ocho meses de la Revolución cubana.
“Le supliqué que me presentase a nuestro hijo. Entonces abrió la puerta y apareció Andrés. Se parecía a su padre. Sus manos y su rostro eran idénticos. Le di los regalos que le había llevado. Me dijo que estudiaba medicina. Mientras, yo no paraba de llorar”, dijo Lorenz en entrevista exclusiva a la afamada revista Paris Match.
Maritza Lorenz regresaría a Cuba solo un par de veces más, una de ellas en calidad de espía de la CIA bajo el encargo de asesinar al padre de su hijo “desaparecido” y principal figura política de la isla caribeña. Todavía hoy asevera que, por ejemplo, la invasión a Bahía de Cochinos ocurrió sólo porque ella, enamorada de Fidel como lo sigue estando ahora a sus 76 años, no cumplió con la misión de la CIA.
“Me tendió su pistola y yo la empuñé. Entonces, mirándome a los ojos, me dijo: "Nadie puede matarme". Tenía razón. Solté el arma y me sentí liberada.”, relató a la publicación.
Pero Maritza tiene mucho más que contar. A continuación compartimos con los lectores la entrevista original publicada por la revista francesa a principio de este mes:
Hija de un capitán de barco alemán y de una agente americana, conoció a Fidel Castro el mismo año del triunfo de la revolución. Vivió unromance de ocho meses con él, se quedó embarazada y denuncia que el hijo le fue arrebatado en un parto provocado. Pudo cambiar la Historia si se hubiera atrevido a llevar a cabo el encargo de la CIA de asesinarle. Pero no lo hizo y vive convencida de que fue el amor de su vida.
Ocho meses de pasión pagados con "una vida de castigos". Un primer gran amor que terminará en drama. Marita Lorenz vivió un romance con Fidel Castro poco después de triunfar la revolución cubana. En su libro 'Yo era la espía que amó al comandante' (ed. Península), revive una época repleta de ruido y de pasión. Pero sobre todo una historia de amor que marcó su vida para siempre.
P.M: ¿Cómo conoce a Fidel Castro en 1959 una alemana nacida en 1939?
M.L: Mi padre era capitán de cruceros. Capitaneaba el Berlín que, a comienzos de ese año, atracó en La Habana. Al día siguiente de nuestra llegada, vi acercarse al barco a artistas acompañadas de tipos barbudos, armados y con uniformes caquis. Me fijé en el mayor de ellos, que fumaba un puro, y le pregunté qué quería. "Subir al barco para verlo", respondió. Y yo le dije: "De acuerdo, suba". Era Fidel Castro.
P.M: ¿Qué pasó entonces?
Le enseñé el barco, desde la sala de máquinas a la primera clase. Él me preguntó dónde estaba mi camarote. Una vez allí, tras abrir la puerta, me empujó al interior, me atrajo hacia sí y me abrazó. Ese fue mi primer beso con un hombre.
P.M: ¿Se sintió violada?
En absoluto. Estaba subyugada. ¡Fidel desprendía una fuerza seductora enorme! No llegamos a hacer el amor, pero casi. Inmediatamente sentí ganas de volver a verlo.
P.M: ¿Cómo se reunieron de nuevo?
Yo regresé a Nueva York. Un día sonó el teléfono. Era Fidel, que me invitaba a ir a La Habana. Le contesté inmediatamente que sí. Al día siguiente, estaba en un avión de Cubana Airlines. En aquel momento era posible todavía hacer algo así. Fidel no se había echado en brazos de la URSS y los puentes con Estados Unidos no estaban aún rotos.
P.M: ¿Tuvo miedo?
Estaba aterrorizada, pero al mismo tiempo muy excitada.
P.M: ¿Qué decían sus padres?
No les conté nada.
P.M: ¿Cómo le recibió él?
Dándome vueltas en el aire. Me quedé con él ocho meses y medio, desde marzo a noviembre de 1959.
P.M: ¿Dónde vivía?
En la suite 2.408 del hotel Hilton, donde también residía él. Su hermano Raúl y el Che Guevara ocupaban las habitaciones de al lado. Hicimos el amor desde el primer día.
P.M: ¿Era un buen amante?
No demasiado. Era más interesante durante las caricias que durante el acto sexual propiamente dicho. Pero los dictadores son todos así.
P.M: ¿Cómo son?
Mantuve también una relación con Marcos Pérez Jiménez, hombre fuerte de Venezuela, y era igual. Fidel era un narcisista. Le encantaba mirarse al espejo mientras se acariciaba la barba. Le faltaba confianza en sí mismo o, mejor dicho, necesitaba ser adulado y mimado, como un niño pequeño.
P.M: ¿Lo que la hace hablar así es el resentimiento?
No, porque no le deseo mal alguno. Al contrario. A su lado tuve la impresión de ser una reina. Me decía: "¡Eres la 'First Lady' de Cuba!". Fidel sigue siendo el gran amor de mi vida.
P.M: ¿Cómo era en la vida cotidiana?
No seguía nunca una rutina. Salía sin avisar y sin decir por qué. También era muy bromista. Por ejemplo, nos encantaba burlarnos de los turistas, a los que observábamos desde lo alto de nuestra ventana del piso 24.
P.M: ¿Hablaron de boda?
No. Él me previno, de entrada, que no debía soñar con una boda. "Estoy casado con Cuba", me decía. Eso sí, yo tenía muchos celos, porque sabía que tenía aventuras, pero siempre volvía a mí. Nunca jugué a pedirle caprichos o a presionarlo, con él no funcionaba. Tenía que ser lo que él decidía.
P.M: Se quedó pronto embarazada. ¿Cómo reaccionó Fidel?
Primero, parecía completamente hundido. Al cabo de un rato me dijo: "Todo va a salir bien". E intentó calmarme, porque yo estaba muy nerviosa.
P.M: En el mes de mayo de 1959, usted estaba encinta y se encontró con un hombre, un tal Frank Sturgis.
Fue en el Hotel Riviera. Ese señor, al que no conocía, se me acercó y me dijo que él podía sacarme de la isla. Pero yo decliné su propuesta.
P.M: Se le presentó como un americano aliado de Fidel.
Lo que yo no sabía entonces es que era muy cercano a la Mafia, cuyos intereses defendía en los casinos de la isla. Llevaba un doble, triple o cuádruple juego. También se relacionaba con Batista, el exdictador al que Castro había derribado, y con la CIA, que seguía considerando Cuba como una colonia de EEUU. Cuando le dije a Fidel que había hablado con Sturgis, me ordenó que no volviese a verlo jamás.
P.M: ¿Fue este mismo Frank Sturgis el que le hizo descubrir el universo del contraespionaje y de la CIA?
Sí, y lo hizo sin que yo me diese cuenta. Me decía que podía ayudarme y, a cambio, me pedía muchísimas cosas. Para deshacerme de él, terminé por darle documentos que Fidel tiraba a la papelera y que, a mi juicio, no tenían interés alguno. Pero eso parecía satisfacerlo.
P.M: En octubre de 1959, usted bebió un vaso de leche y se cayó sin sentido al suelo. ¿Fue envenenada?
Sí, pero nunca supe por quién ni por qué. Fidel no estaba. Uno de sus colaboradores me llevó a urgencias y, después, organizó mi repatriación en un avión a Nueva York. No recuerdo nada más. Todo lo que sé es que me desperté en una habitación del hospital Roosevelt, en Manhattan, en un estado de semiinconsciencia.
P.M: ¿Y su hijo?
Me lo quitaron. Me dijeron que había sufrido un aborto, pero el ginecólogo de Nueva York me habló de un parto provocado. Lo del aborto era falso. El embarazo estaba casi a término y mi hijo nació cuando yo estaba en coma en Cuba. Es un chico. Creció allí y se llama Andrés Vázquez.
P.M: ¿Cómo puede estar segura, si no hay foto alguna suya?
Porque lo vi en 1981, cuando visité a Fidel por última vez, tras 20 años de separación. Eso sí, perdí la única foto que tenía de él.
P.M: ¿Cómo fue ese reencuentro con Castro?
Aceptó recibirme, pero se le notaba que no estaba a gusto conmigo. Le supliqué que me presentase a nuestro hijo. Entonces abrió la puerta y apareció Andrés. Se parecía a su padre. Sus manos y su rostro eran idénticos. Le di los regalos que le había llevado. Me dijo que estudiaba medicina. Mientras, yo no paraba de llorar.
P.M: ¿Mantuvo el contacto con él?
Al principio sí. Le escribía cartas. Pienso que las ha leído. Por mi parte, recibí un sobre con remite en la dirección que me había dado. Pero cuando lo abrí vi que estaba vacío.
P.M: Regresó a Cuba a finales de 1959 y se unió a los anticastristas. ¿Por qué?
Durante mi convalecencia, recibí la visita de unos tipos del FBI que me contaron horrores sobre Fidel. Y, poco a poco, fueron ganando mi confianza. Mi madre estaba de acuerdo con ellos. Era actriz, pero también trabajaba para ellos. Durante la II Guerra Mundial había comenzado a colaborar con el contraespionaje americano y nunca lo había abandonado. Ella decía que Fidel me había violado. Yo era una chica ingenua, enamorada, pero estaba hecha polvo. Y, en contra de mi voluntad, pasé a formar parte de los anticastristas. Fue entonces, cuando volví a encontrar a Frank Sturgis, que estaba ya en Estados Unidos. Al verme, me dijo: "Bienvenida a bordo".
P.M: Y la mandó a que asesinase a Fidel en 1961.
Eso es. Cogí un avión. Seguía teniendo todavía la llave de la suite 2.408, donde Fidel continuaba viviendo. Entré y Fidel llegó poco después. Se quedó estupefacto y dijo: "Oh, mi pequeña alemana".
P.M: ¿Le dijo usted que había ido a matarlo?
Sí, pero él ya lo sabía. Me tendió su pistola y yo la empuñé. Entonces, mirándome a los ojos, me dijo: "Nadie puede matarme". Tenía razón. Solté el arma y me sentí liberada.
P.M: ¡Los que la mandaron no debieron quedar contentos!
Estaban furiosos. Me explicaron que, si lo hubiese matado, no habrían tenido que poner en marcha la operación de Bahía de Cochinos [intento de invasión de Cuba, que terminó en un fiasco en el mes de abril de 1961].
P.M: Sin embargo, siguió vinculada al anticastrismo.
Sí, yo era espía. Y, en esta profesión, cuando se comienza no se para. Llegué a conocer en Miami, en una reunión de anticastristas, a Lee Harvey Oswald, que estuvo implicado en el asesinato de Kennedy. Pero no fue el único, estoy segura de que había otra persona. A mi juicio hubo un 'complot' para matar al presidente.
P.M: ¿De qué vive hoy?
De nada. Toda mi vida estuve vinculada, directa o indirectamente, a los servicios secretos, bien a través de mis amigos mafiosos o a través de empresas de seguridad y de detectives privados, como Wackenhut, una empresa muy cercana a la CIA. Hoy vivo en una ratonera en Queens, en un semisótano, con mi gato, mi tortuga y mi pez naranja. Sólo tengo un deseo: partir.
P.M: ¿A los 76 años, qué espera?
Quiero volver a Alemania con mi hijo Mark, que tiene 46 años. Él tiene un trabajo allí, porque va a dirigir un museo consagrado a los servicios secretos.
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