Los cubanos la llamamos de mil formas.
‘Cachita’, ‘Nuestra Señora’, ‘La Caridad’, ‘Virgen de la Caridad’, ‘Caridad del Cobre’, ‘Virgen del Cobre’, o “Virgencita de la Caridad”, como decía Miguel Matamoros.
Venerada en la Basílica Santuario Nacional de Santiago de Cuba, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre es la advocación mariana nacional.
Junto a San Lázaro, Santa Bárbara, Virgen de Regla y Virgen de las Mercedes, La Caridad del Cobre es un pilar básico de ese panteón depositario de la espiritualidad más sincrética, sufrida y milagrera de la Isla.
La aparición de una barca en la estampa de la Virgen cubana por excelencia resulta providencial, sobre todo teniendo en cuenta cómo con los años, sin proponérselo, los botes, las balsas, los balseros, las peligrosas travesías por mar, los naufragios, en fin, la emigración y el exilio, se han convertido en una de las cicatrices más profundas de la historia y la identidad cubanas.
Según la tradición más verídica, su imagen fue hallada en las aguas de la Bahía de Nipe entre 1612 ó 1613 cuando el negro Juan Moreno, de 10 años, y los hermanos indios, Rodrigo y Diego Hoyos, salían en una canoa a buscar sal.
Los tres observaron algo flotando en el mar, y al acercarse vieron que se trataba de una imagen de la Virgen María con un Niño Jesús en brazos y sobre una tablilla donde se leía: “Yo Soy La Virgen de La Caridad”.
De ahí fue llevada al hato de Barajagua, comunidad indígena de las cercanías, por lo que sus primeros devotos fueron aborígenes.
Luego pasó a la iglesia parroquial de las minas de Santiago del Prado, aunque en 1620 la verdadera patrona allí era Nuestra Señora Guía Madre de Dios de Illescas.
Su tercer altar estuvo en la capilla de un hospital para esclavos del cerro de la mina.
Ya en 1648 la trasladan a una ermita en el cerro de las minas, cuya devoción rivalizará con las de La Concepción y La Candelaria, aunque no demoró mucho en desplazar a estas dos y a mediados del siglo XVII sería la más venerada en todo Santiago del Prado: esclavos, negros, mulatos libres, indios de Barajagua y hasta funcionarios blancos de la administración de las minas del Cobre.
Desde sus inicios la rancia jerarquía eclesiástica y los fieles blancos santiagueros intentaron boicotear esta devoción: no deseaban en el obispado oriental el culto a una virgen de esclavos, negros e indios, y menos creían las leyendas que estos y algún que otro capellán relegado a Santiago del Prado transmitían sobre ella.
La promoción del culto a Cachita y el reconocimiento a su santuario del Cobre por parte del Cabildo catedralicio santiaguero comenzarían solo a finales del siglo XVII por presión de criollos de origen español procedentes de Jamaica, no de hacendados criollos orientales autóctonos.
La gradual criollización de la Virgen mediante el levantamiento de ermitas para su culto como en Sancti Spiritus (1717), Puerto Príncipe (1734), Quemados, La Habana (1747), no permite que todavía a finales del siglo XVIII hablemos de una Virgen cubana, pues la nación cubana aún no existía.
Cuando en el siglo XIX a la Iglesia Católica de la Isla le interesó afianzar su hegemonía evangelizadora por miedo a sublevaciones esclavas, esta comenzó a adornar los relatos del hallazgo de la Virgen para captar prosélitos y así estrechar los vínculos con su comunidad de fieles.
Así el indio Rodrigo Hoyos pasó a llamarse Juan Diego, y los ‘tres juanes’, de ‘esclavos’ mineros, pasaron a ser ‘pescadores’, cuando en realidad solo Juan Moreno era esclavo y los hermanos indios eran rancheadores.
La Iglesia, además, dramatizó el hallazgo de la imagen describiéndola como una aparición salvadora a tres pescadores a punto de naufragar en medio de una fuerte tormenta que les había sorprendido en el mar.
En 1884 el obispo de Santiago ordenó imprimir estampitas de la Virgen donde los indios y el negro fueron sustituidos por un Juan blanco, un Juan indio y un Juan negro, con lo cual la jerarquía eclesiástica deseaba mostrar su ascendencia sobre todas etnias de la Isla. En sucesivas versiones aparecerían un blanco, un mulato y un negro, o tres blancos, o tres negros, o los ‘pescadores’ llegarían a ser cuatro y no tres: dos indios y dos negros.
De todas estas, la representación que definitivamente cundió en la imaginería popular cubana fue la de ‘tres Juanes’ pescadores: dos blancos remando a cada extremo del bote, uno con barba y otro lampiño, y un negrito rezándole en el centro a la Virgen para que los socorra del naufragio inminente.
También la adaptación de los rasgos mestizos de la Virgen facilitó que los distintos grupos étnicos se identificaran somáticamente con ellas.
En el último cuarto del siglo XIX, la ética patriótica independentista se dedicó a justificar su sobrenombre de ‘Virgen Mambisa’ con anécdotas como las del nombre bautismal de un Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, con una medallita de la virgen del Cobre prendida siempre en su ropa interior a instancias de su madre; la de un Céspedes usando la tela azul del dosel de la imagen de la Caridad de su esposa para confeccionar su primera bandera; la de mambises con resguardos de la virgen del Cobre celebrando el 8 de septiembre en los campamentos y dedicándole coplas; la de peregrinaciones de exiliadas cubanas cada 10 de octubre para pedirle a Cachita la independencia de la Isla.
Pero a diferencia de la Guadalupana en México, la devoción por la Caridad durante las Guerras independentistas en Cuba solo fue un acompañamiento espiritual de la Virgen a sus fieles, nunca un estandarte político inspirador o el mito desencadenante de una cruzada patriótica.
Ni Céspedes, ni Agramonte, ni Maceo, ni Gómez, ni Martí, por masónicos, o por no considerarla símbolo de unidad criolla, y en cambio sí un tipo de culto cercano al catolicismo tradicional antindependentista, nunca utilizaron su devoción para movilizar la guerra separatista.
Durante la ocupación norteamericana en Santiago de Cuba, el Santuario fue víctima en 1899 de un saqueo de sus alhajas, el cual, tras opacas gestiones policiales, el general interventor Wood resolvió entregando las joyas al arzobispo cubano, quien las restituyó restauradas y desagraviadas a la imagen.
El 10 de mayo de 1916, a petición de los veteranos independentistas, la Virgen de la Caridad del Cobre fue proclamada Patrona de Cuba por el papa Benedicto XV.
A lo largo del siglo XX, Cachita también dejó una huella honda y alargada en nuestra cultura.
En 1930 ya contábamos con la película silente La Virgen de la Caridad, proyectada a la vez en las seis provincias del país. En la primera y más famosa radionovela de todos los tiempos, El Derecho de nacer, la negra Mamá Dolores no paraba de invocarla.
Ernesto Lecuona compuso una Plegaria a la Virgen de la Caridad, y el guion de la zarzuela Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig, alude frecuentemente a ella.
El cuaderno Nuestra señora del mar, publicado en 1943 por el poeta Emilio Ballagas, se inspira en la virgen del Cobre, y Ernest Hemingway le dedicó, en gesto votivo, la medalla de su premio Nóbel depositándola en su Santuario.
Aún, entre el grave deterioro de la iglesia de Baracoa, cerca de la Habana, es posible ver el mosaico veneciano con que René Portocarrero la representó.
En Miami, donde se concentra la mayor comunidad exiliada de Cuba, se consagró el 2 de septiembre de 1971 la Ermita de la Virgen de la Caridad.
En su viaje a Cuba en 1998, San Juan Pablo II la coronó como Patrona de Cuba.
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