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Las imágenes hablan por sí solas: decenas de cajas de cerveza de la marca nacional Cristal apiladas en una calle de La Habana.
En evidente contraste con los tristemente habituales problemas de abastecimiento de algunas de las tiendas donde se vende el considerado “oro líquido”; los negocios por cuenta propia acaparan unidades para la comercialización en sus instalaciones.
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La deficiente respuesta a la demanda del producto se relaciona, según la especialista de ventas de la Empresa Mixta Bucanero S.A., Mayle González, con “el auge del trabajo por cuenta propia y el creciente arribo de turistas a la Isla”, que han puesto en evidencia la poca capacidad productiva de las fábricas de la bebida nacional y han requerido la importación de al menos 5 millones de cajas de producto extranjero.
Pero estas no son las únicas causas del déficit de cerveza de factura nacional en las redes de distribución minorista.
La ausencia de un sistema eficaz y eficiente de comercialización mayorista y de redes de acceso a las materias primas por parte de los cuentapropistas de la rama de la gastronomía, contribuyen a ennegrecer un panorama donde -una vez más- quien posee más es quien puede comprar más y monopoliza, así, el control de determinados productos.
Los dispares poder adquisitivo y capacidad desembolso de los compradores al por mayor y de los clientes minoristas se traducen en un más que justificado descontento ciudadano ante las desigualdades que acarrean, así como la ausencia de las medidas regulatorias correspondientes.
Sin embargo, tanto los propietarios de negocios privados como los consumidores y compradores al por menor son, en realidad, víctimas de un mal sistema de gestión, de un deficiente mecanismo de distribución de mercancías y de una obsoleta industria que se ha quedado pequeña ante el crecimiento de la demanda y la proliferación de nuevas formas de emprendimiento e iniciativas privadas.
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