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En diversos reportajes radiales y televisivos, así como artículos de prensa plana, recientemente se mostró la preocupación social, generalizada, sobre todo de los Ministerios de Educación y de Cultura, con los varios problemas en la enseñanza de la Historia, sobre todo de la nacional, y en las enseñanzas primaria, secundaria y preuniversitaria.
En tales reportajes y artículos, numerosos jóvenes interrogados aseguraban que la Historia es aburrida, que no los motiva ni los conduce a indagar, cuestionar, admirar cuando sea preciso, o comprender el pasado para adentrarse en el futuro. Las clases suelen ser memorísticas y poco dinámicas y atractivas.
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También se apuntó, en general, que los libros de textos son malos, incompletos, tienen evidentes lagunas y zonas de silencio en determinadas etapas, sucesos y personajes, y por lo tanto conducen a una visión acrítica y simplista de los lectores y estudiantes, por ausencia de diversidad de perspectivas y enfoques.
En general, se aplica una visión del marxismo demasiado ortodoxa, que atiende sobre todo las estructuras sociales, económicas y políticas, pero presta escasa atención a la personalidad, a la anécdota esencia y enriquecedora, a las atmósferas sicológicas y culturales en que acontece “lo histórico”.
Los medios de comunicación suelen exponer meras repeticiones, también acríticas y esquemáticas, de la historia que se imparte en el aula, aunque últimamente hay gestos que cambiaron el panorama general, como, entre otros, la serie de televisión Duaba, concebida a la manera de un reportaje documental, y la columna de Juventud Rebelde, junto con los espacios televisivos de Ciro Bianchi, alguien cuya visión anecdótica y cubanísima de la historia nacional se ha vuelto paradigmática.
En Cuba, hay torpeza para socializar las buenas experiencias en la enseñanza de la Historia, y muy bien pudieran utilizarse en los medios, con mayor insistencia, las numerosas películas del ICAIC de tema histórico —hay algunas excelentes— o en las escuelas se pudiera interrelacionar las asignaturas como la biología y la historia, o la literatura y la historia, cuando se aborden las etapas republicana o colonial, y las biografías de José Martí o Carlos J. Finlay.
La enseñanza de la historia está presente en todos los niveles, y habría que revisar programas, mejorar libros de texto, preparar mejor a los profesores, porque si alguna asignatura es importante en el reforzamiento del amor por Cuba, y del sentido de pertenencia a un lugar, a una provincia y a un país, es la Historia.
De lo bien o lo mal que los estudiantes la aprendan, y la aprehendan, y la hagan suya, y se comprometan con sus derroteros, desde primaria hasta preuniversitario, también depende el futuro de cubanos conocedores de sus ancestros, de sus virtudes y limitaciones.
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