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Justo cuando a la cadena de cines habaneros le quedan tan pocos eslabones, cuando incluso la sala emblemática capitalina, el Yara, está cerrada por reparaciones, se están estrenando varias de las mejores películas realizadas entre 2014 y 2016. Entre ellas se encuentra sin duda, la húngara El hijo de Saúl.
Galardonada con el Grand Prix del Festival de Cannes, y ganadora del Oscar al mejor filme de habla no inglesa, El hijo de Saúl le restituye, parcialmente, el prestigio de que gozó la cinematografía húngara en los años setenta y ochenta, además de mostrar el tema del holocausto judío desde una novedosa perspectiva: las víctimas eran, también, obligados a ser victimarios, de modo que al rencor y la frustración se unen la culpa y los remordimientos.
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Saul Auslander (Geza Rohrig) es un prisionero de Auschwitz que trabaja como parte del Sonderkommando cuyos miembros son forzados a contribuir al exterminio organizando y limpiando los lugares donde se ejecutaban asesinatos masivos. El verdadero recorrido de héroe, espiritual, comienza cuando Saúl decide proveer un ritual funerario, acorde con las tradiciones judías, al cadáver de un niño, que, quizás, era su hijo.
A la notable tradición del cine de autor en Hungría, se acoge el debutante Laszlo Nemes, quien fuera asistente durante muchos años del maestro Bela Tarr, y por tanto tampoco resulta extraño que El hijo de Saúl presente algunos de los más impresionantes planos secuencias del cine contemporáneo.
Debe recordarse que tanto Bela Tarr como el también húngaro Miklos Jancso realizaron un cine de autor muy atento a los larguísimas secuencias, sin cortes, en complicados movimientos de cámara que maravillaron al mundo entero. Y por otra parte, el cine histórico, de reflexión sobre la historia nacional, y específicamente sobre el nazismo, aparece en las filmografías de Istvan Szabo (Confianza, Mephisto) o Marta Meszaros (Las herederas), entre muchos otros.
En El hijo de Saúl también destaca el trabajo con el sonido fuera de campo, que sugiere todo un correlato trágico, enriquecedor de las la historia central, y el sonido, gracias a Tamas Zanyi, favorece que el espectador vivencie el horror del campo de concentración tanto como las imágenes sombrías, y muy concentradas en los primeros planos del protagonista.
El filme húngaro confía, como los grandes clásicos del cine hecho en cualquier época y país, en el enorme poder de sugestión de las imágenes y del sonido, para describir la infinita fortaleza del espíritu humano enfrentado al desgaste de la soledad, y capaz de sobrevivir a las mayores catástrofes.
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