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Este año se cumplió una década de la muerte del querido actor cubano Manuel Armando Fernández Soler, una de las figuras más importantes de la radio, el teatro y la televisión en Cuba.
La fecha, que pasó sin penas ni glorias en la isla, nos hace rememorar a un multifacético actor que se inició en el arte desde la más tierna infancia (a los 11 años interpretó su primer papel dramático junto a una banda de música en un parque) y comenzó a dar señales de que poseía suficientes atributos para convertirse en el gran artista que fue.
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Son muchas los personajes que interpretó este inquieto actor con una de las trayectorias más sólidas del panorama cultural de la isla, donde fundó la primera compañía de teatro lírico en Matanzas, trabajó junto a personalidades como Rosita Fornés, Miguel de Grandy y Rita Montaner, entre otras y dirigió varias obras de teatro.
Como le sucede a la mayoría de los grandes actores cuyas interpretaciones los trascienden, Soler, en 1951, dejó de llamarse Soler. Ese fue el año que lo vio colocarse bajo la piel de Cholito, el hijo del Marqués de Neblina Clara, un personaje que dio un giro de 180 grados a su carrera y lo llevó a conocer una enorme popularidad entre los cubanos que lo acompañó hasta su muerte.
Tras el triunfo de 1959, “Cholito” participó en cintas históricas del cine cubano como Mella, Las aventuras de Juan Quinquin, El recurso del método, Los sobrevivientes, El siglo de las luces, y Nada, una de sus últimas incursiones en la cinematografía nacional.
Otra de sus interpretaciones que hicieron época fue en el programa humorístico San Nicolás del peladero. En este espacio costumbrista, que inició sus emisiones en 1963 y tuvo su última salida al aire 20 años después, defendió varios personajes y reafirmó sus cualidades histriónicas y su destreza actoral.
Soler continuó trabajando hasta sus últimos días. Muchos lo recuerdan, incluso los más jóvenes, por su papel en la serie Los abuelos se rebelan, en la que compartió roles con otra entrañable actriz, María de los Ángeles Santana. Recuerdo que ese programaba ponía a todos frente al televisor y los televidentes se desternillaban de la risa ante las bromas y las ocurrencias de estos veteranos actores.
Soler fue un actor que desbordaba energía y enfrentó las dificultades propias de la televisión cubanas con esa transparente sonrisa que siempre lo identificó. Su inquebrantable fe en su profesión lo llevó a dirigir en vivo zarzuelas, óperas y operetas y a fundar su propio grupo de teatro Compañía Soler-Camacho.
En 2006 se apagó este genio de la cultura cubana, pero sus personajes lo han trascendido en el tiempo. Y esa, sin duda, es la mejor señal de que su nombre se ubica entre los más grandes actores que ha tenido la isla.
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