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Una española que llevó a su madre a ser atendida en el Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN), en Cuba, se quejó con la prensa de su país de los altos costos del servicio médico en ese lugar, que contrasta con la buena atención humana por parte de sus profesionales.
En entrevista al diario El Español, Paloma Castro relata la experiencia vivida en el año 2004 cuando llevó a su madre a la isla caribeña para que recibiese tratamiento especializado por una parálisis supranuclear progresiva.
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"No le diría a nadie definitivamente que no fuera, pero tampoco le recomendaría que se endeudara para acudir allí", comentó Castro, quien asegura haber gastado más de 6 mil euros por la atención en ese centro.
Aunque cree que hay muchas cosas que España "debería imitar" del CIREN, la española atribuye gran parte de la mejora de su madre al “trabajo que hacen los pacientes, no hay nada milagroso".
"Había algunos jefes médicos endiosados, pero los enfermeros eran maravillosos". Sin embargo, considera que “el centro es un sacaperras para extranjeros de Europa" pues los latinoamericanos pagaran menos.
"Me parece bien que subvencionemos a gente que no tiene dinero, pero recuerdo a la hija de un magnate hotelero mexicano que tenía incluso servicio y que pagaba menos que nosotras. Si vas a redistribuir la riqueza, que el parámetro sea el nivel de ingresos, no la nacionalidad", explicó.
El CIREN ha recibido hasta el momento a unos 316 españoles convirtiendo a ese país en el primer emisor de pacientes en Europa, seguido de cerca por Italia.
Según El Español el costo de los tratamientos que ofrece la institución estatal para ciudadanos fuera de Latinoamérica ronda los 12.900 dólares para unos 35 días.
No todo es tratamiento médico, precisa la publicación, el paciente debe viajar con un acompañante, que se alojará también en alguna de las 11 residencias con 104 camas que componen el área denominada "de la Neurovilla".
El coste del alojamiento diario del familiar o amigo que viaje con el paciente asciende a casi 50 dólares, por lo que hay que sumar alrededor de 1.500 dólares al precio del tratamiento.
Paloma Castro también recuerda con desagrado las comidas. "Casi todos los días te ponían frijoles con arroz, a veces con bichos. También una loncha de una especie de mortadela; a veces daba pena ver la cara que ponía mi madre".
Muchas veces, asegura, acabaron saliendo a comer por los alrededores con otros pacientes, pagándolo de su bolsillo.
"Fue muy caro para lo que era y te lo vendían muy bien. Te lo ponen mejor de lo que realmente es y gran parte de la mejora es porque la persona trabaja mucho y porque la atención es muy personalizada", concluyó.
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