Es evidente que dentro de la mística de los revolucionarios históricos, un capítulo importante lo ocupa la infancia. Esa época forja el carácter, los orígenes humildes aportan una temprana conciencia de clase, y el dolor ante las injusticias vividas en carne propia te convierten en una suerte de quijote... pero no, FALSO.
El heroísmo revolucionario muchas veces nace, paradójicamente, en cuna burguesa. Por eso no puede generar más que extrañamiento y sorpresa la portada (y el interior) de uno de los libros infantiles presentados en la reciente edición de la Feria Internacional del Libro, en La Habana.
Se trata de la imagen de un niño que lidera a una pandilla de niñitos descalzos y de tez negra ―con cara de legítimos “mataperros” insulares― y todo ello presidido por un nombre que deja poco lugar a dudas: “Fidel, el muchacho de Birán” (Gente Nueva, 2016).
Sólo el apego enfermizo a construir el mito hasta en sus más insignificantes rincones, puede justificar este alarde de ficción.
Ángel Velazco, autor de estas historietas, obvia que la infancia de Fidel Castro distó de ser humilde, y que la enseñanza religiosa ―privada y pudiente― marcó su infancia y adolescencia.
Ante estás imágenes, no queda más que inferir que Fidel Castro en Cuba seguirá siendo por siempre ese mito delirante, enloquecido, que no conoce límites. Cómo, si no, puede entenderse que en la prensa cubana aparezcan fragmentos tan inclasificables como este:
"Quizá el haber sobrevivido a más de 600 atentados no es casualidad. Fidel tiene un aura protectora desde que estaba en el vientre de su madre, cuando una caída del caballo con siete meses de embarazo no afectó al feto".
En cuanto a esta historieta en particular, la Historia la olvidará…porque la ficción, en algunos casos, no compite con realidades aplastantes.
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