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Para gustos se han hecho los colores… y para sorpresas, los Clásicos. Desde aquella primera versión en que Cuba quedó vicecampeona –saltándose el libreto de cuanto especialista había en este mundo- hasta la actual, los resultados impensables no han dejado de darse en el máximo torneo beisbolero de selecciones nacionales.
¿Quién no recuerda los éxitos de China ante Taipei en 2009 y versus Brasil en 2013? ¿Quién le puso ‘delete’ en la memoria a aquellos triunfos italianos a costa de México y Canadá hace cuatro años? ¿Quién, de los inusitados patinazos de Estados Unidos o el avance puertorriqueño a la final ante República Dominicana?.
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Tal parece que esa palabra, Clásico, hay que escribirla con asombro. Una edición tras otra, se aparece un Don Juan de los Palotes esgrimiendo la espada de matar gigantones. Es la cíclica historia de David contra Goliat, llevada a los deportes.
Ahora lo hizo, antes que los demás, la (hasta hace muy poco) subestimada Israel. Que para ser honestos, es un segundo elenco estadounidense en el certamen. El equipo llegó sin que nadie fijara la atención en él y de pronto ganó sus tres juegos en la preliminar: derrotó estrechamente a Sudcorea, apaleó sin piedad a Taipei y después, ya con boleto para el otro tramo, se dio el lujo de vencer a la Holanda de los Simmons, Schoop, Profar y Bogaerts.
Eso, en el grupo A. El B, que era el de Cuba, estuvo cerca de presenciar una histórica clasificación de Australia (por fortuna el milagro no se obró), y en el C, Colombia debutó con ropas de cordero y hasta el décimo inning de su encuentro contra el USA Team tuvo abiertas las fauces en plan lobo.
Que alce la mano aquel que lo predijo, para decirle mentiroso. Fue emocionante, heroico, inconcebible, que una escuadra que se estrena en estas citas amordazara a unos norteños donde juntan sus armas Arenado, Posey, McCutchen, Stanton, Adam Jones… Que los tuviera sin un hit hasta las inmediaciones de la sexta entrada. Que tan solo cediera en extrainning.
Por último, la llave D tampoco quedó huérfana de algún suceso inopinado. Y nuevamente correspondió el honor a Italia, otra vez con los aztecas como víctimas en un partido de corazones rotos: México arribó al capítulo de cierre con cuatro carreras de ventaja, en el montículo tenía a Roberto Osuna, pero eso no impidió que los peninsulares pisaran cinco veces el home plate y sentenciaran definitivamente la pizarra.
¿Llegarán más sorpresas en los próximos días? No lo dudo. A fin de cuentas -más vale que no se nos olvide nunca-, esto es el Clásico.
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