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Era una de las épocas pródigas vividas por la pelota cubana, aquella de las décadas del 70 y 80 del siglo pasado. Además de Industriales, el equipo insignia, otros elencos embravecían el panorama beisbolero de la Isla.
Entre ellos, un verdadero acorazado de coraje, empuje, era el representativo del centro del país: Azucareros. Antonio Muñoz, Héctor Olivera (padre), “Cheíto” Rodríguez, Pedro Jova hilvanaban una historia de triunfos, muchos de ellos espectaculares.
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A aquella inicial pléyade perteneció nuestro entrevistado de hoy: el torpedero Adolfo Borrell.
“Nací el trece de julio de 1953 en la ciudad del Cienfuegos, en el barrio La Gloria. Entonces en Cuba se practicaba mucho deporte, no solo la pelota. Baloncesto, voleibol, atletismo compartían con el béisbol las preferencias de los muchachos. De ahí que el campo y la pista hayan sido mi primera opción cuando entré en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) de la entonces provincia de Las Villas que radicaba en Santa Clara.
“A los diez años comencé e intervine en cuatro versiones de los Juegos Nacionales Escolares. Me trasladé de EIDE hacia la de Cienfuegos y cambié los 60 metros con vallas por el béisbol. Mi primer entrenador en nuestra pasión nacional fue Juan Yeros.
“Jugábamos en el antiguo terreno sureño Luis Pérez Lozano. Siempre quise ser short stop porque mi ídolo era Juan Emilio Pacheco, jugador alto y delgado como aunque no desdeñaba la segunda y la tercera bases; siempre el cuadro.
“En la edad juvenil me desempeñé en la antesala y al Mundial de esa categoría en el 1970 fui como utility de aquel gran equipo, del que salieron tantas estrellas, y que me depara uno de los mejores momentos de mi carrera.”
Adolfo Borrell transitó por trece Series Nacionales y seis Selectivas: bateador de buen tacto se ponchaba muy poco; a la defensa era un torpedero de buenas manos y colocación, que convirtió en un verdadero arte el fildeo hacia adelante. Era el cienfueguero un pelotero inteligente, de esos que sabían siempre lo que había que hacer, a dónde tirar. En total jugó con cuatro equipos, según el torneo, pero debutar con Azucareros lo signó para toda la vida.
“No era fácil. En mi primera Serie Nacional dirigía el entonces muy exitoso mánager Sergio Borges, quien situó en el campo corto al estelarísimo Pedro Jova, y, por supuesto, no se equivocó. Jova, además de ser mi hermano y amigo, es de los mejores torpederos que hayan pasado por la pelota cubana.”
No obstante, Borrell lograba “colarse” haciéndose un jugador muy útil. “Todavía recuerdo cuando salí de emergente en el 78 y ganamos el título. Teníamos mucha combatividad. Si perdíamos, nadie comía, nadie hacía un chiste, nadie podía dormir. Y cuando los grandes bateadores entraban en slump, ahí veníamos Albertico Martínez, el cátcher, y yo, a levantar al equipo. O sea, no había baches. Salíamos a darla, todo el tiempo.
“Sobran anécdotas. Ese inmenso lanzador que fue José Antonio Huelga, me decía que lo levantara media hora antes del inicio del juego, después de un fuerte entrenamiento o de venir de cubrir un largo trayecto, se levantaba y le daba 9 ceros a los Industriales. El Duke Hernández padre, que jugaba todas las posiciones e incluso lanzaba; Oliva se dejaba golpear cuando había necesidad, sabía buscar el desbol, y muchas cosas más.
“Salíamos de un equipo fuerte y entrábamos en otro. Había calidad concentrada. Mis respetos para Santiago de Cuba y Pinar del Río, pero el conjunto más inteligente de la pelota cubana es, sin dudas, Industriales. Era casi imposible superarlos en astucia. La inventaban en el aire. Sabían jugar béisbol. Yo era muy feliz jugando contra ellos haciendo la combinación de segunda con Jova en el campo corto.
“Precisamente contra los azules fue mi momento más triste: un ponche con el empate en tercera y la ventaja en segunda, pero el Brujo Rivera estaba que cortaba y dio escón de ponches.”
Adolfo Borrell fue campeón en las Selectivas de 1978 y 1983. Jugó, además de con Azucareros, con Arroceros, Las Villas y Cienfuegos, equipo este último con el que concluyó quinto en 1981. Una novena que integraba a excelencias como Cheíto, Muñoz, Olivera, Sixto Hernández y José Rossel.
“Tuve el orgullo de retirarme en un juego Ciudad Habana-Las Villas en Cienfuegos, en el cual se le rindió homenajes a ese grande que es Agustín Marquetti, quien ya había anunciado su retiro del deporte activo. Es un momento inolvidable, indescriptible. Por cierto ese día, René Arocha, realizó su último lanzamiento en la pelota cubana, antes de jugar en la MLB.”
Trabajó Borrell como entrenador, primero en las categorías escolares y juveniles, y luego equipos de Series Nacionales y Selectivas. “Ser entrenador de compañeros que jugaron contigo en el mismo terreno es complejo. Inolvidable aquella Selectiva de 1989. Fue en el Genaro Melera de Jatibonico.
“Yo era el coach de primera base. Los azules pusieron el campeonato en punto de mate, ganando el sábado; pero nosotros nos impusimos en el doble del domingo, obligamos a un juego extra en el Latino, y ganamos el título: el jonrón del Gigante del Escambray; el Latino, repleto, no daba crédito a lo que veía.
“Para mí representó esa serie un gran reto pues tenía que dar los viajes desde Cienfuegos a Villa Clara, levantándome a las cuatro de la madrugada, estudiar la Licenciatura en Deportes, y regresar en la noche para jugar. Pero valió la pena”.
Un tema del cual no se cansan de hablar mis entrevistados y que cada vez vemos más lejano: un equipo CUBA con todos los cubanos. “Claro que estoy de acuerdo con que todos los deportistas cubanos puedan representarnos con nuestra bandera, pero eso por ahora no parece una realidad cercana. Sobre el Cuba todos estrellas, hay por lo menos tres por posición; Cheíto y Linares en la antesala; Muñoz y Marquetti, en la inicial, por solo citar dos ejemplos.”
Borrell lleva ocho años viviendo en Italia, primero como técnico enviado por Cuba Deportes, y luego, casado con una italiana, permaneció en la península.
“He tenido grandes resultados tanto entre los infantes como en los mayores. En esta última categoría fui campeón de Italia en el dos mil 11.”
Borrell es un hombre pleno, feliz. Con una nueva pareja mira con optimismo el futuro sin olvidar a sus cuatro hijos: Andy, Adolfo, Adrián y Esther, así como cuatro nietos, quienes viven en Miami, España y Cuba.
El cienfueguero es un ejemplo de constancia y dedicación, y confirma a diario que su amor por el béisbol crece día a día, a partir de aquella mañana que entró en el terrenito “Pérez Lozano” de su natal Perla del Sur.
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