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Una sola película puso a cantar a todo un país al son de canciones que parecían olvidadas, y los cubanos del Periodo Especial, en 1997 y 1998, descubrieron el alivio de la nostalgia.
Zafiros, locura azul fue un caso completamente excepcional en el cine cubano del ICAIC. Producida desde Estados Unidos, por Hugo Cancio, con guión coescrito por Raúl Macías y el ex Zafiro Miguel Cancio, y con música de Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galván (hija de Manuel Galván, director artístico de Los Zafiros durante muchos años) el filme representaba un acto de justicia para los miles, millones de cubanos que recordaban con cariño al célebre cuarteto.
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En el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano correspondiente a diciembre de 1997 se había estrenado Zafiros, locura azul, y de súbito, sin demasiado trámite, se convirtió en el filme más popular de un evento donde fueron premiados filmes tan valiosos, y populares, como los argentinos Martín (Hache) y Cenizas del paraíso, el cubano Kleines Tropikana y el brasileño Un cielo de estrellas.
El público salía cantando del cine, cantaba dentro del cine y afuera, repitiendo en un eco sin cesar aquellos estribillos (Ofelia, tú no comprendes, no…; Habana, hermosa Habana, He venido a decirte que te sigo queriendo, y varios más) que parecían extraviados en la memoria y que les había devuelto la puesta en escena correcta, discreta e intencionada de Manuel Herrera, la fotografía de Raúl Rodríguez y la edición de Manuel Iglesias.
A los actores les tocó la recompensa que reciben los grandes histriones cuando se atreven a reinterpretar un mito, y lo hacen desde el respeto y la profesionalidad, porque los Zafiros habitaban en ese espacio de la memoria colectiva donde se aposentan solo los artistas legendarios, míticos, y así lo entendieron Luis Alberto García, Néstor Jiménez, Bárbaro Marín y Sirio Soto, dispuestos a ponerle rostro y alma a los creadores que consiguieron renovar la música cubana asumiendo, sin complejos, las influencias foráneas. Al grupo de autores, se añadió Juan Antonio Leyva, encargado del papel de Galván.
Veinte años después, puedo escribir lo mismo que publiqué en marzo de 1998, cuando todavía se exhibía en La Habana y escribí en Juventud Rebelde: “Esa copia única de Zafiros, locura azul, exhibida en un único cine capitalino, tal vez sea recordada por largo tiempo como suceso cultural y sociológico, tentativa reveladora, si bien esporádica, de un cine nacional que se quiere hondamente popular. Reminiscente de pasados tiempos, la película ha devenido nítida celebración de la música que nos ha mantenido juntos, e identificables, como nación”.
Zafiros, locura azul es un poco crónica festinada, y otro tanto relato efectivo, de ese suceso que en su tiempo marcó el famoso cuarteto, cuya mitología y leyenda se alimenta desde todas las aristas posibles, sobre todo a partir del empeño de los guionistas por rememorar el nacimiento del mito, sus primeros y grandes pasos.
Mientras Cuba sea epicentro de ritmos y melodías, mientras se repita el cimbrear de una cintura, Los Zafiros y La Caminadora volverán a repicar en la espiral de estas canciones para siempre dispersas por las cuatro esquinas de la memoria y sus nostalgias.
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