No son tiempos de bonanza para Josep Guardiola al frente del Manchester City. Su apuesta por el toque y la posesión de balón, contracultural al folclore del fútbol inglés, apenas cuenta con un puñado de éxitos de valor espaciados en el calendario.
En una temporada que se presagiaba promisoria, el City habita la cuarta posición de la Premier descolgado de la lucha por el título y ha sido eliminado en octavos de Champions por un Mónaco con menos nombres, pero mucho mejor rodado. Las cuentas son simples: Pep llegó a Manchester con el cartel de mejor técnico del mundo y, de momento, no mejora a su cuestionado predecesor, el chileno Manuel Pellegrini.
Aunque Guardiola acumula poco más de un semestre al mando de los ciudadanos, ya comienza a tomar vuelo el discurso de sus detractores. Cabe preguntarse entonces si Guardiola, además de un revolucionario del fútbol, es el técnico extra clase del Barcelona y el Bayern o si el éxito de sus gestiones pasa por dirigir plantillas encabezadas por Messi, Iniesta, Robben o Lewandowski.
Analizando sus anteriores procesos, Pep tomó a un Barcelona roto en su última etapa con Frank Rijkaard, pero que disponía de la mejor nómina de Europa y de un Messi en pleno ascenso. La historia es conocida: al mando de Guardiola, el Barça lo ganó todo ofreciendo una de las mejores versiones que se le recuerde a un club de fútbol.
Luego, en 2013, cuando muchos daban por hecho su aterrizaje en la Premier, el estratega catalán sorprendió optando por asumir menos riesgos al frente del Bayern de Múnich, que terminó alcanzando un triplete con Jupp Heynckes y que, normalmente, compite contra sí mismo en la Bundesliga.
El método Guardiola, aplicado a plantilla del Bayern, sobró para reinar en Alemania, pero no para levantar la Champions, donde en tres temporadas no pasó de semifinales, eliminado a manos de los tres grandes de España: Madrid, Barça y Atlético.
En Múnich, Pep engordó sus vitrinas con nueve títulos y mantuvo su aureola ganadora, pero no faltaron los roces y cruces de declaraciones con algunos históricos del club bávaro que forman parte de su junta directiva, más habituados al vértigo y al fútbol directo.
Llega entonces el reto del Manchester City, un elenco menos sólido de lo que advierte su nómina pero que, con Mancini y Pellegrini, había levantado dos veces el banderín del campeonato inglés en los últimos cinco años.
En ese sentido, el proceso del City vive una especie de meseta con Pep. Como era de esperar, los ciudadanos exhiben los mejores porcentajes de posesión de balón en Inglaterra, pero también una visible fragilidad defensiva. Le sobran jugadores con capacidad individual (Agüero, Sterling, Sané, De Bruyne) pero no los de corte asociativo (David Silva). Si a ello se le agrega que su apuesta para comandar la defensa, John Stones, ha sido uno de los fracasos del mercado y que el cerebro del mediocampo, İlkay Gündoğan, pasa más tiempo en la enfermería que en la cancha desde su época en el Dortmund, entonces no sorprende que el mejor pasaje de Pep en lo que de temporada haya sido una victoria en Champions ante el Barcelona jugando al contragolpe.
Si se tiene cuenta que en Inglaterra la mayoría de los clubes predican lo mismo: verticalidad, transiciones rápidas de un extremo a otro de la cancha, se defiende en las áreas, el centro del campo no existe y, por tanto, gana el que más corra, llama la atención que Guardiola no le haya tomado la medida a una liga como la Premier, donde, a pesar de la competitividad, se evidencia cierto estancamiento táctico desde hace varios años.
Fuera de lo estrictamente deportivo, a Pep también se le ha visto a disgusto en varios momentos de la temporada, con reproches a jugadores, árbitros y desencuentros con los medios de comunicación, facetas más propias de técnicos de otro corte. Quedará por ver si en lo futbolístico, con dos años más contrato, logra consumar el salto cualitativo del proyecto del Manchester City o si, por el contrario, cambia su estela de técnico exitoso por la de otro ciudadano común y corriente.
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