Karla María Pérez, la joven cubana expulsada de la Universidad de Villa Clara "Marta Abreu", narró cómo fue el día en que se produjo su expulsión del centro académico.
La estudiante de 18 años fue separada de forma arbitraria de sus estudios de Periodismo por colaborar con el movimiento disidente Somos +.
Llegó a ser acusada de "contrarrevolucionaria", de "ser el enemigo" y de "ser una mala persona" por varios estudiantes integrantes de la Federación Estudiantil Universitaria.
A continuación reproducimos el relato de su marcha de la Universidad:
El viejo Moscovich blanco gritaba, superaba el ruido normal de los carros criollos. Ensayé que dormía durante el viaje, y uno de esos cabezazos fue interrumpido. Llegué.
La inmensa Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas. Sentirla cercana por 7 meses y posiblemente no sentirla más será mi mayor derrota. Los pasillos heterogéneos, las caminatas, mis amigos (ni “reclutados”, ni “manipulados) del café, del sueño y de siempre. Bueno, llegué.
Y la comparsa del profesor, funcionario, señores con camisas a cuadros y alguna camioneta rara, me estaban esperando.
En la entrada. Como señal divina y real y cruda de no poder caminar sola por esa institución, sin ser escoltada. -Buenos días, ¿usted es Karla? - se preguntaba y me preguntaba sarcásticamente el vicerrector de la Universidad, como si él no estuviera irritado de escuchar sobre "mi caso" y como si yo no estuviera cansada de tanta ironía de la mala.
Primero “me dirigieron” al Decanato de mi Facultad, donde nos aborda la Decana, Osneidy, muchacha joven relativamente, incluso bonita, pero a la vez protagonista de esa hoguera por la que transito. Dirá ella que la protagonista soy yo, por “mercenaria, enemiga y contrarrevolucionaria”. Ahora se sumaba uno(a) más a la comparsa. Seguíamos el recorrido; yo distraída, callada, recordando los ratos felices en aquel microclima, y también, cómo empezaron las preguntas, interrupciones en clases y en pruebas, y hasta las voces de "¿expulsión?, no, no, qué va, aquí nadie ha hablado de eso".
Al fin, arribamos al lugar del “Tucutún”. “Tucutún” ensayado, gritado por Facebook y por ahí. Oficina elegante. Mesa enorme de madera fina y el aire acondicionado, para refrescar. Nos sentamos todos en las cómodas sillas y después, como si hubiera “bajado” una orden de “más arriba”, les pidieron a mis padres que esperaran fuera.
Ellos afuera y yo adentro, frente a la Decana y a Mercedes, asesora jurídica.
La primera lee el documento y mi cabeza parece haberlo escuchado antes, como las consignas y los argumentos fantasmas del martes 11 de abril. Termina. - ¿Tienes dudas? - espeta Osneidy. - ¿Cuántos días tengo para apelar? ¿Dónde puedo recoger mis notas del primer semestre y mi certificado de inglés? –dije.
Pero solo pensaba en las letras mayúsculas del papel: EXPULSIÓN DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR. Y me preocupaba por mi maleta con mis sueños y mi título de pre-universitaria (Bachiller), y por Cuba. Mas no me dejo de repetir: ¿Cómo estas personas duermen hoy, y ayer y mañana?.
Salí de allí, vi a mamá y papá. Nada de sorpresas. Estábamos preparados, aunque esta situación sin nombre nunca encajaría en la mente humana. Necesitaba ir a mi albergue. Había dejado pertenencias a pesar de vivir fuera de la Universidad desde hacía meses. Motivos obvious.
Y adivinen, el desfile de comparseros continuaba a pasos míos. Ya me resultaba increíble, extraño y cómico. Subieron los cuatro pisos del edificio conmigo, y casi ayudan a mi madre para agilizar "la recogida". Al menos ejercitaron las piernas. Bajé y bajaron. Salí de los límites de la escuela y salieron. Crucé la calle y cruzaron. Demasiado, pienso yo.
Llegó Maikel, el periodista y nos fuimos en el carro de los estruendos. Que no alcanzó ni 80 metros para poncharse una goma. Terrible. Una con ganas de aterrizar en su casa. Nos bajamos y… todavía nos miraban desde lejos. Los profesores tenían tarea especial, de impacto ese día. Listo. Carro en marcha. Hablaba con Maikel por el camino, le contaba de la persecución y del documento. Fuimos a empacar otras cosas que quedaban en el sitio donde vivía. Las fotos, los libros, los meses.
Y regresé a Cienfuegos sin exclamaciones. Solo con la historia de unas semanas de destrozos. Solo con mi resolución más firme y con mi almohada aguardando.
Yo sí dormí.
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