Si hay algo que es evidente en toda esta historia es lo bien que le va al G2 cubano. Porque cuesta trabajo creer que la controversia suscitada por la quema de la bandera cubana por un grupo de venezolanos sea producto de la casualidad y sí es así, habrá que decir - qué suerte tienen. Porque si hay una comunidad que ha apoyado la causa democratizadora venezolana ha sido precisamente la comunidad militante cubana del exilio que añora una Cuba sin los Castros, también libre.
Sin embargo, voces libertarias cubanas y cubanos en general se han auténticamente ofendido por este hecho, alegando que la Revolución es una cosa y la bandera es otra, que el gobierno de Castro no nos representa, pero la bandera cubana sí, como si tal cosa, solamente no fuera posible por medio del engaño de la mente, sin ninguna relevancia práctica, porque simplemente si no tienes patria, muy difícil que tu bandera sea la bandera oficial de tu patria.
Pensar lo contrario es sencillamente incongruente, es imponer una ficción deseada a la realidad. Porque Cuba hoy tiene dueño y es manejada corporativamente por una familia que la considera su coto privado por derecho propio y ese coto está abanderado.
La incongruencia se acentúa más, si es un hecho que la mayoría somos nacidos después del error del 59, por tanto, la otra Cuba con la misma bandera la conocemos de oída, no así el brutal adoctrinamiento que sufrimos todos en mayor o menor medida, que a la par incluía y aún incluye el aprendizaje de un respeto estricto y solemne a esa bandera.
Bandera que abandera al castrismo oficialmente, bandera que han usado en cada desfile, ya sea este militar o en las cantaletas de las innumerables marchas “del pueblo combatiente” y mítines de repudio, incluidos aquellos de 1980 en contra de los que decidieron, o los hicieron decidir, abandonar el país, bandera que usó el último reducto de cubanos para inmolarse en la islita de Granada en 1983, para no caer prisionero ante la 82 división de la marina americana (eso fue tremendo tupe, pero así lo informaron oficialmente y hasta ahora nunca ha sido desmentido), bandera que estaba presente en cada hotel donde no se podía pasar por el simple hecho de ser cubano, bandera que ondea en cada representación diplomática, que se toma la atribución de decidir quién puede o no ingresar al país sin importar que, por nacimiento, le asiste ese derecho sin que tenga que mediar aprobación alguna.
Y fue también la misma bandera que cobijó la caja de las cenizas de quien tú sabes.
La realidad también nos dice que la bandera cubana se asocia con una de las intromisiones más detestable que se ha producido en este hemisferio, bandera bajo la cual se cocinó la imposición de un “presidente” a todas luces anticonstitucional y, también, peligrosamente estúpido. Nicolás Maduro es hoy la cara responsable del caos y la ruina en Venezuela, país que antes del chavismo era más o menos próspero y con cierta tradición democrática.
Si hay una bandera que ha estado involucrada en oscuras tropelías domésticas y externas, esa es precisamente la bandera de Cuba, que ondea oficialmente desde 1902, y desde 1959 forma parte indisoluble (nos guste o no) del andamiaje de adoctrinamiento y propaganda castrista, hace ya 56 años y contando. Nadie en la historia de Cuba la ha usado más que ellos.
Aquella cancioncilla de las marchas fidelistas de los 80s que expresaba “viva nuestra bandera, viva nuestra nación, viva la revolución”, no es más que el resultado del “melting pot” ideológico castrista; no existe manera de separar cada concepto individualmente sin que se contamine el uno con el otro, el castrismo lo ha fundido todo, se ha adueñado de todo, lo ha arrasado todo, desde que la mayoría tiene uso de razón. Es de entender, entonces, que suframos consecuencias por ello.
Hasta que no recuperemos como pueblo los destinos del país donde nacimos, los símbolos patrios continuarán embargados; sencillamente no son nuestros, aunque así lo quisiéramos. No nos engañemos, ellos fueron los que nos enseñaron desde niños a respetar esa bandera en esos matutinos infernales donde también gritábamos “pioneros por el comunismo, seremos como el Che”.
Si en Cuba fuera posible alguna vez enterrar al castrismo, también deberíamos intentar deshacernos al menos de sus símbolos más importantes. Cabría preguntarse si sería, entonces, necesario desechar o modificar la bandera de Narciso López que tan contaminada, domada y al mismo tiempo esclavizante, ha resultado como consecuencia de la tutela castrista.
Una nueva Cuba libre, democrática y próspera requerirá seguramente de símbolos nuevos.
El castrismo, que se cree eterno y, de cierta manera, lo ha sido, seguirá ondeando su bandera (la que creemos también nuestra), hasta que nosotros no seamos capaces de pagar el precio que supone quitarlo.
En el ínterin también hay que entender que Venezuela es una víctima del castro-comunismo, como también lo somos nosotros; no a la inversa, como algunos han sugerido. Como cubanos libres, no deberíamos abandonar el apoyo a ese bravo pueblo que ha dicho, NO más dictadura, NO más cubanos interventores, NO más comunismo.
Por la libertad de Venezuela, bien valdría una bandera, a lo mejor ¿y quién sabe? con su victoria también se estuviera gestando la nuestra.
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