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Nicanor, entre los indios y los cowboys

La maquinaria gubernamental cubana, el diligente apparatchik, sigue vendiendo su mensaje de gusanera anexionista, mayoritaria, todopoderosa. Y los cubanos aquellos, sean indios o cowboys, lo siguen comprando.

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Este artículo es de hace 6 años

¿Qué Luis Alberto García se ha equivocado? No sé. Depende de cómo lo mires.

Depende de si estás con los indios o los cowboys, y eso, en este caso, no es tan simple de determinar. Te explico por qué.

Porque en esto que se ha dado en llamar “el tema cubano” hay un problemilla: los cubanos de allá, los que viven en la candela, están cada día más distanciados ideológicamente de los cubanos de acá, los de la Yuma o la Llama.

Y por eso es tan divertido escuchar a los mártires del exilio hablar a nombre de un pueblo de Cuba que no les reconoce, ni respeta, ni admira. Aunque en muchos casos sí haya razones para respetar.

Los cubanos de la Isla respetan y admiran y reconocen a Luis Alberto García. ¿Saben por qué? Para empezar porque él no se fue, al menos todavía. Él está allí. Y no solo está: él les hace la vida mejor.

Anda de computadora en computadora, de USB en USB, lo mismo en la montaña de películas que tiene en sus hombros, que saltando de casa en casa siendo Nicanor O´Donnell y diciendo, en esos folclóricos y mordisqueantes cortos de Eduardo del Llano, lo que demasiados panaderos, pintores o bicitaxistas quisieran poder decir a voz en cuello. Nicanor está allí. Haciéndolos reír, o llorar, o pensar.

Para ellos, Luis Alberto es algo.

Y Ninoska Pérez, Cary Roque y Miguel Saavedra, son la gusanera. Entendámoslo de una puñetera vez. Esa es la equivalencia.

Que nadie se haga masturbaciones neuronales: los cubanos de allá, los muchos millones, siguen viendo a Miami así. Al exilio de Miami. Y no importa que les digas que Miami es más que el Versailles y que La Pequeña Habana, que es una ciudad cada vez más multicultural, cosmopolita, plural; una ciudad que votó por Hillary Clinton aunque los cubanos votaran por Donald Trump.

La maquinaria gubernamental cubana, el diligente apparatchik, sigue vendiendo su mensaje de gusanera anexionista, mayoritaria, todopoderosa. Y los cubanos aquellos, sean indios o cowboys, lo siguen comprando.

Así que cuando Luis Alberto García, un actor tremendo y un tipo genial (quieran admitirlo ahora muchos o no) escribe su sarta de ingenuidades (sí, Luis Alberto, eso creo), y habla de Davids y Goliaths sin notar la ingente manipulación de la que también él está dando pruebas fácticas, hay que darse cuenta de algo: los malos han ganado la pelea de la semiótica y las apariencias.

Si alguna encuestadora seria e imparcial lograra elaborar un informe desde dentro de Cuba, los resultados –mi reino en esa apuesta- serían aplastantes: 90% de los cubanos piensa como Luis Alberto García.

Saben en sus conciencias que tienen un gobierno pésimo, pero no quieren que los gringos decidan por ellos. ¿Nacionalismo, provincianismo? Llámale como entiendas. Pero es un hecho. That´s a fact. Eso lo afirmo yo que sí soy un apátrida orgulloso, y que siento más amor por la Time Square de Manhattan que por el Parque Céspedes del Bayamo donde nací.

Los de allá detestan a la Brigada 2506, a la que llaman “los mercenarios de Girón”, y en consecuencia detestan el Teatro Artime donde Trump ofreció su olvidable discurso. Detestan la simbología de anexión. Detestan que Antúnez y Cary Roque hayan bendecido el discurso de Trump. Detestan la idea de que Goliath quiera rendir por hambre a David.

Porque esa es la historia que les han contado. Sesenta años de manipulación ininterrumpida algo deberán provocar, digo yo.

Ellos no saben -y lo digo con conocimiento de causa- que acá están las verdaderas víctimas. Los sobrevivientes con heridas y escaras y llagas purulentas. Ellos, los indios o cowboys de allá, solo saben que no están con este mensaje de mano dura que aplaude el “exilio histórico”, aunque ese mismo exilio histórico insista en que, te lo juro, habla a nombre de ellos, el pueblo de Cuba.

La brecha es irreconciliable: en La Habana no hay presidente más popular que Barack Obama; en Miami, para los cubanos, Kim Jong Un cae mejor que Barack Obama.

Yo solo sé que respeto a Luis Alberto García. Y no por esta incendiaria, muy corregible y panfletaria diatriba, donde incluso llega a confundir a sus propios personajes (“Porque si David se pone guapo, por muy grande que sea, Goliath no come miedo”, dice. Que alguien le precise a Luis cómo se llamaba cada quién en la parábola bíblica, please).

Lo respeto porque entiendo la psicología de ese pueblo, porque conozco lo que provoca el sentimiento patriótico o patriotero de “que nadie me venga a decir cómo hacer lo mío en mi casa”, y porque lo conozco personalmente a él.

Luis Alberto me abrió su apartamento hace unos 7 años, sin tener ni puta idea de quién era aquel curioso estudiante de periodismo que se le plantaba con una grabadora delante; respondió una avalancha de preguntas mías con su lindísima bebita recién nacida al hombro, y con una honestidad y desenfado que lo mismo le llevan a decir “Este Gobierno es una mierda”, que a soltar el cursi enredo ese de gigantes y enanos con tirapiedras.

Luis Alberto no solo es un descontento: es un disidente, en la acepción más extensa de ese término. Quienes hoy, desde la comodidad de sus sofás en Hialeah y Kendall, le llaman comunista y arrastrado jamás dijeron en una reunión del sindicato de sus trabajos lo que Nicanor ha dicho en su serie de cortometrajes, ni lo que Luis Alberto ha publicado en otras cartas punzantes.

Que esta última no es la única. A ver si hacemos la tarea, folks.

Los verdeolivos de La Habana han sido efectivos presentando este escenario: País enorme contra País pequeñito. Y de paso, han anulado el escenario real: Gobierno enorme, imperfecto pero democrático, atendiendo reclamos de cubanoamericanos que les dieron sus votos, contra un Gobierno pequeño, de país pequeño, pero brutal, ineficaz, dueño y señor de toda una isla por voluntad familiar.

Ha sido más eficaz la dictadura familiar cubana sembrando nacionalismos, miedos de anexión, odio a quienes los combatieron con armas, que el exilio de Miami vendiendo su verdad. En ese departamento de marketing todos deberían estar despedidos.

Si un intelectual indudablemente inteligente como Luis Alberto García no es capaz de desligarse de esa tontería de Goliath queriendo aplastar a David (si este gigante lo hubiera querido, ay Nicanor por tu madre… no jodas, asere) este episodio solo demuestra la fractura irreconciliable que hay entre las dos orillas en mentalidad, ideología y realidad objetiva.

Aunque una orilla de cowboys sea la que pague las recargas de los teléfonos de los indios. Y aunque los indios quieran, en masa, terminar viendo cómo viven del otro lado los cowboys.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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