Una de las particularidades en el habla en que continúan bien diferenciadas las procedencias de los cubanos es en la manera de referirse a Fidel Castro Ruz, aunque este haya ido a morar al Olimpo del nunca más.
Están los que le llamaban Fidel y quienes se refieren a él como Castro. Con Raúl pasa algo similar pero mucho más atenuado, desde que es Presidente se dice en los medios del exterior los “Castro”, pero también está permitida la acepción Raúl, por dos razones, la primera es para diferenciarlo del hermano mayor y la segunda es porque con él no existió ni remotamente encono histórico similar que el que concitó Fidel.
Quienes más genuinamente le llaman Castro son los que se fueron a primera hora. Incluso dentro de ellos hay muchos que le llamaron Fidel durante un tiempo, ya que formaron parte de la lucha contra Batista o simplemente simpatizaban con su campaña inicial, pero una vez arribado al poder el célebre hijo del hacendado de Birán y cambiado todo el sentido de sus planes declarados, acabaron girándose en contra y llamándolo por su apellido, estableciendo así una distancia en la familiaridad, en la simpatía y, por ende, en la ideología similar a la de los primeros enemigos de "Castro".
Quienes le llamaban Fidel, fueron tanto de dentro del proyecto revolucionario como de fuera de éste que sentían algún grado de cercanía por el mismo o por el pintoresco personaje.
Con el paso del tiempo se fue afianzando la denominación de Fidel como el primer sello irrenunciable de alineación en sus políticas y de simpatía por sus ideas, así como del pretendido amor que las masas le profesaban.
Concurría la contradicción de que en cualquier acto público, en cualquier discurso, para nombrar a Fidel había primeramente que hacer un recorrido verbal de amplio espectro, había que decir algo así como el nombre barroco completo de un Rey en la época del Renacimiento: Primer ministro y Presidente del Consejo de Estado y de ministros, del Buró Político y del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Pero coloquialmente se le llamaba Fidel.
Como dijo Fidel.
Lo que Fidel quiera.
Lo hacemos por Fidel.
¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!
Los deportistas lo primero que debían hacer al llegar al aeropuerto José Martí con una medalla en el cuello, antes que saludar a nadie, ni a su querida madre convaleciente era decir:
-Le dedico este logro al Comandante en Jefe.
Mientras más se acercase la posibilidad de tener un contacto con él, más había que ir adornando aquel “Fidel” pelado, escueto, que presentaba el amor popular refiriéndose a él como a un padre. El deportista con medalla que bordeaba la posibilidad de un encuentro fortuito con la deidad, debía revestir ese solitario nombre de pila. “Se la dedico al Comandante en Jefe”.
Para los artistas muy afines era definitivamente Fidel. Cuando se referían a él en tercera persona, incluso en las canciones se le podía tutear. ¡Se le debía tutear! Pero en un encuentro de primer tipo, hablando en segunda persona había que usar el Comandante y por supuesto precedido del usted.
Así como la Iglesia evita la blasfemia, pero prefiere que alguien maldiga en nombre del Padre y en el de todos los Santos antes de que los olvide; la inteligencia del Estado igual, si alguien manifiesta defecarse en todos los antepasados de Fidel, toma represalias, pero prefiere con creces ese impío improperio que la indiferencia.
¡Abajo Fidel!
Los que le tomamos animadversión por diferentes razones viviendo en Cuba, luego de haberlo respetado como presidente o de haberle temido como comandante del bien y del mal, lo hicimos pensando y hablando de Fidel. Tanto en los chistes como en las críticas era y es Fidel, o en su defecto, algunos de sus innumerables apodos, que también los había para los obedientes y otros para quienes sentían rechazo. Para los apestados era Guarapo, Bola de Churre, Cara de Coco, Esteban (por: Este-bandido). Para los delatores era "El caballo" o "Fifo".
Sin embargo, aquellos de la generación “Fidel” que emigraron a Miami, de repente se vieron compelidos a llamarle por su primer apellido, ya que llamarlo por su nombre de pila era una muestra de sospechosa cercanía. Y pasaron a hacerlo subordinándose de un modo poco meditado, a las razones de los primeros inmigrantes exiliados, cuando existía y existe un abanico amplio de motivos para la disidencia, muchas de ellas de índole sensiblemente diferente.
Dicha impostura, los dejó huérfanos de sus razones y de sus conquistas personales en el terreno de la insumisión, de la rebeldía, ya que la bronca genuina se la profesaban a “Fidel” por sus traiciones y excesos y no al primerísimo “Castro”.
Una crítica hecha desde el peso semántico y simbólico del nombre "Fidel", en apariencia no difiere de si está construida en torno a su apellido: Castro. Pero la diferencia existe, y abarca la finalidad y a génesis misma de dicha crítica.
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