"Algún día contaré a mi hijo que fui testigo del principio del fin de la música cubana"

Ahora mismo, Gente de Zona tiene tres veces el músculo mundial que Los Van Van. Que nadie se me atragante con el café: así de jodido va esto.

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Este artículo es de hace 7 años

Ellos ganaron. Nosotros, los demás, perdimos. Y vaya de qué manera.

Los de las cadenas imposibles al cuello, los que salieron de Yaguajay o Habana del Este y llevan esquizofrénicos cortes de pelo, cejas mas propias de Dulcinea que de Quijote, y que componen una canción en cada comida del día, terminaron por reducir la batalla cultural: son los putos amos.


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Cuando el reguetón asomó la cabeza en Cuba yo estaba en la pre-adolescencia. Secundaria básica. Pantaloncito amarillo-potaje de chícharos.

La identidad musical cubana pasaba por ese entramado que jamás comprendí del todo, llamado salsa/timba. No era distantemente mejor que el reguetón actual, digamos la verdad, sobre todo en materia de verborrea. Pero tenía lo suyo. Las cosas como son.

Hablo desde el buró de rockero irredento para el cual un guayo y una clave son cosas del Maligno musical.

Pero entiendo.

Claro que entiendo, por ejemplo, que Irakere fue una bacanal virtuosa de música popular y jazz latino, y que la distancia entre lo popular de Adalberto Alvarez y lo popular de El Taiger, hoy (ya comenzamos con los nombrecillos) es como para extirparse los tímpanos, por misericordia propia.

Hace tan poco como veinte años, además de fumar puros de Pinar del Río y aplaudir los pitcheos del Duke Hernández, el mundo identificaba la ecuación música cubana como igual a Los Van Van. Igual a NG La Banda. Igual, incluso, a La Charanga Habanera.

Era una seña de identidad total, parecía irrompible.

Y entonces entraron en escena Candyman, y Cubanito 2002, y personajes afines. Y nada volvió a ser igual. Los recuerdo. Yo le contaré a mi hijo algún día que yo fui testigo del principio del fin de la música cubana. Cosas de viejos, pensará el.

Porque hoy, ahora mismo, Gente de Zona tiene tres veces el músculo mundial que Los Van Van. Que nadie se me atragante con el café: así de jodido va esto.

Y Jacob Forever tiene mas séquito y plata de la que en cien vidas iba a tener Isaac Delgado con su garganta de platino y su carisma de caballero salsero.

Y Osmani García y Chocolate MC nos llevaron a rastras, por el pelo, de cara a la evidencia intragable (pero que más nos vale tragar, cuanto antes): no solo ellos valen más, ganan más, suenan más, importan más para el mundo fatuo que tenemos hoy, que todos nosotros los que alguna vez estudiamos algo, aprendimos algo, fatigamos libros o instrumentos o paletas para pintar o bisturís para diseccionar carnes: sus novias, sus curvilíneas novias, han llegado a ser noticias perennes.

Nos achicharraron (por citar a los desafiantes Aldeanos) en esa olla de aceite con dientes de oro y gorras de Eleven.

Hemos llegado a un punto irreversible donde el reguetón nos obliga a admitir, queramos o no, que dentro de esa cultura todopoderosa y todoradialista, Dayami La Musa es Yoko Ono y Cintia (sic) es Courtney Love. Aunque Osmani no sea Lennon, ni Chocolate Kurt Cobain.

Pero no importa. Porque ellos ganaron. Admitámoslo sin remilgos. Ganaron a la música compleja, elaborada, virtuosa. Leo Brouwer necesita más presentación hoy, como músico cubano, que El Chacal.

Ganaron, incluso, a los músicos de la onda bailable: al Pachito Alonso que quiso alargar el legado de papá Pacho, al Elito Revé que soñó con revolucionar lo que ya dejaba papá Elio.

Todos, todos juntos, son hoy diletantes del big show: ellos tocan en alguna casona privada de Miramar. Pero Randy Malcolm tiene una mansión en Coral Gables. Él les gano por knockout.

Escribo todo esto porque una chilena, a pocos metros de mi mesa de trabajo (en el mismo complejo multimedios donde coexistimos Mega TV, la estación radial El Zol 106.7, y la nueva guinda del pastel: El Cubatón) me preguntó quién era ese que sonaba en mi speaker.

Era William Vivanco. Había puesto “La Isla Milagrosa” en uno de mis esporádicos y cada vez más impropios arrebatos de cubanía musical. La chilena me dijo “Me gusta, me gusta muchísimo la música de ustedes”, para de inmediato, como prueba de su adhesión cubanófila, prender sus propios speakers y sonreír: “Esto me encanta, fíjate”.

Sonreí.

Ella no conoció a Vivanco. Yo no conocí la voz con auto-tune que ella me prendió al lado. Pero sin mirar el videoclip pude saber el peinado, las ropas, el bling bling, las chicas y la guapería de solar.

Ellos ganaron, recuerden.

Todos los demás perdimos.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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