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A partir del cuestionamiento sartírico de disparates y mecanicismos establecidos por el socialismo caribeño, La muerte de un burócrata (1966, Tomás Gutiérrez Alea), aludía desde su título más a un deseo confeso (matar al burocratismo) que a una realidad concreta (el burocratismo sobrevivió y se hizo más fuerte).
El filme combinaba variantes tradicionales del género humorístico —como los enredos, el absurdo, la sátira y el humor negro— con los códigos del cine más moderno, nacionalista y ávido de comunicarse con su espectador natural mediante estilos populares y eficaces.
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Burla zumbona a los burócratas, en tanto insoportables personajes, “atravesados” en el normal desarrollo de la sociedad, La muerte… es considerada una de las sátiras cinematográficas más elocuentes a las insuficiencias del socialismo cubano, de modo que inaugura el realismo crítico a fondo y rompe con la épica positivista de los primeros tiempos del cine cubano.
Los toques imaginativos, absurdos e irreales, presentes desde la primera escena en el cementerio, o en la siguiente secuencia, animada, que cuenta el deceso del obrero ejemplar, desechan de un golpe no solo la solemnidad del realismo socialista, sino la tendencia al neorrealismo al estilo italiano que caracterizó el primer cine cubano.
La implacable mordacidad del director arremete contra la plaga de funcionarios esquemáticos e inflexibles que construyen la desesperación del protagonista y el caos de relieve trágico en torno a un trámite sencillo e imprescindible.
Además, el filme también fustiga con demoledora sorna, y cubanísimo choteo, los rituales estereotipados y la retórica colmada de lugares comunes, sin dejar de aludir tangencialmente a los efectos letales de estos trastornos en todos los ámbitos de la vida cotidiana, e incluso del arte.
Varios de los filmes posteriores de Gutiérrez Alea (Memorias del subdesarrollo, Los sobrevivientes, Hasta cierto punto, Fresa y chocolate) se valen de la burla a la solemnidad, y critican la hipocresía, el estancamiento, la pasividad y los prejuicios pequeño-burgueses, para proveer verticales reflexiones de un creador en pleno acercamiento al contexto social, la historia y las tradiciones nacionales.
Nunca antes, ni después, el cine cubano colisionó tan estruendosamente con el consignismo vacuo y el campañismo insincero, de estribillo, como en la aludida primera escena y en la prosopopéyica despedida de duelo del obrero Francisco J. Pérez. La burla se carga de intenciones políticas cuando nos enteramos, en la siguiente escena, que el occiso, el obrero común con destino común y nombre común, se dedicaba a garantizar la producción en serie de bustos de yeso.
El hecho de que se declare a un obrero ejemplar por inventar tan horrenda máquina para confeccionar estatuas, representa una de las alusiones más certeras al patriotismo devenido rutina, lema aprendido de memoria.
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