Siempre era 26

A partir de esta fecha todos, sin exclusión, empezando por el doctor en leyes Fidel Castro Ruz, seríamos apátridas a perpetuidad: seres desplazados por una fuerza telúrica planetaria, deshabitantes del día a día moderno, fantasmas del fanatismo y zombis de un socialismo con educación y salud gratuita (como gratuita son la muerte, la mentira y la maldad.

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Este artículo es de hace 7 años

Sabemos lo que pasó en Cuba al amanecer del domingo 26 de Julio de 1953.

En aquella sangrientísima mañana de Santa Ana, en medio de un país de paz incivil y corruptelas capitalistas, entre la borrachera de cerveza barata y la vomitera de masas de puerco a medio digerir, en la carnavalada caníbal de un Santiago de Cuba entre hospitalario y horrendo, mientras los matrimonios dormían y los amantes se masturbaban a cuatro manos, mientras los blancos se volvían ricos y los negros se volvían rabiosos, mientras todo este cosmos ocurría, mitad en secreto y mitad a la luz pública (impúdica), el abogado sin bufete Fidel Castro Ruz inauguraba una nueva época ese amanecer amargo de Santa Ana (de Satanás), precipitando al país en pleno hacia una nueva época que podríamos llamar ahora como La Transfiguración Terminal.


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En efecto, el domingo 26 de Julio de 1953 Cuba se transfiguró en otra Cuba. El país entero entraba de cabeza en la Guerra Fría, por obra y gracia del asalto al Cuartel Moncada, donde los atacantes se disfrazaron del enemigo solo para que, después, ese mismo enemigo masacrase a los sobrevivientes del ataque disfrazando esos crímenes como “muertes en combate”. Comenzamos, como cuervos criados por Castro, a sacarnos mutuamente los ojos entre cubanos.

Por eso ese fin de semana se inició, también, la era de la Gran Simulación, sinónimo la última gran disolución nacional. Los cubanos entrábamos, sin saberlo, en la fiesta funeraria del fin de nuestra historia patria. A partir de esta fecha todos, sin exclusión, empezando por el doctor en leyes Fidel Castro Ruz, seríamos apátridas a perpetuidad: seres desplazados por una fuerza telúrica planetaria, deshabitantes del día a día moderno, fantasmas del fanatismo y zombis de un socialismo con educación y salud gratuita (como gratuita son la muerte, la mentira y la maldad), títeres en las manos de mil y un titiriteros tanto a corta como a larga distancia, pioneros exploradores de esa nueva concepción que es la vida sin individualidad: devenir masas, devenir sumisos, devenir hijos colectivos del Máximo Papá (que nos aúpa a la par que nos da nuestro merecido paupau).

Y todo esto no solo por la explosión exponencial de violencia que trajo el asalto al Cuartel Moncada. Y todo esto no solo por la irreversible crisis de identidad en que nos sumiría el castrismo de inmediato. Sino que todo esto fue consecuencia de un hecho mucho más hondo: nuestro tiempo sobre La Tierra se comenzó a detener esa madrugada mortífera de Santa Ana.

Tan terrible y tentador como suena. Nuestra nación provinciana comenzaba de pronto a desaparecer, cuando la barbarie de las balas y los juegos de roles de la Revolución hicieron obsoleta a la vieja República. Los cubanos queríamos cambiar, queríamos que alguien viniera y nos cambiara. Pedíamos a gritos un papel en la trama internacional. Los guajiros estaban cansados de sembrar boniatos y comerse un cable. Las señoritas de la capital anhelaban todas su emancipación vaginal. La burguesía soñaba con ensuciarse un poquito de fango y darse un toque de tizne de taller obrero. La prensa quería pintarlo todo al revés, poner patas arriba al puto simulacro de país.

De suerte que, tras el 26 de Julio de 1953, los cubanos aprovechamos esa oportunidad para escapar de la demacrada democracia continental y caer de culo en la tentación totalitaria global. Crecimos a ras del alba. Amanecimos. Fidel nos hizo, pues, personas contemporáneas. Nuestro dictador vitalicio nos sacó del mapita mediocre de Occidente y nos sembró vitalmente de cabeza en la órbita soviética del Estado como Extremaunción. Fidel nos crucificó y nos resucitó no al tercer día, sino de cara al Tercer Milenio. Por eso ya nunca más fuimos cubanos. Por eso desde entonces los cubanos somos otros cubanos. Por eso no nos reconocemos en ninguna parte.

A partir de entonces todo nos podía suceder. Fidel terminó siendo una especie de hechicero de la historia, un alquimista de almas, el Harry Potter de un despotismo tercermundista que esconde a Cuba clavada como un maleficio en su corazón.

La Transfiguración Terminal del 26 de Julio hoy, sin embargo, está en peligro de terminar. El hermano menor de Fidel Castro Ruz, su sombra y su secuaz, parece no tener ya fuerzas para comparecer en público en este aniversario. Su ausencia cada vez más notoria irá haciendo cada vez más necesaria una nueva narrativa para imaginar al país.

Así, este 26 de Julio de 2017 otra vez parecemos acercarnos a otro tipo de asalto al Cuartel Moncada. Es ahora o ahora, cuando la muerte se ha encargado de lapidar a Fidel por todos nosotros, y cuando la vejez está vapuleando los huesos sin épica de su hermano menor. Es ahora o ahora cuando los cubanos, después de décadas sin voz (ni voto), tenemos la opción de permanecer anónimos hasta el fin termodinámico del totalitarismo, o, si es que queremos, apurar un poquito al futuro, podríamos comenzar a pronunciar las cosas por nosotros mismos: podríamos atrevernos a recuperar desde cero las sílabas secuestradas de nuestra propia individualidad.

No tengan miedo. Decir es la mejor manera de hacer.

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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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