Al igual que en un folletín al estilo de El conde de Montecristo, o un melodrama mexicano en la cuerda de aquellos que contaban los sufrimientos de mujeres despreciadas y al final redimidas, la telenovela cubana clásica, libre de resabios marxistas y sociológicos, regresó a las pantallas cubanas mediante Sol de batey, estrenada en 1985, como resultado del increíble éxito que tuvo en Cuba la brasileña La esclava Isaura.
Sin embargo, Sol de batey pudo existir sin el condicionamiento de los seriados brasileños, puesto que más bien daba continuidad a la tradición telenovelera cubana, pues en Cuba se produjeron las primeras generadas en América Latina, a principios de los años cincuenta. Además, se recreaba en pantalla la misma anécdota que una radionovela homónima de Dora Alonso estrenada en 1951, por lo tanto estaba más relacionada con la historia y las tradiciones artísticas y culturales cubanas que con la influencia, poderosa, de los brasileños.
Los guionistas de la Red Globo y Manchete habían descubierto, entre tanto, los secretos del folletín televisivo, ambientado en el pretérito e inspirado, con frecuencia, en productos cubanos y mexicanos de los años cincuenta, mediante títulos como La esclava Isaura (1976), Cabocla (1979) y Doña Beija (1986).
Cuando se estrenó Sol de batey, la telenovela cubana se había extinguido entre los Horizontes que intentaban adaptar sus códigos a los dictados del realismo socialista, o las adaptaciones televisivas de grandes novelas románticas o realistas estilo Doña Bárbara (1977), El rojo y el negro (1979), Cumbres borrascosas (1981) y Las impuras (1984).
A mediados de los años ochenta la Televisión Cubana intentó ponerse al día con Sol de batey, que redescubría el pasado mediante los códigos dominantes en la radionovela y telenovela cubanas de los años cincuenta, con ciertos toques de modernidad como el incesto sugerido entre el padre y la tía de la protagonista, o la sensualidad desbordada de la relación entre los esclavos.
Un director experimentado como Roberto Garriga fue el encargado de reciclar esta radionovela que contaba dos historias de amor paralelas: una entre jóvenes criollos herederos de la sacarocracia exclavista (Susana Pérez y Armando Tomey) mientras que la otra historia de amor imposible ocurría entre esclavos, Liberato y Tojosa, interpretados con toda convicción por Idelfonso Tamayo y Luisa María Jiménez.
Tampoco debe olvidarse la presencia de dos experimentadas actrices de la televisión y el teatro: Aurora Pita y Verónica Lynn, que encarnaban la aristocracia buena y la mala, mientras que Ramoncito Veloz le daba rostro a uno de los peores malvados que recuerda la televisión cubana.
Por supuesto que el éxito de Sol de batey fue monumental, y así lo demuestran las incontables retransmisiones. Más tarde, aparecieron otras telenovelas que recreaban el pasado colonial y esclavista como Magdalena (1991), El eco de las piedras (1995) y Las huérfanas de la Obra Pía (1999) pero la escasez y carestías del Periodo Especial, y la crisis productiva de la televisión en estos años, condenó al pasado las telenovelas sobre el siglo XIX.
En 1994, otra antigua radionovela y telenovela de Dora Alonso, Medialuna, se transformó en la exitosísima Tierra brava, pero eso ya es otra historia, que volvía a confirmar la venganza triunfal del folletín y el melodrama cubanos, tantas veces vituperados, negados, desterrados.
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