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¿Éramos los emigrados de hace años menos pacotilleros que la juventud cubana actual?

Hay quien los condena por no hacer lo que nadie hizo en los sesenta años que dura la lobotomía del consciente colectivo cubano, y los critican como si nosotros no hubiésemos soñado estar afuera.

 © Cartas desde Cuba
Foto © Cartas desde Cuba

Este artículo es de hace 6 años

Hoy muchos de los que llevan viviendo varios años fuera de Cuba critican a los pobres diablos atrapados dentro de la isla que están hasta la coronilla de las necesidades, de lemas y de "teques" de un lado y otro, cansados de sudar, de dar pedales, de ir colgados en las guaguas, de los treinta y dos grados de calor con noventa y nueve de humedad con mosquitos y sin aire acondicionado, sin batido de mango, coca cola fría, ni ventilador.

A los que están hasta el gorro de aguantar las muelas de los dinosaurios que los gobiernan dentro y de las promesas de los camajanes que llevan cincuenta y ocho años liberándolos a bordo de sus GMC del otro lado del mar.

Los que están hasta la misma cabeza del guanajo de comer picadillo de sucedáneos de animales, hamburguesas de marciano, jamonada de tiñosa, tomar infusión de chícharos molidos, beber agua azúcar, chispa de tren y gualfarina, de no chocar con un bistec en condiciones, con un bistec como es debido, con un bistec que rumie, que emita mugidos, que esté tan fresco que se lo pueda ordeñar por la mañana antes de comerlo aporreado con ajito, limón y cebolla comprada en la tienda de la esquina y no pugilateada tras horas de pedaleo con la jaba bajo brazo, en lo de Fefa o en lo de Felo.

Los que están hasta la cabeza de la jicotea de caminar y caminar y no encontrar nada que hacer, cansados de un periódico de dos hojas, de las empresas estatales que sobre cumplen la norma, del hambre, la miseria y la explotación en el capitalismo según la profesora de filosofía marxista y el canal seis, de ser los hijos de Martí de Maceo de Máximo Gómez de Camilo y Che, están hasta el dedo gordo del pie de pagar con la pérdida de ilusiones permanente, con la desaparición de los sueños, de los proyectos, de los planes de futuro, de la necesidad de creer que algún día, algo, aunque sea remoto e improbable, pasará en sus vidas, y que saldrá agua de la pila por la mañana y habrá olor a pasta de dientes en los baños, champú en las bañeras, perfume en las cómodas, olor a café y a leche buena en la mañana, a pan con mantequilla y mermelada, a ropa lavada en lavadora con jabón antialérgico, que el escaparate no llorará por la oscuridad y por el sometimiento a la terrorífica soledad de su único par de zapatos y su pitusa relegado al rincón, al ostracismo de sus vestidos.

Ahora hay quien critica a estos pobre diablos de querer ponerse un par de zapatos de la moda de hoy, de querer consultar internet y sentirse un rato en la ficción de nadar si bien no navegar, por la órbita mundial, de especular con un billetico en el bolsillo frente a una niña que de ordinario sería sólo para disfrute “yuma”, hay quien los critica por no salir a luchar contra las FAR, contra el MINIINT y contra el G2 y en cambio disfrutar de las migajas de lo que les pueda llevar ese halo, esa brizna, ese ápice de fantasía de estar en la única forma de libertad a la que nos han empujado, la negación de la educación y los valores, del desprecio a la ética, a la moral, en beneficio del ejercicio del goce perpetuo y la desconfianza eterna.

Hay quien los condena por no hacer lo que nadie hizo en los sesenta años que dura la lobotomía del consciente colectivo cubano, y los critican como si nosotros no hubiésemos soñado estar afuera, en cualquier supermercado, en cualquier aeropuerto frente a una variedad de colores, de olores, de marcas, de precios, como si ninguno nosotros le hubiésemos dado a familiares que viajasen o que viviesen afuera, nuestra talla de pantalones y la plantilla del pie para que no olvidasen llevarnos flamantes pitusas y popis, como si no hubiésemos fotografiado con la cámara analógica el primer bistec, el primer automóvil, la primera muda de ropa nueva entera, más representativa de la Libertad que todas las palomas blancas, los clarines sonando, las cadenas rotas y las bayonetas alzadas de todos los himnos y escudos, que sometidos al escrutinio del tiempo a duras penas, sólo se muestran capaces de llegar al pie de la puerta automática del centro comercial más cercano, implorando un vaso gigante de Cherry Coke Zero...eso sí: Light on the Ice.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Martin Guevara Duarte

Es argentino, pero se crió en Cuba. Hijo de Juan Martín, hermano menor de Ernesto "Che" Guevara". Vive en España, y es un crítico de las políticas del castrismo. Tiene un blog y escribe un libro sobre la situación en Cuba y sobre su célebre tío.


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Martin Guevara Duarte

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