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El piloto sudafricano Arthur Douglas Piercy (Zimbabue, 1959) busca al aviador cubano que en 1987, durante la guerra de Angola, derribó su Mirage F1 y lo dejó en silla de ruedas de por vida. Quiere estrechar su mano e invitarle a dar la vuelta al mundo en un avión que está construyendo.
Así se lo ha comentado Douglas Piercy al también piloto cubano residente en Orlando Orestes Lorenzo, que ha logrado, tras muchos años, reencontrarse con este “viejo adversario”.
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En un tributo publicado en su perfil de Facebook, Orestes Lorenzo, protagonista del conocido "vuelo del amor” en 1991, puso nombre y apellidos al militar cubano que derribó el avión sudafricano: el teniente coronel Alberto Rafael Ley Rivas.
Lorenzo no dio más detalles sobre Ley Rivas, aludiendo a que prefiere “el mutismo a lo negativo”. “Yo era su jefe. Si lo recuerdas y sabes de su carácter, comprenderás por qué no hablo de él”, explica en un comentario a uno de sus interlocutores en la citada red social.
Lo que calla Orestes lo explica el periódico villaclareño Vanguardia, que presenta a Ley Rivas como “el primer y único piloto latinoamericano en derribar un avión de caza Mirage de fabricación francesa del Ejército sudafricano”. Es él. No hay otro.
Durante años, Arthur Douglas Piercy intentó contactar con el teniente coronel Ley Rivas. “Ese gesto muestra el extraordinario humanismo, el valor y la dignidad de Arthur”, explica Orestes Lorenzo, que la semana pasada se reencontró con el aviador sudafricano que ha pasado su vida en una silla de ruedas. Compartieron más que mesa y mantel: su historia.
Guerra de Angola. 27 de septiembre de 1987. 15:00 horas.
El piloto Arthur Douglas Piercy, perteneciente al tercer escuadrón del Ejército sudafricano, destinado en la base aérea de Rundu, al norte de Namibia, estaba escribiendo una carta a su familia cuando sonó la alarma. Su caza fue el segundo en despegar. Había más de 45 grados de temperatura. “Fue escalofriante”, recuerda el piloto en un texto recogido por el Museo de las Fuerzas Aéras Sudafricanas.
Volaban a baja altura en dirección a la zona de combate para evitar ser detectados por los radares de Angola cuando su Mirage F1 se encontró de frente dos MiG23 cubanos. Douglas Piercy se sintió frustrado. Llevaba 10 años preparándose para ese momento. Pero a la hora de la verdad, no fue el primero en apretar el gatillo.
Por la dirección de las dos horas le llegó el MiG 23 pilotado por el teniente coronel cubano Alberto Rafael Ley Rivas. Douglas Piercy quedó fascinado. No había visto otro igual. Lo siguiente fue un destello naranja en el ala izquierda de su caza y un poste de teléfono justo delante. En sus narices. Cada vez más cerca. Humo blanco. El Mirage F1 empezó a girar sin control.
Le habían enseñado que para esquivar un misil hay que ir hacia él, pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. A Douglas Piercy le costó trabajo dirigirse hacia algo que sabía que le iba a matar, pero lo hizo. Vio que el MiG pasó sobre él. Sintió un impacto y comunicó por radio que creía que le habían dado. Recibió la orden de volver a casa. Dicho y hecho. Pero su avión no respondía y empezaba a descender.
Tuvo suerte. El caza se detuvo justo a la altura de las copas de los árboles. Por radio le avisaron de que los radares de Angola lo habían detectado. Le dieron la orden de que volara tan bajo y tan rápido como pudiera. Sin mirar hacia atrás.
Lo hizo. Llevaba cinco minutos volando en dirección a su base aérea cuando detectó un fallo en su avión.
El MiG23 cubano le había lanzado un misil con localización por infrarrojos, que le alcanzó los sistemas hidráulicos y de combustible, explica Orestes Lorenzo en su muro de Facebook. “En lugar de eyectarse, Arthur intentó salvar el avión llevándolo de regreso a su base e intentando un aterrizaje de emergencia sin trenes que desplegar, ni flaps, ni frenos operables. El Mirage se deslizó más allá del final de la pista y golpeó una roca a alta velocidad. La fuerza del impacto hizo que la silla de eyección se activara, lanzando a Arthur por el aire sin que el paracaídas se desplegara. Arthur cayó varios metros delante del avión, que ardía. Estaba atado a la silla. Trató de desamarrarse y escapar de los cañones de su Mirage, que ahora le apuntaban y que podían activarse por el fuego, pero tenía múltiples fracturas en los brazos y las piernas no le respondían”.
Cuenta Orestes Lorenzo que el piloto sudafricano Douglas Piercy “había recibido heridas que pusieron su vida en peligro durante meses, incluyendo la rotura de su espina dorsal. La ambulancia llegó justo a tiempo para salvarlo. Le tomó muchísimos meses de tratamiento y terapias para retomar su vida, aunque nunca volvió a caminar. A puro coraje se ha mantenido activo en la aviación, el trabajo y la labor de inspirar a otros. Su espíritu es inquebrantable”.
Dios los cría y ellos se juntan. Orestes Lorenzo, el hombre que en 1991 se armó de valor y entró con una avioneta en Cuba para buscar a su familia, ha conseguido estrechar la mano del piloto del avión que tumbó en 1987 el teniente coronel Ley Rivas. Sólo un sudafricano puede protagonizar una historia sin rencores. Su país sabe lo que es y cuánto cuesta la reconciliación nacional.
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