Días antes de su partida hacia Londres, como secretario general de la Federación Cubana de Atletismo, estuvo en mi casa Javier Sotomayor. A sus casi 50 años de vida, sigue atrayendo con su esbelta y elegante figura. Lo caracterizan su buen vestir, su respetuoso trato y su permanente modestia.
“Nací en Limonar, Matanzas; ahora en octubre cumpliré la media rueda. Si digo que nunca quise ser saltador, ¿lo crees? En las edades tempanas, los niños que practican el atletismo compiten en pentatlón; o sea, 5 eventos; a mí lo que me gustaba era correr. Pero mi entrenador y descubridor, Carmelo Benítez insistía en que yo era saltador de altura.
Nunca quise ser saltador. A mí lo que me gustaba era correr
“Así las cosas había una competencia en Varadero y yo quería ir al balneario más famoso de Cuba y entre los 4 niños que se eliminaban para ir yo salté 1 metro 41 centímetros y clasifiqué. En la justa me elevé al 1 metro 44, claro con la técnica de tijeras.
“Con tales resultados y el empuje de Carmelo y mis padres, matriculé en la EIDE que estaba en Kawuama, en Varadero. En el primer pase me negué en redondo a regresar. Yo temía saltar. Al final ganaron mis padres, los técnicos y con 14 años yo andaba por los 2 metros.”
El niño Sotomayor, más alto que el resto de los atletas de la preselección nacional juvenil, llegó a La Habana en 1982. Cuando aquello Centelles y Alfaro eran las figuras de la especialidad, pero un domingo de mayo de 1984 el estadio “Pedro Marrero” de Mariano se vistió de largo: el chico de José Godoy (veterano preparador que lo enseñó desde su llegada a la capital cubana) se elevó por encima de los 2 metros 33 centímetros con sólo 16 años y estableció un récord nacional.
“Ahí empezaron los sabios a decir que Godoy me estaba apurando, que no estaba maduro, pero cada día yo le iba perdiendo el miedo a la altura. Ese miedo me lo quitó Godoy. Yo le tenía muchísima confianza; era más que un padre.
“Pero además predecía mis resultados. Cada vez que íbamos a tratar de alcanzar una altura él me entrenaba para lograrla. Por ejemplo, en septiembre de 1988 él me preparó para ganar los Juegos Olímpicos de Seúl con plusmarca del orbe.” (Otra medalla que perdió Cuba por la decisión de no asistir a la magna cita sudcoreana).
“No fuimos a Seúl, pero Godoy no se amilanó. Nos quedaba un mitin, el de Salamanca, España. Al llegar allí, el profesor llamó al alcalde y le dijo: 'prepárate que voy a poner a Salamanca en los titulares deportivos del planeta'.
“Y al otro día, siguiendo paso a paso su táctica, salté 2 metros 43 centímetros, el primero de mis tres récords del orbe”.
Al año siguiente, se efectuaría en Budapest, Hungría, el Mundial bajo techo, y nuevamente el yumurino saltaba a la gloria, con un idéntico 2,43 que aún se mantiene imbatible. Por si fuera poco, en julio del propio 1989, San Juan, Puerto Rico, servía de escenario al Centroamericano del deporte y en la hermana Borinquen no se hablaba de otra cosa que del Soto.
“Imagínate que el día antes de mi competencia fui al estadio a alentar a mis compañeros y veo en una pizarra: 'vengan todos mañana a ver al primer ser humano en saltar 8 pies' (2 metros 44 centímetros). Me tuve que reír, ellos sabían más que yo.”
Y sí, sabían porque al otro día, Javier Sotomayor no defraudó y en un segundo intento asumió como suyo el 2,44.
“Fue tal la euforia que por poco mis compañeros tumban la varilla, lo que hubiera invalidado la marca”.
Esas tres plusmarcas fueron el regalo que Soto le dio a José Godoy, quien falleció en enero de 1990.
“Me sentí muy mal, yo lo quería, lo respetaba, lo admiraba. Pero la vida sigue y elegí a Guillermo de la Torre, quien había entrenado a varios saltadores de altura de nivel como Silvia Costa, aún recordista nacional.
“Tuve mucha afinidad con Guillermo y también muchos logros: otro récord mundial, dos medallas olímpicas, dos títulos mundiales.
“Me impuse en tres Juegos Panamericanos pero, sin dudas, los más emocionantes y difíciles fueron los de la Habana 91. Allí estaban Troy Kent de Bahamas que fue campeón mundial en el 95; Carles Austin de Estados Unidos que ganaría unos días después el Mundial de Tokío; su compatriota Hollis Conway que venía de ganar el Mundial Bajo Techo de Sevilla.ç
Me impuse en tres Juegos Panamericanos pero, sin dudas, los más emocionantes y difíciles fueron los de la Habana 91
“Yo estaba nervioso y eso me llevó a hacer 2 fouls sobre 2,29. ¡Yo me quería morir! Allí todos me habían ido a ver ganar. Los demás pasaron la altura de 2,31; a mí me quedaba un tercer intento y me la jugué: pedí 2,35 y ¡lo salté!. El estadio se cayó abajo.
“Días después en Tokio yo me había lesionado en la clasificación y así y todo quedé segundo con 2 metros 36 centímetros, detrás de Austin.”
Sin embargo, para las grandes estrellas de cualquier deporte nada hay tan importante como una corona olímpica y esa le llegaría en una competencia jamás vista, pues 5 hombres se encaramaron al podio olímpico en el bellísimo Monjüic de la Ciudad Condal, pero solo uno ocupó la cima y fue él con 2 metros 34 centímetros.
“Yo no dormí la noche anterior. Por si eso fuera poco empecé con un nulo en el 2,25. A los 2,34 yo no iba delante, pero ni Patrik Sjöberg, Timoty Forsyth, Artur Partyka o Hollis Conway pudieron con esa altura. Yo sí. Intenté el récord olímpico que era 2,38. No lo logré pero sí el oro, el título.”
1993 reportó para el Verde Caimán y su atletismo tener en la cima del universo a 2 cubanos: Ana Fidelia Quirot y Javier Sotomayor, los 2 con todos los requerimientos para ser elegidos los Mejores Atletas del Año en el mundo según la afamada encuesta de la IAAF.
Fue la Tormenta del Caribe la elegida pero Stotomayor reportó no obstante, una tremendísima temporada. Primero fue el oro en el Mundial Techado de Toronto, Canadá, donde dejó boquiabierto a su amigo el sueco Patrick Sjöberg, quien pensando que el cubano no podía con 2 metros 41, había renunciado sintiéndose campeón.
“Patrick saltó el 2,39 y se sentó, guardó sus zapatillas de saltar, se puso el mono. Se enfrió. Yo había hecho nulo 2 veces sobre los 2,37 y decidí subir el listón a 2,41, y lo salté. ¡Había que verle la cara a aquel rubio! Por cierto, mi amigo, hemos compartido en su casa y en la mía.
“Después Guillermo y yo trabajamos para el 2,45 al aire libre y todo estaba listo para hacerlo en una competencia en Londres, pero llovió. O sea, ¡por gusto! Soy el peor saltador del mundo cuando llueve. Y entonces llegó nuevamente Salamanca y su mitin.”
Yo he sido testigo de lo mucho que aman los salmantinos a Javier Sotomayor. Como es usual lo recibieron como a uno más de la ciudad: la Plaza hervía de entusiasmo. El estadio, pequeño, era una olla de presión.
“Me concentré y cuando vi que aquella varilla ubicada a 2,45 no se caía, corrí a abrazar a 'Cagüira' (el vallista Emilio Valle) que fue el primero que salió a mi encuentro mientras el pueblo saltaba; como si hubiera sido en Cuba. Me dijo un periodista de la Tele: Soto, Salamanca regresó a la historia”.
Ya con su flamante nueva plusmarca, el cubano era el lógico favorito para imponerse en el Mundial de Sttugart, Alemania, que venía a continuación en el programa competitivo del año. Y fue un torneo excelente para el salto de altura cubano pues, amén del título del Soto, Ioamnet Quintero y Silvia Costa hicieron el 1-2 en la misma especialidad entre las damas. Sotomayor se impuso con 2 metros 40 centímetros.
Estos magníficos resultados del astro cubano no fueron pasados por alto por la prestigiosa fundación Príncipe de Asturias, que en gala efectuada en el mes de noviembre del propio 1993, en el Teatro Campoamor de Oviedo, le confirió a Sotomayor el Premio Príncipe de Asturias para los Deportes, y a partir de ese día esta reportera lo bautizó con el epíteto de Príncipe de las alturas.
“El año 1993 fue muy bueno para mí; me honró el Premio y me valió el sobrenombre por el que muchos me conocen. En el 94 tuve problemas en los tendones y tobillos, las lesiones propias de la prueba del salto de altura pero en el 95, con 2,37 gané el Mundial Invernal en Barcelona así como mis terceros Juegos Panamericanos en Mar del Plata, Argentina, con 2,40. No corrí igual suerte en Gotterburgo, sede del Mundial al aire libre, donde quedé segundo con 2,37.”
Los años iban pasando y en el 1996 el Príncipe de las Alturas volvió con antiguas molestias que le impidieron hacer un buen papel en la cita olímpica de Atlanta, aunque logró ser finalista. Llegaría el 97 y muchos temían que ya su carrera hubiera acabado.
La histórica Atenas recibía a lo mejor del músculo atlético. Yo nunca desconfié pero cuando vi que el cubano abrió con foul, confieso que el estadio me cayó encima. Pero, al que no le tenía que caer era al matancero que poco a poco fue remontando y a la postre se llevó su segundo metal dorado en Mundiales al aire libre.
Sus 2 metros 37 centímetros fueron inaccesibles para el polaco Artur Partyka y al australiano Tim Forsyth así como el local Papakostas. Días después de otro éxito de Javier fueron celebrados en Winnipeg, Canadá, los Juegos Panamericanos, que el cubano ganó con 2,30, tras resentirse de una de sus lesiones.
Sin embargo, fue ese el momento más gris de una carrera prácticamente impoluta. La noticia conmocionó al mundo deportivo que conocía la limpieza del cubano. Según el comité antidopaje del evento, Sotomayor había consumido sustancias prohibidas.
“Ahí sucedieron muchas cosas. Cuando terminas de competir te recogen la orina. Hay tres boletas: una para el laboratorio, otra para el atleta y otra para el comité organizador.
“La que va al laboratorio no lleva la identificación del deportista, solo el evento: en ese caso Panamericanos de Winnipeg; deporte: atletismo; y el número de la prueba con 2 números: 1 y 2. “Después, tras todos los refutamientos hechos por nosotros, nos dimos cuenta de que mi muestra decía Salto de altura. O sea, mi muestra iba marcada.
Tras todos los refutamientos hechos por nosotros nos dimos cuenta de que mi muestra iba marcada
“Al dar positiva la A, se apeló a la muestra B, y ¿cuál fue su resultado? Negativa. Ya todo estaba claro, pero el laboratorio argumentó que se habían olvidado unos reactivos y que había que hacer una C. ¿Cuál C?
“Pero, según los especialistas consultados, de ser cierto que yo hubiera consumido lo que decían, jamás hubiera podido saltar 2,30.
“Yo era inocente, lloré, mis hijos se afectaron mucho. Ahí vino el apoyo de Fidel, a mí, y a 3 pesistas que también habían sido acusados. Se hicieron todas las apelaciones y al final, aunque no cambiaron el veredicto inicial basados en la tal prueba C, el Consejo de la IAAF me dejó competir en Sydney 2000. A mí me habían hecho más de 300 controles anti-dopaje y siempre salí limpio, algo que se tomó en cuenta para reducir la sanción”.
A mí me habían hecho más de 300 controles anti-dopaje y siempre salí limpio, algo que se tomó en cuenta para reducir la sanción
En la bellísima urbe australiana, Sotomayor era el foco de atención. Era la inspiración para los suyos y ¿por qué no? de muchos deportistas del mundo que se enorgullecían al darle un abrazo o un estrechón de manos.
“En Sydney todo estuvo bien hasta los 2 metros 32 centímetros, pero en 2,35 comenzó a llover (¡dichosa lluvia!) y vi cómo el ruso Serguey Klyugin saltaba 2,35 y ganaba la prueba.
“No pretendo quitarle su valor pero Klyugin era el cuarto saltador ruso, se lesionó uno e hizo el equipo. Klyugin clasificó a la final en el tercer intento; pasó el 2,32 en el último intento, y el 2,35 lo voló y ahí empezó a llover. ¿Estaba el ruso para ganar o no?”
Tras dos Mundiales fallidos en el 2001, Lisboa bajo techo y Edmonton al aire libre, el Príncipe de las Alturas pasó al retiro del deporte activo aunque jamás ha dejado el campo y pista cubanos.
En la actualidad es el secretario general de la Federación Cubana de Atletismo y pertenece al Hall de la Fama de Centroamérica y el Caribe.
Tiene 4 hijos: Javier de 24 años; Xavier, 17; Jaxier, 10 y Jadier, 5. Ojalá y alguno de los 2 más pequeños puedan seguir la dinastía de tan noble padre: el Príncipe de las Alturas.
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