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Antes de presentarse en su concierto en La Villette de París, el cantante y bajista Richard Bona había grabado su disco Heritage, o Herencia, con músicos cubanos, venezolanos y de México, en una fusión cantada en idioma douala, y que refuerza en los ritmos cubanos, los cuales despertaron el interés del camerunés desde su infancia.
Bona escuchaba muchísima música cubana desde su infancia en África, y tales sonoridades no dejaron de influir en su gusto y vocación, puesto que se trataba de ritmos muy similares a los africanos, ritmos llevados a la Isla por los esclavos, además de instrumentos netamente africanos como el tambor bata, la tumbadora y el bongo.
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La influencia del son y el latin jazz le valió a Bona el deseo de viajar a Cuba, y en sus múltiples visitas a la Isla encontró una tradición muy similar a la propia, y más tarde, cuando conformó el Mandekan cubano, el plantel musical que incluye a los cubanos Osmany Paredes (bajo), Ludwig Alfonso (percusión) y Dennis Hernández (trompetista).
Bona tuvo que abandonar París cuando las autoridades le negaron la renovación de su documento migratorio. Tras una larga carrera internacional, el músico camerunés vive desde entonces en Nueva York. Pero la victoria de Donald Trump incitó al músico a volver a radicarse en París, donde contempla abrir otro club de jazz.
Bona ha compartido escena, o grabaciones, con Steve Wonder, Bobby McFerrin, Roberto Fonseca, Raul Midon y muchos otros. Precisamente se dejó acompañar por Fonseca en la pieza Bilongo, conocida en Cuba como La negra Tomasa, o Kikiribu Mandinga, en el Día del jazz celebrado recientemente en Cuba, en el Gran Teatro de la Habana.
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