La foto es un epílogo. Pasada la tormenta, un niño descamisado salva un busto del desastre. El fondo gris, unos gajos rotos en la calle, todo es minimal. Aparecen los créditos y se acaba la película de Irma.
El busto, sucio y corrompido, lleva décadas en eso, como un batón que pasa misteriosamente de mano en mano mientras el huracán político, categoría cinco sostenida, lo atiza en el lodo y lo revuelca, manchándole la piel blanca del yeso.
Pero la foto es una cuña en el tiempo, algo que te dice que el filme de Cuba tiene segunda parte. Su poder radica en que, desde la devastación, se dinamiza, elementos que de modo individual solo remiten al hundimiento y al fracaso, aquí ensayan una extraña danza colectiva que termina abriendo, en algún sitio, un pliegue totalmente opuesto a las posibilidades prácticas de la imagen, un breve suspiro de asfalto trazado sobre el desierto del porvenir, la carretera del éxodo martiano.
¿Cómo es que sucede? “No es fácil de entender pero si lo entiendes lo entenderás todo y saldrás de la prisión de la lógica: el todo es igual a la más pequeña parte del todo, la suma de las partes es igual a una de las partes de la suma. Ese es el secreto del mundo”, dijo Nabokov.
La subversión de la foto consiste en que no puedes doblegarla. Tu cinismo, tu cansancio, tu rabia no la va a domesticar. Ni siquiera la foto puede reducirse a sí misma. Puedes entregar todos tus dolores como ofrenda en el fuego de esta imagen, puedes izarla como argumento para tu convencimiento de la derrota, puedes intentar ese pulso con ella, como lo estoy intentando yo desde hace dos horas, pero el conjunto de la imagen se ha blindado como posibilidad y las ráfagas a doscientos kilómetros por hora de la nación destruida no van a torcer lo que en definitiva es.
Lezama decía: “Poder justificar que su nacimiento tenía que ser entre nosotros, que podría justificar de una vez la avivadora posibilidad de una historia.” Cuando este niño carga con el busto a cuestas, con ese rostro severo y sus tres dedos separados a la altura del cuello de Martí como si le estuviera tomando el pulso, no hace más que mantener en suspenso aún (otra oportunidad para nosotros) la posibilidad de que podamos de una vez justificar como pueblo por qué es que Martí, nada menos, nació entre nosotros, algo que hasta ahora no hemos podido hacer.
Hoy, día de septiembre del año 17, estamos en mitad de la calle gris, con los gajos rotos a los pies, las ciudades a pique, comunicándonos en lengua roma de sobrevivientes. ¿Adónde va el niño descamisado con el busto? Somos un filme épico. Es el portador de una raza que se extingue.
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