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Paisajes se titula la exposición más reciente en la amplia obra del artista Juan Blanco Lozano, que aquí ilustra entornos reales e imaginarios, dentro de una decidida vocación surrealista que pareciera inspirarse en Gulliver en el país de los liliputienses.
En estos paisajes aparecen siempre los seres humanos, que pueden ser cubanos o de cualquier otro país, atrapados en sus rituales cotidianos, pero un factor común de todas las obras se relaciona con la talla diminuta, apenas visible, de los personajes.
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Así, empequeñecidos por un paisaje que los aplasta o disminuye, los pequeñísimos protagonistas hormiguean en torno a una gigantesca realidad que los circunda, e interactúan con la misma a través de su instinto de conservación y disímiles recursos de supervivencia.
La preferencia por la monocromía en las piezas responde al interés del autor por ofrecerle protagonismo y relevancia a lo cargante del paisaje, a las circunstancias que circundan, y a veces acorralan, la vida del ser humano, como se percibe en La embarcación, que ilustra este texto, o en obras anteriores como aquella del Malecón con un muro erizado de salientes clavos.
La embarcación es metáfora que juega con otra, y el bote enorme, o arca, donde aparecen los diminutos viajantes, pudiera apuntar a la idea de la Isla flotando en la maldita circunstancia del agua por todas partes.
Blanco Lozano pertenece a una generación de artistas destacados como Arturo Cuenca o José Bedia, que mayormente trabajan fuera de Cuba. Su obra siempre se ha caracterizado por recrear un mundo propio, emocional y cubanísimo, aunque se distancie de todo folclorismo o cliché transcultural. Sus paisajes eluden la tradicional luz enceguecedora del cielo cubano, en tanto sus personajes caminan por una ciudad fría, triste, melancólica.
El reconocido pintor ha decidido permanecer en la Isla por razones que considera muy sencillas: “Cuba es mi país de origen, me nutro de esa realidad que conozco bien y es lo que hasta hoy ha dado motivos para que mi producción creativa siga siendo alta. No obstante, siempre he sido de la opinión de que el artista no tiene necesariamente que estar obligado a vivir en un lugar u otro, más bien debe conocer el mundo en el que vive y así enriquecer su obra”.
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