El canciller cubano ha cometido el mismo error del que acusó hace dos días al Departamento de Estado: se ha precipitado y, lejos de enfriar un tema complicado para Cuba, ha picado el anzuelo de Tillerson, cuando con una nota oficial bastaba.
En política, cuando te vienen mal dadas y no controlas todo el escenario, lo mejor es el low profile, evitar las emociones y este martes en La Habana, Bruno Rodríguez ha cargado con todo el peso de un asunto grave para Cuba. Y, si lo ha hecho cumpliendo una orden de Raúl Castro, el General-Presidente también se ha equivocado.
Que Trump y Tillerson no juegan limpio eso ya lo sabemos; pero que el gobierno cubano haya picado el anzuelo por la expulsión de 15 diplomáticos cubanos en Washington (¿plantilla inflada?) y haya salido a contar lo que ya sabemos, revela desconcierto e improvisación.
Bruno Rodríguez ha confirmado –paradójicamente- lo que nos temíamos, Cuba no tiene ni idea de lo que ha ocurrido durante un año en La Habana, se enteró por Estados Unidos y Washington ha compartimentado la información a su conveniencia y ni siquiera ha reciprocado el gesto cubano de permitir visitas de agentes del FBI dotados con tecnología punta.
Rodríguez ha usado un cable que refiere el testimonio de un funcionario anónimo de la NASA sobre la posibilidad de que los “síntomas físicos” hayan sido provocados por una deficiencia tecnológica de un equipo de comunicación LRAD-LX, fabricado por la empresa American Technology Corporation.
Ya sabemos que los “anónimos” molestan al ministro, pero en el propio cable hay un detalle importante: ¿cómo se explica que Cuba se entere ahora de el uso de estos equipos por los espías norteamericanos en su territorio, a través de un cable que cita a un informante anónimo, cuando la Contrainteligencia insular tiene una unidad específica para la Embajada USA, antes SINA?
¿Cuántos ceses se han producido en la estructura de la Contrainteligencia debido al grave abandono de su principal función, velar y proteger a Cuba y a los diplomáticos extranjeros acreditados en la Isla?
Las enérgicas protestas solo sirven para ocupar titulares de periódicos, pero a la hora siguiente hay que reconducir las relaciones bilaterales con una mezcla de defensa de los intereses de parte, de pragmatismo y firmeza estratégica, que es lo que hacía Fidel Castro, especialmente con Washington, porque la Crisis de Octubre y la Operación Pandora confirmaron que nada podía esperarse del Ejército Rojo.
Cuba no permitió la inspección en su suelo de los cohetes soviéticos en el otoño de 1962, y USA tuvo que envainársela y revisar los cohetes en alta mar a bordo de los barcos soviéticos que los llevaron de vuelta, y eran armas ofensivas, no juguetes de espionaje.
En su precipitada comparecencia, Bruno Rodríguez lanzó dos obviedades: ningún diplomático cubano ha realizado labores de Inteligencia en Estados Unidos y ha acusado al gobierno norteamericano de pretender politizar el asunto.
Señor Canciller, casi toda la actividad enemiga contra la revolución cubana se canalizó a través de México, con un Centro CIA sobredimensionado, porque México fue el único país que no se sumó al embargo norteamericano, que no rompió relaciones diplomáticas con La Habana, en aquellos años de casi total aislamiento regional.
¿Cómo pretende usted hacernos creer a estas alturas de la película que ningún diplomático cubano ha realizado labores de Inteligencia en suelo norteamericano? Evidencias sobran y es lógico y normal que parte del trabajo de espionaje se realice usando cobertura diplomática, como hacen ahora mismo agentes CIA que actúan en La Habana y viceversa.
Y las Relaciones Exteriores, señor Rodríguez, son esencialmente políticas, por tanto no se politizan, y cada estado diseña su política exterior basándose en sus intereses políticos y geoestratégicos y no en las reglas de la Masonería o los Abakúas.
USA ha manejado el tiempo a su favor, pues los primeros “incidentes-ataques” se habrían producido al final del mandato de Obama y la Contrainteligencia norteamericana –fiel a su estilo- no actuó de inmediato, sino que dejó pasar el tiempo fingiendo oídos sordos a las sorderas y desvanecimientos provocados y esperó, hasta mayo pasado, para expulsar a dos diplomáticos cubanos de Washington y fijó su postura de no culpar a Cuba, pero exigirle que protegiera a sus diplomáticos en suelo cubano.
Con su modus operandi Washington puso a La Habana en un aprieto, hasta el punto de que el propio Raúl Castro le comunicó personalmente al entonces embajador norteamericano que su gobierno no está relacionado con los ataques y ofreció la máxima cooperación posible.
Ahora comparece el canciller cubano para reafirmar la postura socrática de su gobierno: solo sé que no sé nada. Y lo grave es que no miente.
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