La “Crisis de los Misiles” garantizó la inviolabilidad de Cuba, hizo entender a Moscú y Washington que el camino era el diálogo permanente, enojó mucho a Fidel Castro, que pagó un coste notable, fue uno de los mayores fiascos de la mítica CIA en el escenario mundial y –como suele ser habitual en estos acontecimientos- dejó en tierra de nadie al entonces agente CIA en Cuba con el pseudo de “Sanjurjo”.
Estados Unidos se comprometió a no invadir a Cuba, y así ha ocurrido hasta ahora; de hecho, cuando las invasiones norteamericana a Granada (1983) y Panamá (1989), los gobiernos Reagan y Bush II avisaron con antelación a La Habana para que evacuara a su personal allí. Cuba hizo caso omiso en Granada, cosechando una humillante derrota; en Panamá se retiró a tiempo.
La Casa Blanca y el Kremlin instalaron un “teléfono rojo” para agilizar sus contactos en caso de crisis y su acercamiento condujo a los acuerdos de desarme de Helsinki, que abarcó una negociación de paz global entre 1972 y 1975; complementando los acuerdos post II Guerra Mundial y facilitando, sin proponérselo, la solución de la crisis provocada por la desintegración de la URSS y la caída del Muro de Berlín.
Fidel Castro, que en una de sus cartas alentó a Nikita Kruchov, a asestar un primer golpe nuclear a Estados Unidos, quedó reducido a la condición de peón de una superpotencia y su inexperiencia política provocó que los soviéticos se llevaran también las 100 armas tácticas de disuasión atómica, de las que no se había dicho una palabra en las conversaciones entre USA y URSS porque no habían sido descubiertas.
Moscú encajó mal el derribo del avión espía U-2, el 27 de octubre de 1962, y entendieron que Castro estaba torpedeando las negociaciones con USA, así que decidieron concentrarse en obtener garantías de no invasión a Cuba y la retirada de misiles norteamericanos de Turquía y del sur de Italia, que apuntaban a territorio de la URSS.
Anastás Mikoyan, que había viajado a La Habana dejando gravemente enferma a su esposa en Moscú, comprendió en sus entrevistas con Castro, que aún no había alcanzado la madurez ni el sentido de responsabilidad necesarios para disponer armas nucleares, aunque fueran tácticas, en su territorio.
Mikoyan, que conoció la muerte de su esposa estando en La Habana, se aprovechó de la poca agilidad de las comunicaciones de entonces y mintió a Castro, diciéndole que la URSS tenía una ley que prohibía suministrar armas estratégicas de carácter táctico y fueron cargadas junto con los misiles R-12 y R-14 y devueltos a la URSS.
Cuba rechazó las inspecciones de la ONU y Cruz Roja en su territorio y la Isla se llenó del cántico de moda: Nikita, mariquita, lo que se da, no se quita…, pero aquella atmósfera de rabia popular inconsciente del peligro que acababa de pasar y los acuerdos globales solaparon uno de los mayores fracasos de la CIA en su ámbito de influencia.
En julio de 1962, la estación CIA en La Habana desoyó los reportes de un agente suyo, “Sanjurjo”, que fue alertado por sus fuentes, unos campesinos pinareños de San Cristóbal, alarmados por la magnitud de las obras que se estaban ejecutando en las inmediaciones de su pueblo, y por la presencia de rusos.
Un memorándum de esa fecha de La Habana a Langley refiere un incremento de la pugna de Fidel Castro con los viejos comunistas del PSP y alude a una visita a Moscú del entonces ministro de Defensa, Raúl Castro, donde habría sido desairado por los soviéticos, molestos con el trato dispensado a sus camaradas cubanos, siempre según el reporte CIA.
Moscú estaba molesto con Washington por el despliegue de cohetes nucleares en Italia y Turquía y decidió responder el desafío, proponiendo a La Habana que instalara misiles de largo y medio alcance en la Isla, oferta que Castro acogió de inmediato por la garantía que ofrecía ante su principal enemigo.
Raúl Castro, que es el único sobreviviente de los protagonistas de la Crisis de los Misiles, fue a Moscú a perfilar los detalles logísticos de la Operación Anádyr (río siberiano) en su fase cubana y que los soviéticos habían preparado con sigilo, dotando a sus tropas de ropa apropiada para operar en la región báltica y entregando tres sobres diferentes al Capitán del Barco encargado de abrir la ruta de armas y tropas con Cuba.
Una vez que el barco alcanzara el Océano Atlántico, entonces el capitán del buque sabría que su destino era La Habana; durante la travesía murieron cuatro militares soviéticos, cuyos cadáveres fueron arrojados al mar; pero la CIA seguía creyendo que había conflicto entre Castro y los soviéticos y así lo hizo saber a la Casa Blanca, junto con un reporte de conflictos obreros de envergadura en el puerto alemán de Hamburgo; mientras los barcos soviéticos realizaron 86 viajes a la isla, entre el 17 de junio y el 22 de octubre de 1962.
Y no fue hasta el 14 de octubre que un U-2 tomó fotos de los silos de emplazamiento de misiles de alcance medio en Cuba, que la Casa Blanca reaccionó con contundencia y Kennedy decretó el bloqueo naval a la Isla y entabló conversaciones con Moscú, eludiendo a la dirigencia cubana.
Como en toda gran historia, un hombre casi anónimo quedó en tierra de nadie: el agente CIA “Sanjurjo”, ni siquiera tuvo el consuelo de los muertos soviéticos, incluida una mujer, acogidos en el Monumento al Soldado Soviético, erigido en la autopista Novia del Mediodía (oeste habanero).
“Sanjurjo” cumplió varios años de cárcel, su mujer y sus hijos se marcharon a USA y él, con el paso de los años, aceptó un Plan de Rehabilitación y, si no ha muerto o cambiado de parecer, solía asistir a las reuniones de su CDR y del Poder Popular de su barrio habanero, sin que nadie supiera su verdadera identidad y su pasado.
Los oficiales de la Contrainteligencia cubana que lo “atendían”, y con los que trabó amistad hasta persuadirlo de que ofreciera su testimonio al Centro de Investigaciones de la Seguridad del Estado, referían que “Sanjurjo” no olvidaba el desplante sufrido por la estación CIA en La Habana, pero que tampoco se sentía cómodo en su nueva vida, porque sus vecinos no se fiaban de él.
“Los que no creen en esto (la revolución) me ven como un espía, al que visitan oficiales de la seguridad; y los que creen en esto, me ven como un ex preso contrarrevolucionario, vigilado por la seguridad. Menos mal que, al menos, me dejan jugar al dominó con todos ellos. Si yo lo único que hice fue cumplir con mi deber como agente de la CIA y ya pagué por ello, ¿o no? …”
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en:
Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.