Los Castro son interminables. Aparece uno nuevo en escena cuando menos lo esperas, un tío abuelo, una prima, un sobrino, un nieto consentido, alguien que no tenías en el radar. Incluso ahora un ruso desquiciado quiere unirse al clan. En los últimos años hay una serie de fotos públicas que confirman el mantra de que todo lo que empieza como tragedia termina como comedia.
Buena parte de las estrellas del pop, celebrities y millonarios que han desembarcado en Cuba se han llevado su momento exótico con esos últimos descendientes del comunismo, príncipes de un feudo vintage cerrado durante décadas por unos fortines ideológicos que justamente buscaban contener la invasión de las ideas y los modos de vida que personifican las estrellas pop, las celebrities y los millonarios, o eso decían.
El ciclo podría comenzar con la selfie del Festival del Habano de febrero de 2015 entre Paris Hilton y el primogénito Fidel Castro-Díaz Balart, y por lo pronto concluye con la foto en una limusina rusa Chaika entre el hijo de ese Castro, el nieto del Castro mayor, Fidel Antonio Castro Smirnov (todos se llaman igual!!!), y Richard Branson, fundador nada menos que de Virgin Group. Esto en su momento puede llegar a convertirse en una exposición.
En abril de 2016, durante la celebración del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro no olvidó mencionar que la apertura de la propiedad privada en la isla no significaba en lo absoluto un regreso al capitalismo. Tenía razón. Es la propiedad estatal y los negocios del gobierno los que están garantizando esa vuelta de tuerca.
El 2 de mayo de ese mismo año el periódico Granma reseñaba el desfile del Día de los Trabajadores mientras el Prado habanero se cerraba para que desfilara Chanel, los verdaderos nuevos obreros de la Cuba pujante del postcastrismo. Entre el Minint e Instagram se mueve esta prole que, como nos recuerda Rafael Alcides, hizo de Cuba su finca, el país entero un Birán.
Hay una foto de EFE en que nueve cubanos se agolpan afuera de una de las tiendas de lujo en los bajos del Hotel Manzana Kempinski. Tres niñas, tres mujeres y tres hombres. Negros, blancas y mulatas. Ellos toman fotos hacia adentro y alguien desde adentro los toma a ellos. Ese alguien es los Castro. Es un error suponer que la tienda no es Cuba, que es una anomalía, una rareza o una exclusividad.
Esa tienda, de hecho, ha salido de manera silenciosa a la ciudad y ha comenzado a tragarse todo con la complicidad de los medios de propaganda y de los políticos de tercera típicos del totalitarismo tardío. ¿Quién que tenga los ojos abiertos puede decir que el país no es también ese bazar de lujo, y que los cubanos no estamos parados del lado de allá del cristal, sin propiedad en la mano, literalmente fuera de territorio, mirando con asombro un sábado en la mañana cuán caro cuesta todo en el mostrador del socialismo?
Los hijos y nietos de Fidel Castro, acompañados de millonarios, le pasan el filtro Ludwig a la estampa Moon de la debacle nacional. Es una foto que ves a color, pero que lleva décadas quemada.
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