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A la hora de viajar a otros países, las personas enfermas de VIH tienen que pensárselo más que las sanas. ¿La causa? Que no todos los Estados aceptan que los portadores de la enfermedad pongan el pie en su territorio y les imponen severas restricciones. Según un artículo de BBC Mundo, Cuba aparece en la lista de quienes no se lo ponen fácil a los extranjeros seropositivos.
La cadena británica explica que los estados miembros de Naciones Unidas acordaron en 2011 eliminar todas las trabas a los visitantes con VIH, pero en 35 países aún subsisten limitaciones, dado el temor de que los viajeros representen un peligro para las poblaciones nacionales.
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Emiratos Árabes Unidos (EAU), Yemen, Omán, Sudán y Brunéi son los que imponen las mayores restricciones. De hecho, “sus autoridades prohíben la entrada de cualquier persona extranjera que tenga VIH y requieren un examen médico o declaración para optar a cualquier tipo de visa (incluida la de turista para los visitantes que la necesitan, en función de su país de origen)”.
EAU, por ejemplo, hace una excepción para con 45 países a cuyos ciudadanos no les exige un visado para ingresar al país y permanecer hasta 3 meses. A los viajeros del resto de los países les impone estar “medicamente sanos” antes de expedirles un visado de entrada. El VIH es un impedimento para obtenerlo.
Por su parte, Onusida –que ha sido la fuente de los datos enunciados por la BBC– subraya que el proceso puede ser bastante arbitrario. “Hay ejemplos de países que otorgan exenciones analizando caso por caso, por ejemplo, para promover la reunificación familiar, permitir el acceso a asilo o por necesidades del mercado de trabajo", apunta Luisa Cabal, asesora especial de Derechos Humanos y Género de esa organización.
Esos procedimientos, añade, únicamente sirven para "mantener familias separadas, destruir perspectivas profesionales y de vida y aumentar el estigma".
Otros países, entretanto, aplican restricciones menos draconianas: permiten la entrada a las personas portadoras siempre que se trate de estancias cortas, pero para períodos más extensos les exigen demostrar que no tienen el virus.
Hay además otro grupo: el de los que impone algún límite a los no nacionales que padecen la enfermedad. En estos casos, la restricción puede no estar expresada como directamente relacionada con la condición del enfermo. Un ejemplo es la legislación de República Dominicana, que prohíbe permanecer en el país a quien padezca “una enfermedad infecto-contagiosa o transmisible”.
Otros países con este tipo de restricciones indirectas son Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Belice, Turkmenistán, Nicaragua, Paraguay y Cuba, si bien, según observa BBC, en los últimos tres casos las limitaciones parecen ser “normas sobre el papel que rara vez se aplican en la práctica”.
En América Latina, según cifras que maneja Naciones Unidas, cerca de 1.892.000 personas viven con la enfermedad, y menos de la mitad recibe tratamiento con antirretrovirales. En relación con el tamaño de sus poblaciones, Panamá, Cuba y Chile ostentan las mayores tasas de incidencia de nuevos casos registrados en 2016.
Una nota curiosa en este asunto puede ser que China y Estados Unidos levantaron sus prohibiciones a los viajeros con VIH hace solo siete años. Hasta entonces, los portadores de la enfermedad eran considerados por las autoridades norteamericanas como “medicamente inadmisibles”, razón por la que a miles de personas seropositivas les denegaron el ingreso para estancias temporales o la residencia.
Una de las fuentes consultadas por la publicación, el doctor Marcelo Wolff, especialista en enfermedades infecciosas y con más de tres décadas dedicado al estudio del virus, entiende que no debería haber barreras como las descritas anteriormente.
“Las infecciones como el VIH que no son transmisibles a través del contacto social no deberían formar parte de estas restricciones”, afirma el miembro de la Academia Chilena de Medicina, quien tiene claro que existen otras enfermedades que suponen un riesgo de desencadenar epidemias, pero no incluye entre ellas al VIH.
“Si un portador del virus del Sida va en transporte público y tose, no se lo va a transmitir a nadie. Si alguien tiene tuberculosis y tose, eso ya es diferente".
Por ello, más que restricciones de viaje, el investigador propone que los gobiernos inviertan más en el tratamiento a las personas infectadas, de modo que se consiga que estas no contagien a otras “ni siquiera en relaciones sexuales no protegidas”.
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