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Para cuando Fulgencio Bastista metió a Cuba en la II Guerra Mundial, el 9 de diciembre de 1941, varias familias alemanas y austriacas llevaban tiempo viviendo en Palm City, un pequeño pueblo ubicado al norte de Camagüey, cerca de Esmeralda. Habían llegado desde el puerto de Bremen tras acabar la primera Guerra Mundial. En Alemania la San Jose Fruit Company les vendió varios bungalows en el Caribe. Pero Palm City era entonces una ciudad fantasma que sólo existía en los planos que les mostraron. Al llegar a Cuba se encontraron marabú donde debían estar sus casas. No había nada.
El 9 de diciembre de 1941 Fulgencio Batista le declaró la guerra a Japón tras el ataque a Pearl Harbor. Dos días después hizo lo mismo con Italia y Alemania. Cuba autorizó bases aéreas en su territorio y cooperó con las patrullas navales que perseguían submarinos alemanes en aguas cubanas. Se dice que incluso los cubanos llegaron a hundir un submarino U-16 alemán.
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A esas alturas los alemanes de Palm City habían convertido aquel trozo de monte en algo parecido a una pequeña colonia, que hasta tenía su iglesia, un aserradero, calles con árboles y su propia cerveza casera. El poblado, que incluso hoy sigue estando aislado, comenzó a prosperar gracias a la producción de cítricos y cocos, que los alemanes sacaban hasta la costa a través de un ferrocarril muy primitivo pero eficiente.
Pero la entrada de Cuba en la II Guerra Mundial cambió sus vidas. Entre 1942 y 1943 al menos dos buques mercantes fueron supuestamente hundidos por submarinos alemanes al norte de Nuevitas, cerca de Palm City. Desde entonces el escritor Ernest Hemingway se obsesionó con la zona y la patrulló con su barco El Pilar sin dar nunca con uno solo de ellos.
Al entrar en la guerra, Batista consiguió que Estados Unidos le comprara azúcar para reexportarla a Inglaterra y Rusia. No todo fueron ganancias. Cuba, el único país del Caribe que se sumó a la II Guerra Mundial, perdió un centenar de hombres en la contienda.
Por esa época llegaron varios policías a Palm City y se llevaron a todos los alemanes hombres y mayores de edad a La Habana. Los encerraron en el Morro. Estaban acusados de espías. Allí los humillaron. Les hacían caminar desnudos delante del resto de presos. Así se lo contó a su familia Alfred Gemple, padre de Gertrudis, una cubana de sangre alemana, que vivió en el pueblo al menos hasta el año 1996.
En el Morro, los alemanes de Palm City oyeron hablar de Enrique Augusto Lunin, el único espía nazi fusilado en La Habana durante la II Guerra Mundial. La prensa de la época, especialmente la revista Bohemia, recogió la versión oficial que hablaba de una postal enviada a Teniente Rey 366, donde se alojaba Lunin, presuntamente escondido bajo el perfil de un comerciante alemán, que había abierto la tienda La Estampa, cerca de allí. Los servicios secretos ataron cabos y lo detuvieron. Luego lo fusilaron. Las malas lenguas hablan de que más que espía, Lunin mantenía una relación amorosa con la esposa de alguien importante y por eso lo mataron.
Con el fin de la II Guerra Mundial, en el 45, los alemanes de Palm City regresaron al pueblo, pero para entonces aquello estaba desolado. Los cocoteros estaban llenos de escarabajos y el pueblo era la viva imagen de la decadencia. Nunca se recuperó pese a la llegada continua de trabajadores cubanos que comenzaron a asentarse en la zona.
Hoy se cumplen 76 años de la entrada de Cuba en la II Guerra Mundial. De la Palm City alemana no queda nada y de la cubana, muy poco. El huracán Irma se encargó de derribar lo que quedaba en pie. Es como si ese trozo de tierra hubiera nacido para echarle un pulso a los hombres.
Con información de la tesis 'La inmigración de hombres vigorosos', de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana.
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