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A lo mejor para el año que viene
El mundo será más vivible y la vida misma, devendrá menos insufrible. Encontraremos la paz, no sólamente en Bolivia. Pero - y sobre todo - dentro de nosotros mismos.
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O, al menos, disfrutaremos de una tranquilidad intranquila, que nos permita respirar. Por separado. Y a coro. Donde quienes no se entiendan, comprendan - al menos - que nunca se compenetrarán. Pero aún así, defiendan, en conjunto, que pueden - sin litigio - coexistir en armisticios.
A lo mejor para el año que viene, nadie imponga, dictamine, ordene, acalle, elimine, abuse, mate, o maltrate a ningún otro ser vivo. La armonía se desate. Y la razón - ¡por fin! - comience a imperar sobre el planeta.
¡Quién sabe si la justicia - además - se contagie, se haga la loca y florezca!
¡Y se desparrame despelotada, a borbotones, por cada resquicio, en cada persona y hasta en cada rincón del alma colectiva!
A lo mejor para el año que viene, la alegría se convierta en un lugar común. Y sea - asimismo - deber, respiro, guarida, patrimonio, sostén, salvaguardia, orgullo y derecho de toda la tierra.
Y el mar. Y las islas. Y el cielo. Y el cosmos. Y el infinito. Y el más allá, también. Y como en los muñequitos, todo sea la versión libre, de un bonito happy end. Pececitos de colores y la definitiva liberación de Willy, la buena ballena.
A lo mejor para el año que viene, la cultura se privilegia al arma, la buena educación se derrama inconmensurable y no se competirá, ni en deporte. Porque seremos ganadores por el simple hecho de existir. No importará el que más. Importaremos todos.
A lo mejor para el año que viene se declara al universo territorio abolido de guerras. La pobreza empezará a ser historia antigua y la tolerancia, con cariño, junto a la ternura reine. Los militares desaparezcan y se borren las fronteras. No existan más los países y seamos todos - verdadera y razonablemente - una humana civilización.
A lo mejor para el año que viene, la erudicción se potencie y el saber se haga nación. Incontinente continente, vasto horizonte, derrame ilustrado, instruido aluvión. Se censure a la censura. Se amanezca henchido de gozo, con una eterna sonrisa y, con muchas más risas, se corone el atardecer. Igualmente se proclame el libre albedrío - al por mayor - con el más absoluto y encantador de los respetos.
A lo mejor para el año que viene la gente será distinta. Mucho más amables, comprensivos, prestos, auxiliadores y complacientes. Thanksgiving, Navidad y Nochebuena serán todos los días. Y no el Halloween cotidiano, que proponen estos monstruos degenerados que nos pisan y gobiernan.
A lo mejor para el año que viene, la imprescindible, esperada, añorada, rezada residencia norteña se consuma y me llega. Y eso me permita fluir, bogar, volar, emanar, expandirme. Y pueda volver al pasado. A besar a mi madre, amelcochar con pegoste a mi hija y volver a reír con los amigos eternos, los inolvidables. Aunque sea por unos pocos escasos días. Allá hay mucho que hacer - es verdad - pero a mí no me dejan. No quiero molestar a ningún molesto.
Ni de aquí, ni de allá.
A lo mejor para el año que viene, se adereza el acullá y pueda yo dar de mí lo mejor que creo saber hacer y para lo que pienso - ardientemente - fui creado. En cualquier puesto, en cualquier sitio, en cualquier lado.
El destierro lleva consigo un ajuste de potencialidades. No se empieza de cero - si hay experiencia - pero son pasos de niño, como intentos de un bebé, subiendo las escaleras. Con el cansancio añadido de un hombre ya madurito - tirando a podrido - je, je, en mi caso. La escala, entonces, sabe a reto mucho más pronunciado. Con mucho menos tiempo. Y el esfuerzo es mucho, pero que mucho más sentido. En cada hueso, en cada poro, en cada lágrima que se asoma, se desplaya o se contiene. En cada abrazo o palmada de afecto.
- ¡Agua, mucha agua! - recomienda - desde la historia - Antoñica Izquierdo, nuestra Virgen de los Cayos. Por eso más que llorar, me baño. Me ahogo en sueños, ideas, sensaciones, delirios, bosquejos, proyectos. Eso ayuda a seguir. A pesar de los pesares.
Junto a Martí, que vivió la mayor parte de su existencia exiliado, hoy me acompaña Heredia, el poeta desterrado, en su decir acibarado:
"Al poder, el aliento se oponga.
Y a la muerte contraste la muerte.
La constancia encadena la suerte.
Siempre vence quien sabe morir."
A lo mejor para el año que viene nieva en la Habana.
O en Santiago de Cuba.
La Caridad del Cobre recargara sus pilas...
Y se desate el milagro.
Del año que nieve.
Para su pueblo pobre.
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