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Iré directo al grano: mi respuesta a la interrogante del titular es “no”.
Mucho me temo que algunos de mis compatriotas, ciegos de pasión o contrariados en su patrioterismo, estarán diciendo ahora que el Comité de Béisbol Moderno ignoró olímpicamente los méritos de Luis Tiant para ser exaltado al Salón de la Fama.
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Insisto: No.
Al menos, no esta vez. De sobra sabemos que a los latinos (peor aún si son negros) les cuesta más trabajo llegar a Cooperstown, pero en esta ocasión no estaría bien levantar el dedo acusador.
Que Tiant fue enorme, nadie lo discute. El moreno lanzó 19 años en las Mayores -principalmente con los Indios de Cleveland y los Medias Rojas de Boston- y dejó récord de 229 victorias y 172 reveses, con efectividad de 3.30.
Encima, ganó 20 juegos o más en cuatro ocasiones, lideró dos veces la Liga Americana en promedio de limpias y lo hizo otras dos en lechadas.
Sin embargo, en la pelota hay algo que excede la estadística pura, y ese algo son los trofeos conquistados. Por ejemplo, los números de Orlando Hernández no son verdaderamente impresionantes, pero nadie se olvida de que el hombre se puso cuatro anillos de Serie Mundial. Desgraciadamente, El Tiante no gozó de la misma fortuna...
Solo en dos ocasiones intervino el habanero en la postemporada del mejor béisbol del mundo. Una, con anecdótica actuación en el revés de sus Mellizos ante Baltimore en la Serie de Campeonato de 1970. La otra, en la memorable Serie Mundial de 1975, donde Boston cedió frente a la Máquina Roja del Cinci a pesar del aporte notable del cubano. Estuvo bien, mas no ganó.
En eso, precisamente en eso, es en lo que lo aventaja Jack Morris, uno de los dos nombres elegidos hace muy pocas horas para ingresar al templo de los inmortales.
El Gato trabajó durante 18 temporadas para los Tigres, Mellizos de Minnesota, Azulejos de Toronto e Indios de Cleveland, se impuso en 254 juegos y mereció cinco invitaciones al Juego de Estrellas.
Si nos vamos a limitar a los números, Tiant fue ligeramente superior. Así lo dejan ver departamentos como PCL (3.30 por 3.90), WHIP (1.20 por 1.30), K/9 (6.2 por 5.8) y Ponches-Boletos (2.19 por 1.78).
Pero entonces hace entrada en escena el valor añadido de los triunfos resonantes, y resulta que Morris fue un amuleto de la suerte para tres clubes diferentes.
Se lo cuento. Primero asistió a la Serie Mundial de 1984 con Detroit y vio la gloria a costa de San Diego.
Después, en 1991, volvió a estar en esa instancia con el uniforme de Minnesota, y fue entonces que consiguió la mejor gesta de toda su carrera al tirar una blanqueada de diez episodios en el séptimo juego contra los Bravos de Greg Maddux, lo cual le valió el premio MVP del Clásico de Otoño.
Como colofón, un año más tarde se metió en el uniforme de Toronto y otra vez festejó en detrimento de Atlanta.
Todas estas razones bastaron para que Morris fuera seleccionado con justicia en 14 de las 16 boletas, y algo muy similar catapultó al otro elegido de 2017, su compañero en los Tigres Alan Trammell, quien sacó 13 sufragios.
Torpedero emblemático de la franquicia de Detroit, Trammell estuvo par de décadas en las Ligas Mayores y obtuvo seis convocatorias al Juego de Estrellas, cuatro Guantes de Oro y tres Bates de Plata.
Además, disparó 2365 hits, 185 jonrones, impulsó 1003 carreras, se robó 236 almohadas y fildeó para .977 en 9790 lances.
Ahora bien, su momento dorado aconteció en la referida final de 1984, donde su desaforado rendimiento (.450 de average, dos jonrones y seis remolcadas) lo condujo a la nominación de Más Valioso.
Morris y Trammell fueron electos por un panel que contempló a diez candidatos de la llamada Era Moderna, abarcadora del período 1970 a 1987. El receptor Ted Simmons se quedó a uno de la docena de votos necesarios, y el ex líder del sindicato de peloteros, Marvin Miller, apenas logró cinco.
El resto de la candidatura la integraron Tiant, Steve Garvey, Tommy John, Don Mattingly, Dale Murphy y Dave Parker.
Visto el caso, no hubo injusticia alguna contra el gran pitcher derecho de Marianao. Compitió contra leones, y esta vez todavía no le tocaba cargar con el botín. Otra vez será.
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