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Además de la exhibición de la copia restaurada, el ICAIC ha convocado a un encuentro con la prensa y parte del staff de El brigadista el miércoles 20 a las 11:00 a.m. en Fresa y chocolate.
El viernes 22 se exhibirá la película, pero debe añadirse que esta proyección será acompañada por una exposición fotográfica con treinta instantáneas inéditas sobre el rodaje del filme, considerado uno de los más populares en toda la historia del cine cubano.
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Octavio Cortázar se inspiraba en pasajes de su propia vida, y en las vivencias de muchos cubanos durante la lucha contra la ignorancia que significó la Campaña de Alfabetización en 1961. Diez años antes, es decir, en 1967, Cortázar dirigió uno de los mejores documentales cubanos de todos los tiempos: Por primera vez, que elogiaba las virtudes de otra alfabetización, la audiovisual, verificada en remotas localidades orientales.
Cortázar quiso retomar la emoción presente en el documental Historia de una batalla (1962, Manuel Octavio Gómez) que ya rendía homenaje a la masiva labor de los jóvenes alfabetizadores de un extremo a otro de la Isla. Imágenes del documental clausuran emotivamente El brigadista.
Entre los mayores aciertos del filme se cuentan su capacidad para humanizar al brigadista alfabetizador y al campesino que lo hospeda, además de entretejer la historia con elementos del cine de acción y aventura, romántico y de superación personal. El filme humanizaba al protagonista, un joven alfabetizador miedoso, indisciplinado e imprudente.
Los momentos más emotivos están realzados por una preciosa partitura de Sergio Vitier, por la fotografía bellísima de Pablo Martínez, que recrea la belleza natural de la Ciénaga de Zapata, y todo ello contribuyó al encanto de la película.
Salvador Wood entrega la mejor actuación de una muy notable carrera, en su irreprochable interpretación de un guajiro analfabeto y rudo, pero solidario y paternal. Hay un puñado de memorables actuaciones secundarias muy memorables a cargo de Mario Balmaseda (que es el malvado), René de la Cruz y Luis Alberto Ramírez.
El hecho de que el joven Patricio Wood (con solo quince años durante el rodaje) sea, en la vida real, hijo de Salvador, le añadió al filme un elemento extra cinematográfico particularmente cálido.
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