Los malos gobiernos en América no tienen color ideológico, parecen provenir lo mismo del azul que del rojo. No obstante, hay una maquinaria que establece distingos entre “aquellos hijos de puta” y “nuestros hijos de puta” (una maldad buena y una maldad mala). Telesur, ese lugar inmenso que abarca todo el hemisferio, devenga varios espacios para imponernos la visión maniquea de la verdad política. Se factura el silencio ante la corrupción y el abuso de poder de los gobiernos de la mal llamada izquierda. Lo monolítico y la omisión devienen en estandartes desinformativos.
Ponerle color a la ética no es otra cosa que obviar la esencia de lo real. En otras palabras, lo que trasmite la casa televisiva se resume en ignorancia política y ello lo evidencia la defensa indemostrable de las mil y una campañas de López Obrador en su asalto al cielo mexicano, el silencio ante el escándalo de los papeles de Panamá que a tantos alcanzó, la pobre cobertura de la tragedia del pueblo colombiano, etc. En lugar de la frase "luces, cámara…", Telesur parece decir "sombras, apaguen las cámaras".
Durante su cobertura acerca de los Procesos de Paz en La Habana, la directora del canal acompañaba a uno de los halcones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La escena era un montaje donde la periodista caía en la verdad de los guerrilleros. Al inicio ella cuestiona, pregunta, se enseria y termina sonriente y abrazada a "su hijo de puta". En la vida real eso se llama falsa moral, en la política, corrupción y en el periodismo, manipulación. Lo peor del caso resulta que la cadena se vende como la única alternativa frente a CNN, FOX, etc. La comparación no pasa su prueba de fuego.
Las cadenas saben que dependen de la audiencia e intentan respetarla (aunque no siempre suceda así). Telesur sólo responde a una ideología partidista y ello la aleja de la búsqueda del receptor. Mientras el mundo quiso conocer la verdad sobre el criminal libio Gadafi, había un bisoño periodista cubano (¿por qué siempre es cubano?) que sostenía el "heroísmo" del régimen más autoritario de África. Para Telesur sólo existen los asesinados por el Imperio, no hay espacio para las fosas comunes de Sadam Hussein, las millonarias y mortales hambrunas que merman la población de Corea del Norte, la megalomanía paranoica de Rusia, el extremismo religioso y criminal de los Ayatolas iraníes, la falta total de libertad en el inmenso Imperio Chino. Si se apoya una revuelta deberá ser contra el enemigo de la derecha, de lo contrario el canal habla sobre "desestabilización de la democracia". El poder legítimo estará encarnado siempre en el poder de los aliados políticos.
La trasnacional mediática sostiene el simbolismo de los postores de la mentira. En dicha casa hay muchos viejos camajanes y otros tantos bisoños, todos prestos a manejar la realidad según el dictado supremo. La supuesta voz de los sin voz no encarna siquiera la voz individual del comunicador, que ya aprendió ese cinismo: "quien paga manda". Y ¡ay de quien se salga de plato!, lo salda con la expulsión y el estigma, se le lapida ideológicamente, pasa al panteón de "aquellos hijos de puta", los inaceptables. Una serie televisiva protagonizada por el periodista Paco Ignacio Taibo, acólito de Telesur, lleva el nombre de "Los nuestros" o sea aquellos a quienes todo les está permitido, menos disentir, pertenecer a "los otros".
Para Telesur, un atropello, si tiene color rojo, debe silenciarse. La llamada izquierda ve a los suyos como mártires y a los otros como ajusticiados Ése tema es como la constante de Sísifo (no tiene fin) y alcanza para muchos análisis. Por ahora, apaguemos el televisor o cambiemos de canal.
La verdad de las mentiras
George Orwell, autor de dos grandes novelas contra el totalitarismo, dijo que ser periodista es decir lo que otros quieren que calles. La serie de artículos incluidos en La verdad de las mentiras, que inauguramos hoy con La maldad buena y la mala de Telesur, propone alumbrar esa zona silenciosa, llena de peligros. La luz quiere, echando mano al viejo método del griego Sócrates, hacer parir a la mentira, sacarle la verdad. El proceso puede resultar doloroso, pero su final, como el de todo parto, es la sonrisa de la madre y el llanto del bebé. La verdad de las mentiras es pues la luz que arrojo, como periodista, sobre las sombras que intentan acallarnos, comprarnos, hacer de nuestra profesión un juego de relaciones públicas. Sin otro interés que el desafío mismo, se vierten las letras llenas de desgarros como todo parto que se respete.
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