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La frase “nunca te disculpes, jamás expliques” se le atribuye al académico decimonónico Benjamin Jowett, un traductor y teólogo de la Universidad de Oxford, que remataba su sentencia con este colofón: “supéralo y deja que los demás sigan gritando”.
La nueva disidencia cubana, los jóvenes que ya no soportan ni la pronunciación de la palabra “castrismo”, esos que trabajan de manera sacrificada pero también divertida a favor de un cambio definitivo de la dictadura a la democracia (transición que involucra necesariamente una etapa de refundación nacional a través de un plebiscito, tal como lo exige la iniciativa ciudadana Cuba Decide de Rosa María Payá), esos que constantemente son denigrados por la prensa oficial cubana, y son expulsados de sus trabajos, y sus obras artísticas son censuradas por el Estado, a la par que ellos mismos son arrestados arbitrariamente y condenados en juicios trucados, hasta que, por desgracia; muchas veces se ven forzados a salir a un exilio sin retorno por cuestiones de seguridad personal.
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Esos jóvenes que no le deben nada a la envejecida oposición cubana de la Isla, y que son nuestra mejor garantía viviente de un futuro libre del legado despótico de Fidel y Raúl Castro y su dinastía de hijos, nietos, sobrinos, cuñados, y demás parentela dinástica, esa novísima disidencia cubana debiera aprenderse de memoria, sin ningún complejo de culpa, el axioma de Benjamin Jowett, y entonces nunca disculparse y, por el momento, mientras sigamos en plena tiranía totalitaria, jamás explicar.
Con el jueguito de que todos tenemos derecho a la libertad de expresión, con el fariseísmo de la transparencia y el blablablá de una supuesta cultura del debate, con polémicas estériles desde antes de su nacimiento, que lo único que consiguen en hacernos olvidar que ningún cubano es un ser libre hoy, ya casi en el 2018, con todas esas maniobras divisionistas y distractoras de nuestro objetivo común de liberación en tanto pueblo sin soberanía, es poco lo que podría avanzar la joven disidencia cubana si se enreda en todo ese laberinto de tira-y-encojes donde la única ganadora es cínicamente la Revolución, con su unidad funeraria de partido único y, sobre todo, de ejército único.
El caso mas reciente, por ejemplo, es el arresto de la bloguera habanera Lia Villares, desaparecida desde hace dos días por los órganos de la Seguridad del Estado cubano, sin que los oficiales del tirano le hayan dado explicación a ninguno de sus amigos, familiares ni a los representantes legales o de la prensa en la Isla.
Mientras Lia Villares languidece en un calabozo del Ministerio del Interior, probablemente golpeada, quizás en huelga de hambre y sed, los libre-pensadores y libre-opinadores en internet se dedican a denigrar su coraje y autenticidad, así como a mofarse de quienes desde la distancia (como yo, como tú) apoyamos a Lia Villares y a los tantos y tantos jóvenes de un futuro sin Castros en Cuba, por el cual ellos trabajan en condiciones de guerra incivil, con su arte radicalmente irreverente y con su activismo a favor del plebiscito que Cuba Decide propone para el 2018 en la Isla, que es la única alternativa política a un neocastrismo a perpetuidad.
No voy a mencionar nombres. No estoy debatiendo con ellos. Los estoy ignorando, de hecho. No le pido disculpa a nadie. Y a nadie tampoco le daré explicación. Y si escribo esta columna es para transmitirle a mis hermanos de la Isla esta actitud. No hay arrogancia posible cuando la tarea se trata de extirpar de Cuba a la junta corporativa-militar, lo cual es hoy por hoy una cosa casi de titanes, gracias a la complicidad con los criminales cubanos por parte de la Comunidad Europea, y sobre todo gracias a la mano mitad marxista y mitad maléfica del ex presidente Barack Obama de los Estados Unidos.
Pero ya pasó. Pero ya está pasando. Pero ya va a pasar. Con la nueva administración norteamericana del presidente Donald Trump, un hombre que quiere empujar bien fuerte la causa de la democracia en todo el planeta, y con la muerte inminente más que el retiro de Raúl Castro en el 2018, se abre para Cuba una nueva era de esperanza.
Los demócratas cubanos en este momento no podemos detenernos a disculparnos ante quienes pretenden paralizar nuestra energía, ni mucho menos ponernos a perder el tiempo dando explicaciones a los cubanos que no entienden otro lenguaje que no sea el de la continuidad del castrismo.
Lo vamos a lograr. El futuro pertenece por el entero al futuro. La liberación espiritual y social de Cuba se merece de una vez y por todas no uno sino diez millones de Benjamin Jowett: nunca disculparnos ante la cobardía de quienes le tiene pánico a la libertad, jamás darle explicaciones a los necios que no superan su comunismo de closet y se la pasan dando gritos, excepto, por supuesto, el grito del mártir Oswaldo Payá al que ahora nos convoca su hija Rosa María Payá: “si tu decides, Cuba Decide”.
El totalitarismo cubano, como todos los totalitarismos de los que no queda ya ni el recuerdo, también colapsará muy pronto bajo su propio peso muerto.
Basta que sea la ciudadanía cubana la que ejercite su derecho pacífico a participar. Como Lia Villares hoy. Como tú, tan pronto como tú lo decidas.
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