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Mildrei Iznaga es una peluquera cubana de 27 años, madre soltera. Ella, junto a su hijo, su hermana, su sobrinito y su madre, vive en un campo de refugiados en Serbia, donde los termómetros marcan una media de 3 grados Celsius, con una humedad relativa del 92%. Es invierno y hace un frío infernal.
En 2016, Mildrei fue entrevistada por un canal de televisión y habló sobre el rechazo a los afrodescendientes en Cuba. Cuando se fue la prensa, alguien pasó a buscarla y la amenazó. "Tuve que esconderme", dice a Aljazeera.
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Llegar a Estados Unidos es muy difícil para una madre soltera, por eso Mildrei Iznaga eligió Europa. Al llegar a Serbia se dio cuenta de que hace mucho frío. Un funcionario del Gobierno les envió a Dimitrovgrad, una ciudad en la frontera con Bulgaria, donde estaban abriendo un centro para refugiados, para acoger, sobre todo, sirios e iraquíes que huían de la guerra y del Estado Islámico. Pero también cubanos.
Los niños, Mateo y Michael, enseguida hicieron amigos, lo que facilitó su adaptación a ese pueblo en medio de la nada. Meses después se mudaron a un campamento cercano a Hungría porque todos los días la Policía húngara permite el paso de 10 inmigrantes, pero cuando llegó el turno de Mildrei y su familia, los metieron en un contenedor junto a cientos de personas y los encerraron en un sitio rodeado de vallas.
Allí tendrán que esperar a que les evalúen su petición de asilo. "Tengo tanto miedo, que a veces no puedo dormir por las noches", dice.
Los cubanos han llegado a Serbia a través de Rusia, que no les exige visados. Cogen un vuelo a Moscú y siguen camino hacia Montenegro, Serbia o Macedonia. De ahí esperan cruzar a Belgrado y pasar a cualquier país de la Unión Europea. Pero su recorrido se ha visto interrumpido por las cercas de alambre que han convertido a Serbia en "una gran zona de amortiguación para Europa, donde los derechos de los refugiados son ignorados", según lo ha definido Rados Durovic, director de la ONG local Centro de Protección y Asilo.
El año pasado había 92 cubanos varados en Serbia. De ellos, 168 se alojaron en 18 centros de recepción de inmigrantes. Durante 2017 ese número se redujo a una docena.
Daniel García
Daniel García, un mecánico de 39 años, es uno de ellos. Salió de Cuba con la esperanza de construir una vida mejor. Él vivía en La Habana Vieja, donde tenía su propio negocio, un cuartico y una moto. Quería reunirse con sus padres en Florida, pero el viaje a los Estados Unidos se hacía cada vez más difícil. Vendió su moto y se sacó un billete de avión a Montenegro. En Podgorica cogió un tren a Montenegro. No tenía dónde dormir y se unió a los cientos de personas acampadas a lo largo del río Sava. La mayoría, afganos acostumbrados a las bajas temperaturas. "Para mí era insoportable y empecé a enfermar".
Fue entonces cuando pidió ayuda a su padre, que le mandó dinero y pudo alquilar una habitación. Pero cuando se le acabó el dinero volvió a la calle. Pidió asilo en Serbia y como Testigo de Jehová comenzó a asistir a una iglesia local. Aunque no entendía nada sabía que era bievenido.
Los últimos cinco meses los ha pasado en el centro de refugiados de Krnjaca, en las afueras de Belgrado. Es el único cubano. Ha necesitado asistencia psicológica para asimilar lo que le está pasando y comenzar a pensar en un futuro mejor.
Ana Teodiz
Ana Teodiz también lo está pasando mal. Es bailarina y transexual. Decidió escapar de Cuba porque aunque el país está cambiando, aún persiste la cultura machista. La acosaban por la calle y la Policía la detenía a menudo, cuando que salía por las noches. "En esas condiciones, la prostitución se convierte en la única opción para sobrevivir porque no puedes tener un trabajo", explica.
Ella quería llegar a los Estados Unidos, pero la derogación de la política de Pies secos, pies mojados, le hizo desistir porque los precios de los coyotes subieron. Al llegar a Serbia intentó "jugar el juego", término que utilizan los refugiados para decir que van a intentar cruzar ilegalmente la frontera. La Policía croata la atrapó y aún tiene cicatrices de la paliza.
Ni Serbia ni el campamento de Principovac, donde está alojada, son el mejor lugar para un transexual. Paquistaníes y afganos la miran como si fuera extraterrestre. Sueña con dejar Serbia y poder llegar a Europa para someterse a una terapia hormonal. De momento sigue en un campo de refugiados. Allí conoció a una somalí que le preguntó: "¿Eres hombre o mujer?". Ella no contestó. Es su única amiga.
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