Vídeos relacionados:
Segunda Navidad en Estados Unidos.
Sin poder abrazar a mi madre.
Lo más leído hoy:
Ni sentir - de cerca - el amor de mi hija.
Aún sin residencia norteamericana.
La noticia feliz de nuevos otorgamientos salpica a varios conocidos.
¡La suerte es tan loca!
Pero no toca, ni moja, ni endulza, ni contagia, ni hace (h)ola, por ahora.
Digamos que, más bien, revienta.
¿Será un problema personal, Santa Rita, chica?
¿Qué te he hecho yo para que me castigues con esto?
¿Odiar a los tiranos?
¡Tú también lo harías!
Aunque hayas sido la meca de la soportadera.
Son seres despreciables. No merecen ni el recuerdo.
¿Por qué me tiras la chancleta a mí, vieja?
¿Cómo ha de serme afín, por lo tanto, el espíritu navideño?
Que aquí, en Miami, además parece, una competencia desmedida, para ver quién logra el diseño de luces más cheo o más ridídulo para la entrada de su casa.
¿Qué otra cosa podría pedirle a un Santa Claus en el que ya no me es dado creer?
Porque nos lo escamotearon - muy injustamente - siendo niños.
Nuestra más temprana infancia disfrutó, un poco, de esas "pequeñas cosas" que el ser humano se inventa para poder vivir.
Pero poco a poco todo empezó a desaparecer.
O a aparecer.
De vez en cuando.
Luego le siguieron generaciones más desvalidas. Eso es mucho más triste y serio.
Ya salen - hoy día - a la calle las consecuencias.
Además, la falta de nieve real - y de cordura en su esencia - contribuyeron, con mucho, al abominable atropello.
Las Navidades empezaron a ser mal vistas.
Como una adoración al "enemigo del Norte". Al adversario cada vez más inventado-inflado-y-necesario-de-siempre.
O como un "rezago pequeño-burgués", preciso de amputar, para consagrar la fundición del "hombre nuevo".
¡Pues, sí, señores!
Nos "fundieron".
Y en lo más fondo.
En los fondillos.
No sólo los turrones, sino la misma idea de celebrar el Año Nuevo, se diseñó y transmutó, hasta convertirla - aún, con repetición, en la actualidad - única y exclusivamente en un festejo más del triunfo "revolucionario"
Con el himno atronador, la bandera bailona al viento, la alocuciòn encendida, palomas sueltas y fuegos artificiales. Sin faltar la debida adoraciòn y pleitesíìa al sempiterno héroe, novio de todas las niñas y padre de todos los paisanos.
Otro aniversario de ese accidente histórico, que marcó el preludio de la actual involución para ser más preciso.
De enero a diciembre se instalaron las colas.
¡Hasta para los juguetes!
La fantasía - como todo lo demás- se vió restringida, normada u obligada a servir (¿ser vil será?)
La entelequia era para todos.
Y lo que es de todos no es de nadie.
Ni nadie lo cuida o quiere.
Se exilió - sin decreto, derecho o razonamiento alguno - a los Tres Reyes Magos.
Sólo las iglesias conservaron - a escondidas - ciertos modestos clandestinos pesebres.
Se confinó el pensar diferente, el ser distinto o, simplemente, el querer ser otro.
Disney empezó a apestar.
Y así siguió y siguió.
Y hasta volvió a pasar el águila por el mar.
¿Hasta cuándo, Señor mío, tanto amargo penar?
¿Por qué ésta perpetua condena al averno?
Mas, si el ocaso osa asomarse a la ventana, no he de escucharle, ni siquiera, soplar.
Aunque me invada la zozobra.
¡Y hasta descomposiciones de estómago me entren!
Debo hallar una nueva renta, antes de comenzar el año.
Mudarse es el sino inicial de expatriar.
Siempre hubo nómadas y sedentarios.
A mí me envenena la rutina.
Que engorda, achanta, aburre y mata .
Cambiar, empezando de cero.
Otra vez.
Y otra vez.
Y otra vez.
Págando pero aprendiendo.
La historia de los exiliados "exitosos" es cierta, comprobada y posible.
Pero aún mucho más común lo es la tendencia a la frustración o a la mudanza de ensueños.
¡A la resignación o a la resingazón!.
Que no es lo mismo, pero es igual.
Hay que evitarla, de todas maneras y a toda costa!
Y por aquello de "al mal tiempo, buena cara", "a lo hecho, pecho" o "a otra cosa, mariposa", ponerse a repartir alegrías, aunque el dolor insista en instalarse dentro.
Por eso ha de ser que mi madre decora todo desde noviembre. Y lo recoge, más o menos, en marzo. Para que le dure más tiempo el regocijo.
¿Arrepentirse? ¡De nada!
Juzgarse, hacia atrás, suele ser una pérdida de tiempo, si lo que se quiere es avanzar.
Tanto recuerdo entorpece. No da aliento. El saber no ocupa espacio. Ni pesa.
Como me repite, un prieto preclaro, que edita y a ratos, lo que me dijo, me martilla constantemente en la cabeza:
- "Esto es una carrera de resistencia, mi hermano, no de velocidad, aguanta".
¡Así que a criar paciencia!
A embadurnarme de aceitunada esperanza.
Engalanar las bolas de mis ramas.
Encenderme una estrella en la cabeza.
A aceptar todos los regalos que la vida me ofrezca.
Y lleno de lucecitas, enchufado a la corriente, ¡pónerme a brillar!
Más por dentro, que por fuera.
Que es - lo más oscuro - el lugar ideal para resplandecer, relucir, refulgir y salir a relumbrar.
Sacar a ventilar el querer a borbotones.
Titilar con el retintín de un cascabel.
Y así, oxigenar el verdadero, diario, necesario, urgente y más sentido de todos los cariños.
Durante todas las fechas.
De todos los años.
Por vivir.
Archivado en:
Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.