En esa olla de grillos que es el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) se construyó una figura pública: rostro hermoso, voz agradable, carácter sereno, aparente inteligencia, supuesta cultura. Pero sobre todo juventud, eso es Cristina Escobar, una periodista que representa el prototipo de cómo quiere el poder que sean visibilizados los jóvenes cubanos.
Prebendas muchas a cambio de la palabra comprada y el silencio ante la urgente agenda ciudadana del pueblo y sus niveles insuficientes de vida. Viajes al extranjero en primer lugar, un privilegio que Cristina disfrutó desde los tres años de servicio social que cumplió como profesional de la comunicación. Nunca ha salido de su boca nada coherente, jamás pondrá en peligro el beneficio del régimen que la construyó como una alternativa joven ante una ciudadanía joven y descontenta, contra una disidencia joven.
Si ha funcionado o no la Operación Escobita Nueva (llamémosla así), esos son otros veinte pesos. A Cristina sólo le interesa vacilar a los yanquis en Washington, cenar en Miami en los mejores restaurantes, ser la figura de primer orden de los medios de desinformación.
Sin embargo, un episodio pasó desapercibido, uno triste, que ya prefigura el final de periodistas como Escobar, Randy Alonso, Froilán Arencibia, Aixa Evia, Talía González y un larguísimo etcétera. Al final del periodo presidencial de Barack Obama, la Cristina vertió una serie de comentarios ácidos contra dicha administración, el restablecimiento de relaciones y en general llenos de odio hacia los Estados Unidos y su sistema político. Una vez en el poder Donald Trump, sabemos que vino la retranca de la diplomacia y la posición de fuerza norteamericana. Fue en ese momento cuando el gobierno cubano volvió a echar mano del lobby de sus aliados socialdemócratas en el seno del vecino Norte. La reacción de los amigos fue fulminante.
Personajes de esa izquierda norteamericana, muchos de ellos de origen cubano, arguyeron la campaña de Cristina Escobar y su fundamentalismo castrista, también la cruzada del bloguero a sueldo Iroel Sánchez, desde ese impasable sitio "La Pupila Insomne", denominación que ya delata la naturaleza policial de quien lo escribe. Aquellos que hicieron fuerza por un cambio de relaciones fueron blanco de un engendro ideológico, se les acusó de "centrismo político", invento del trasnochado Elier Ramírez Cañedo (otro viajero a sueldo), quien se autodenomina historiador y académico. Pero sobre toda la turba, descollaba la sargenta Cristina, su voz dulce y sus oraciones amargas. Casi de inmediato, sacaron a la chica del Noticiero Estelar, desapareció su espacio fijo de comentarios sobre el ámbito internacional, bajaron su perfil reportero. El último lead que lanzó, desde su ostra en el Festival de la Juventud en Sochi, fue que el evento estuvo dedicado a Fidel, mentira burlona que sólo cacareaban los medios cubanos.
Quizá hayan degradado a Cristina de sargenta a soldado raso. No sería el primer ángel caído, ahí están el sonadísimo despido y dejación de Pelayo Terry Cuervo, director del diario Granma. Los peligros de convivir con Saturno son esos, parece que la bisoña reportera se mandó y se zumbó y ahora deberá pagar el precio, pues el gobierno cubano necesita las relaciones con Estados Unidos y está haciendo lo posible y lo imposible.
Tanto es el desespero de la diplomacia de la Isla, que no dudaron recientemente en aprobar benéficas e insólitas leyes a favor de la emigración cubana, medidas que le conceden a quienes están fuera lo que para el de adentro no existe. La descapitalización de Cuba, la carencia de mercados, de inversiones extranjeras, el ambiente de incertidumbre política de un sistema totalitario, generan la necesidad de alianzas a toda costa. Cristina es una baja colateral, un sujeto intercambiable, otra ficha más en el dominó. La Operación Escobita Nueva podría usar como jingle aquella canción “soy sólo otra cara bonita”.
Ese final trágico acompaña las carreras de los sargentos de la mentira, todos degradados en su momento, fíjese en el caso de Lázaro Barredo, director de Granma, panelista habitual de la Mesa Redonda, reducido a periodista raso y gris de la página internacional de la revista Bohemia. Si Moscú no creyó en lágrimas, La Habana no cree en escobas ni viejas ni nuevas.
Lo peor, luego de usada, a la sargenta sólo le resta remar en el ICRT, puesto que su imagen dejó de resultar creíble en el mundo del empleo mediático. Eduardo Mora, otro sujeto intercambiable de la televisión cubana, abandonó el país y no ha logrado insertarse en el periodismo extranjero, pues lo persigue la marca de la bestia, ese 666 que va en la frente de la sargentería.
Escobita nueva barre bien, pero envejece rápido…
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