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Y los cubanos, ansiosos de cosas nobles, hermosas y brillantes, ya suelen felicitarse en voz alta, en medio de la calle por Navidad o Año Nuevo, según el credo de cada cual, porque en la Isla siguen imperando dos equívocos poderosos: considerar las Navidades un tema solo para religiosos, y confundir esta celebración con las fiestas de año nuevo y con un nuevo aniversario del triunfo de la Revolución.
Aunque abunden las felicitaciones en la calle, los medios cubanos siguen siendo más o menos reacios a las felicitaciones navideñas oficiales y públicas, y precisamente desde la radio, la televisión y los periódicos se imponen precisamente los saludos por el nuevo año, para encubrir con ese manto la casi innombrable felicitación navideña.
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No obstante, este año se registró una cierta relajación en ese sentido. La televisión, que continúa siendo el pasatiempo favorito de los cubanos, trasmitió por el Canal Educativo los programas navideños de las iglesias católicas y protestantes (justo en el horario de la popular telenovela) y se permitió la programación de filmes de temática navideña, como el clásico Love Actually.
Hace pocos años, este tipo de obras se prohibía precisamente en los días en que el mundo occidental celebraba en pleno el nacimiento de una nueva era.
También la radio hizo lo suyo. Y dejaron de ser raros, imposibles, los programas cuyos directores más cultos y arriesgados programaron villancicos de varios países, Noche de paz, Blanca Navidad o Adeste fideles, a veces interpretados por artistas cubanos como Amaury Pérez o Beatriz Márquez.
Pero si en los medios se deslizó un ápice del espíritu navideño, en las calles hubo pocas luces y festividades, todas ellas concentradas en los tres días finales de diciembre. Por supuesto, siempre quedaba la posibilidad de que cada familia, los que decidieron celebrar las Navidades contra viento y marea, colocaran su arbolito, y si le alcanzaban los recursos sirvieran una cena especial, de Noche Buena.
Los problemas mayores se relacionaron no solo con los altísimos precios del pavo o el pernil, los humildes tomates y los lujosos turrones, sino en la total ineficacia de la red comercial cubana, particular y estatal, en mn y en cuc, para asumir una mayor afluencia de público, y enseguida los vendedores se ponen tensos o histéricas, y acuden a la más redonda grosería, y exigen rapidez, el dinero exacto (porque no tienen vuelto), y maltratan de mil formas al pobre comprador, porque los domina el cansancio y el abrumo del gentío, ya sea en los mercados agropecuarios, los negocios privados o los estatales.
Por supuesto que existen vendedores amables, con sonrisa navideña. Pero son excepciones, y seguirán siéndolo hasta que en Cuba, en todos los niveles, acabe de comprenderse el verdadero sentido de la Navidad, y quede en el pasado el malentendido que las demoniza como una rémora burguesa, comercial, cursi e idealista.
Porque, para decirlo con palabras de Martí, el espíritu desolado juzga el universo desolado, y la Navidad —además de fiesta y comelata, luces y colores, nacimientos, arbolitos y golosinas— forma parte de cierto gozo vivificante, capaz de transparentar el alma clara y satisfecha, ansiosa de cosas nobles y hermosas.
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