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Algunas izquierdas sensatas se han ganado la confianza de los votantes al trabajar por la bonanza de la polis, dentro del Estado de Derecho, sin que deba mediar un régimen de excepción. Son quizás pocos, pero son. Pondría el ejemplo brillante de José Mujica, otrora mandatario del pequeño Uruguay.
El rencor generado por la cárcel, la dictadura, el hambre y todo tipo de atropellos inclasificables, no doblegó ni la humildad, ni el espíritu de trabajo ni el pensamiento activo del anciano Mujica.
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Dejó a un lado ese foso de cucarachas en que lo pusieron, olvidó toda forma de confrontación violenta, arguyó la razón política. El Uruguay entero, oponentes y simpatizantes, coinciden en reconocer la honradez del presidente de izquierda que, se intuye, debe ser una espina clavada en la garganta de esos gobernantes populistas y mentirosos que agitan la bandera roja. Si Mujica le dijo varios "atiendan todos" al propio Nicolás Maduro, si tuvo la valentía de llamarle loco, si se sentó a hablar quedamente con el exmandatario de la Casa Blanca Barack Obama; entonces es un mal ejemplo para ese eterno idiota pícaro que engarrota las venas de su cuello en una tribuna.
Sólo la extrema decencia de Mujica lo salvó de resultar blanco de ofensas por parte de los prevaricadores de pueblos, pues con una mancha ya lo hubiesen descuartizado. Pero el campesino iba en motocicleta a la Casa Presidencial, vestía humildemente, su auto es un Volkswagen viejo, come de los frutos de una magra parcela de tierra. Eso sí, cuando habla, todos callan y escuchan, con él no valen las ofensas 'ad hóminem' fabricadas en el seno de cualquier corruptela, ni la difamación, ni el chantaje. Mujica vive al mismo nivel que el resto de los uruguayos y piensa que eso está bien (muy mal, por ejemplo, para los Duvalier, Pinochet, Fujimori, Batista, Videla, Somoza, Noriega,… quien tú sabes y hasta etc.). Cuando se hable de un socialista democrático, ya Mujica se habrá robado el show, el hombre que venció el odio con la razón.
¿De dónde proviene tanta grandeza, de dónde tanta humildad? Este señor padeció muchísimo más que otros camaradas revolucionarios del continente. Su vida estuvo varias veces en un hilo. La humillación de compartir años y años con cucarachas sin ver otro ser vivo sólo cabe en un cuento de Edgar Allan Poe. ¿Por qué no vemos en él ese odio invencible al enemigo que pregonaba Che Guevara, el odio como una efectiva y selecta máquina de matar? No hay que ir a la universidad para saberlo, sólo mirar lo que hizo en Perú Sendero Luminoso, lo que las guerrillas de Colombia y sus contrapartes paramilitares cometieron, la matanza inmensurable de El Salvador y muchos otros escenarios de odio. ¿Adónde llevó aquella práctica, conocida como foquismo guerrillero, neologismo hecho por el Che y filosofado por el negacionista Regis Debray? El propio Guevara fue víctima de su misma teoría, al fracasar sonadamente en el Congo y luego en Bolivia donde, aislado, con malos pertrechos y poca información, quedó a merced de las tropas de contraguerrillas.
La grandeza de Mujica está en evitar el error de los foquistas, en oponer la vía de la democracia a la fórmula criminal del autoritarismo. Cuando el filósofo y escritor argentino José Pablo Feinmann fue contratado por La Habana para filmar la cinta sobre Guevara, pidió ver el paredón de los fusilamientos en la Fortaleza de la Cabaña. Aquel escenario de violencia revolucionaria, donde se define o no la naturaleza humanista de la izquierda, debía aparecer según Feinmann en la película. Pero las autoridades denegaron el permiso, cerraron el contrato, por eso el profesor peronista en su programa Filosofía Aquí y Ahora de la televisión argentina ha dicho que el proceso cubano se cosificó.
Mujica asumió una izquierda verdadera. Vive bajo la pasión de los más pobres, sufre esa pasión. Pudo cambiar el cucarachón por un automóvil de los mejores o usar los destinados al presidente, pero no. A la austeridad sincera le sumó su visión democrática, el amor hacia el diálogo, la entereza de carácter que no le permitía ser uno hoy y otro mañana (cosa común en los políticos de la América Latina). Si Mujica tuviese dotes de guionista como Feinmann, hubiera pedido filmar la misma escena de violencia y deshumanización. La respuesta oficial, la de ese búnker súper secreto y en verdad miedoso, sería también no.
¿Mujica o Guevara? Los símbolos están planteados y contrapuestos, equivalen a la vieja contrapartida entre civilización o barbarie. Para el demócrata el fin es esencial, pero los medios resultan sagrados. En el caso del autoritario, cualquier vía vale y por ese camino se va a la cosificación de que habló Feinmann, el desasimiento de los objetivos humanistas de la política. Mujica no es muy popular en la extrema izquierda, nadie lo usa de bandera, no lo vemos en camisetas, al Che sí que lo tenemos así, ¿por qué será?
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