El peligro de viajar en guagua en Cuba, un cuento que nunca se acaba

A la agonía de esperar una guagua en Sancti Spíritus, se suma que, una vez dentro, los viajeros se pueden topar con numerosas indisciplinas: desde aquellos que quieren trasladar recipientes llenos de petróleo, o los que montan borrachos, o quienes van oyendo música alta. Sin olvidar el que se hace el tonto y no quiere pagar el servicio.

Autobús-cubano. © Escambray
Autobús-cubano. Foto © Escambray

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Este artículo es de hace 6 años

Es una verdadera odisea coger una guagua en Sancti Spíritus. Solo hay que ver cómo están las paradas de autobuses en los horarios pico, para llevarse una idea de la magnitud del problema. Y no solo en esa provincia, en toda Cuba.

En un reciente artículo el periódico Escambray aporta datos acerca de la disponibilidad de ómnibus del territorio. Aunque en 2016 se inauguró la ruta 6, y en 2017 la ruta 1 y los taxibuses, que recorren –solo en el tramo de ida–, 6.1, 8.6 y 6.5 kilómetros, respectivamente, los directivos del sector reconocen que el servicio de transportación de pasajeros en la ciudad no cubre la demanda.


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Y es que, tal y como explicó Osvaldo Díaz Fasco, especialista de la Subdirección de Operaciones en la Empresa Provincial de Transporte, aunque es cierto que algunos de los vehículos permiten trasladar hasta 90 personas por cada viaje, y los articulados, una cifra superior, no se puede obviar que la mayoría superan los 20 y hasta 30 años de empleo, entre ellos los de las marcas Girón y Daewoo.

Solo los Diana, que únicamente admiten 15 personas de pie, circulan hace unos cuatro años por la ciudad. Hay aspiraciones de construir más ómnibus de este tipo en la empresa Evelio Prieto Guillama, de Artemisa, con una mayor capacidad y tres puertas. Pero por el momento es solamente eso, un anhelo que aún no se sabe si llegará a materializarse algún día.

Con semejantes truenos, pocos duermen. Por eso sorprende un poco que Escambray critique a quienes pretendan viajar en el último escalón de la puerta, “aunque sepan que es un peligro”, o a quienes intenten “montar sacos o jabas con recipientes llenos de petróleo”, lo cual no es más que la única opción que les queda a los cubanos si se quieren trasladar. No lo harían, si no tuvieran necesidad.

El periódico censura con justicia a aquellos que suben a las guaguas borrachos o con las botellas de bebida en la mano, a quienes van oyendo música como si estuvieran en una discoteca, sin olvidar a los que no echan los 20 centavos en la alcancía, aún a sabiendas de que de la recaudación depende el salario del chofer, el pago del combustible y el mantenimiento del ómnibus.

No es la primera vez que la publicación espirituana denuncia las indisciplinas en los ómnibus urbanos.

Es cierto que ellas son evidencia de la falta de educación que aqueja a gran parte de los cubanos, no solo los de ese territorio central. Pero la realidad es que la escasez de transporte adecuado a menudo condiciona el comportamiento de los ciudadanos. Y no se pueden exigir actitudes correctas cuando la propia realidad obliga a las personas a violar las normas.

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