El duro testimonio de un joven de 15 años, víctima del accidente con los fuegos artificiales en Remedios

Güirito narra cómo al pedir ayuda, mientras caminaba con las piernas deshechas, la gente solo huía o lo filmaba.

Accidente-en-las-parrandas-de-Remedios © Sergio Carreira/ Flickr
Accidente-en-las-parrandas-de-Remedios Foto © Sergio Carreira/ Flickr

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Este artículo es de hace 6 años

Guillermo Enrique del Río Ruiz, conocido por sus familiares y amigos como Güirito, fue una de las víctimas de las explosiones ocurridas el pasado 24 de diciembre en las parrandas de Remedios, Villa Clara, la festividad más antigua de Cuba, que causó más de 30 heridos, algunos de ellos muy graves.

Esa noche el joven de 15 años tenía permiso de sus padres para ir a ver el encendido de los trabajos en el parque José Martí pero, adolescente al fin, decidió quedarse más tiempo. Hoy, se recupera en su casa luego de varios días ingresado, aunque sus piernas continúan vendadas y su cuello y su cara presentan huellas de quemaduras. Allí contó su historia al diario Juventud Rebelde.


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“En realidad fui hasta la plaza donde se descarga el fuego de San Salvador para ayudar en el llenado de tableros. Allí nadie te pide identificación, ni tienes que andar con la camiseta distintiva del barrio. Puede entrar cualquiera, siempre ha sido así. Luego traté de acceder al área de disparo en el parque, pero no me dejaban pasar. Les dije que era mayor de edad y como soy bastante alto, me creyeron. Allí dentro había más menores a pesar de que los artilleros y el jefe de fuego del barrio los intentaban sacar”, explicó.

Cuenta la publicación que las áreas de disparo se aíslan con cercas metálicas, debido a varios hechos de robo de voladores en otros años. Pero dicha protección se convirtió esa noche en una jaula para Güirito a la hora de escapar del fuego. Cuando sucedió la primera explosión, él estaba escondido en medio del humo disparando morteros desde una batería. Trató de empujar la cerca para salir, pero la multitud del otro lado presionaba en sentido contrario.

Trató luego de escapar por otro lugar, pero la muchedumbre lo impidió. Entonces hubo más explosiones que le impactaron en las extremidades inferiores. Lo peor fue cuando la onda expansiva lo tiró al suelo y comenzó a ser pisoteado por gente que huía, hasta que un hombre lo levantó.

Güirito narra cómo al pedir ayuda, mientras caminaba con las piernas deshechas, la gente solo huía o lo filmaba. Logró caminar tres cuadras y pidió ayuda a un hombre que estaba junto a su máquina, pero este se negó y se fue. Fue entonces cuando un muchacho con una moto accedió a llevarlo hasta el hospital.

Nguyen Martínez Sierra, presidente del consejo popular de San Salvador, explicó a Juventud Rebelde que, a pesar de que está establecido que los artilleros de la empresa Viclar, que produce los morteros, sean quienes los disparen, desde hace años no es así.

Cuenta Martínez Sierra un extenso relato de esfuerzos truncados y autorizaciones dilatadas para la fabricación de voladores, que terminó con una carta a principios de diciembre de los simpatizantes del barrio, preocupados porque no les dejaban gestionar los voladores.

“Se hizo una reunión con las autoridades locales, pero no salieron soluciones. Nosotros, como parranderos, estábamos y estamos muy dolidos, porque sentimos que nos sabotearon el esfuerzo realizado”, expresó.

Finalmente la autorización se dio solo 36 horas antes de las parrandas del día 24 de diciembre.

Debido al poco tiempo de preparación, el barrio solo contaba con 10.000 voladores, 500 morteretas convencionales y mil palenques pequeños, mucho menos de lo necesario para una celebración de calidad.

“El descontento entre los simpatizantes y los artilleros era gigantesco”, contó Octavio Marcelo Carrillo, con 47 años encargándose del fuego en las fiestas, y responsable del minialmacén con 500 carcasas que iban a ser tiradas a las diez de la noche.

Poco antes de las seis de la tarde llegó de Camajuaní el camión de la empresa Viclar con las carcasas de cien y 75 milímetros, pero les quitaron la llave del contenedor –Carrillo no aclara quién– y no se las entregaron hasta pasadas las nueve de la noche, con la exigencia de que debían estar listas a las diez.

Sin apenas tiempo, él y sus trabajadores asumieron el riesgo de tirar las carcasas manualmente. No pudieron preparar las baterías, labor que asegura el tiro y disminuye el riesgo de accidentes, pero que tarda al menos dos horas y media. Como no tuvieron tiempo suficiente para montar el fuego con seguridad, los sacos se colocaran cerca de los tubos para agilizar el tiro, lo cual representa otro peligro potencial de incendio de las cargas.

“Explotaron solo dos sacos, cada uno con 15 carcasas dentro. (…) Yo apenas atiné a cerrar el minialmacén que se encontraba a unos escasos ocho metros del pueblo y que si llega a explotar, quizá el daño hubiera sido catastrófico”.

Aún no se conocen los resultados de la investigación para determinar las causas del accidente del pasado 24 de febrero, pero para muchos es evidente que ha habido improvisación e indisciplina. Es lamentable que un evento que incluso fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación no posea a estas alturas un mecanismo legal eficiente a través del cual sustentarse.

Así lo corroboró Carrillo, miembro de una de las familias tradicionales del bando de San Salvador, quien asegura que aunque se tengan muchas iniciativas, “… con tan poco tiempo, con contratos lentos y sin apoyo suficiente, no se puede hacer parranda”.

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