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Empiezo a escribir estos apuntes luego de ver la entrevista que Bill Maher le hiciera a Anthony Scaramucci en su programa de HBO en la noche de este viernes. Pongamos esto en perspectiva: Bill Maher, el furioso, mordaz y talentoso -hay que decirlo- presentador y humorista demócrata; Anthony Scaramucci, el hombre que ostenta el más rápido despido en la administración Trump (11 días como jefe de Comunicaciones), lenguaraz como para decir aquello de que Steve Bannon iba siempre queriéndosela mamar a él mismo y también republicano duro, feroz.
Vamos, podía haber tanta empatía en ese ambiente como entre un pollo y el dueño de Kentucky Fried Chicken. Y no hubo gritos. No hubo palabrotas. No hubo ataques personales, sino ataques a ideas. Conceptos. Ideologías. Filosofías. Lo que se espera de gente que está ante cámaras, ¿cierto?
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Pienso en esto ahora que me viene a la mente el episodio del lunes último en el show de Jaime Bayly, probablemente el presentador más acuciosamente inteligente que haya tenido la televisión local de Miami jamás. Inteligencia pura, digo, y recursos, y cultura, y riqueza verbal y argumental.
Sostener un programa en vivo, solo con una mofletuda cara, un peinado imposible y una voz chillona y cimbreante está únicamente al alcance de Bayly. Lo amas o lo odias, pero eso no lo puedes negar.
El episodio ha dado la vuelta al cibermundo, así que no lo contaré. Solo me voy al final del asunto: Rafael Poleo, analista y periodista venezolano, enzarzado a gritos con su entrevistador, gritándole que se callara -¡al entrevistador, en su plató!- y posteriormente siendo expulsado del programa en vivo.
Luego de Poleo ser barrido durante los comerciales, Bayly hizo lo que casi ningún otro presentador de Miami puede hacer con soltura y éxito: proseguir el programa solo, auxiliado únicamente por su arsenal de adjetivos, metáforas, recursos explicativos y carisma. Sostener un programa en vivo, solo con una mofletuda cara, un peinado imposible y una voz chillona y cimbreante está únicamente al alcance de Bayly. Lo amas o lo odias, pero eso no lo puedes negar.
Pero volviendo a la escena viral en ese programa de lunes último, hay algunas conclusiones que sacar. Primero: la televisión de Miami ha malcriado a sus entrevistados. Es un síntoma de putrefacción periodística que puede apreciarse a simple vista. Con dos neuronas listas para la sinapsis alcanza. No se pide más.
Los entrevistados políticos de la televisión de Miami suelen acudir a los platós con una idea como base: seré estrella, diré lo que quiera, no diré lo que no quiera y nadie me va a cuestionar. Los analistas -¡esa plaga del Señor!- llevan encima una suerte de manto de la verdad y asumen que el del otro lado, el periodista, entrevistador, o como elija llamar al señor o señora que le hará las preguntas, simplemente escuchará y asentirá.
"Gorditos y bonitos", le decía el pingüino jefe al resto de su tropa de pingüinos de "Madagascar". Gordito y bonito, espera todo entrevistado de televisión en Miami que quede su interlocutor frente a su discurso, por más banal o errado o manipulador que éste pueda resultar.
Si ni siquiera en el programa de Jaime Bayly es capaz de mantenerse el equilibrio en las discusiones más feroces, ya me dirás tú qué esperar del resto del panorama televisivo donde cuentan más los ojos verdes para reportar muertos y accidentes o caderas y glúteos para dar el parte del tiempo.
Ocurre con demasiados personajes: activistas políticos cubanos y venezolanos, analistas económicos, portavoces de alcaldías. Todos, o casi todos, creen que porque se les presenta con amabilidad y deferencia cualquier cosa que digan será respetada o tomada en serio. Y va a ser que no.
Y sucede que Rafael Poleo no iba demasiado sobrado en el acápite de tolerar cuestionamientos.
Entendamos esto de una puñetera vez: si usted no quiere que le cuestionen o juzguen, o le incomoden con preguntas o con precisiones capciosas, ¿qué le obliga a ir a un programa de radio o de televisión? Nada. Son solo usted y su ego, su necesidad de protagonismo, su amor por la alocución propia. Gustarse en el hablar, digamos.
Cuando Rafael Poleo deslizó en su explicación que Estados Unidos solo pretendía el petróleo venezolano y recibió un tirón de orejas argumental por parte de Jaime Bayly –"Estados Unidos no necesita eso, gracias al fracking puede convertirse este año en el principal productor de petróleo del mundo, estás repitiendo un argumento burdo y manipulador de Nicolás Maduro"- no tuvo mejor opción que sacar de bajo la manga el argumento de los perdedores. El victimismo.
Insistir en "me estás atacando". Insistir en "e nos acaba el tiempo y no me dejas explicarme" (falso: quedaba más de 45 minutos de programa). Insistir en que era un contrapunteo personal del entrevistador a cuyo programa él, voluntariamente, sin la orden de un juez, decidió asistir en la estación MegaTV.
El bramido de ¡Cállate!, con que Rafael Poleo ilusamente intentó proseguir su intervención y que le recordó a Jaime Bayly que él era el presentador de ese programa, que nadie puede hablarle así en su show, es un cuadro perfecto de la mediocridad intelectual y la pequeñez política que exhiben ciertos analistas de Miami cuando se le pone delante un interlocutor no manipulable.
Quizás eso explique por qué tantos, demasiados hispanos de Estados Unidos no consumen televisión en español. La brecha no es solo de presupuesto y realización, queridos míos. Es también de nivel, de neuronas.
Y éste es precisamente el segundo punto que me ronda en la cabeza luego de ver ese ilustrativo, pero a todas luces bochornoso episodio: el nivel de la televisión de Miami y de la televisión hispana en sentido general. Hay algo torcido ahí: que nadie me diga que no.
Si ni siquiera en televisión puede establecerse un verdadero cisma entre lo burdo, lo estúpido, y lo sólido académica e intelectualmente, ¿qué le queda al resto de la población hispana que debe sentirse representada en esos medios de comunicación?
Quizás eso explique por qué tantos, demasiados hispanos de Estados Unidos no consumen televisión en español. La brecha no es solo de presupuesto y realización, queridos míos. Es también de nivel, de neuronas.
Si ni siquiera en el programa de Jaime Bayly es capaz de mantenerse el equilibrio en las discusiones más feroces, ya me dirás tú qué esperar del resto del panorama televisivo donde cuentan más los ojos verdes para reportar muertos y accidentes o caderas y glúteos para dar el parte del tiempo.
Jaime Bayly vs Rafael Poleo fue una pelea tan vergonzosa y dispar, que creo que ambos, presentador ácido y agresivo -que también- y periodista malcriado, peruano y venezolano, ambos, deberían servirse una copa y ver el cruce de balas entre Bill Maher y Anthony Scaramucci este viernes en la noche en HBO.
Sospecho que enmudecerían antes de volver a gritar en televisión.
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